París no es una fiesta
Los mercados no tienen colores, pero son muy sensibles a los vaivenes que afectan a la capacidad del Estado de afrontar su deuda
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, esperaba inaugurar este fin de semana la renovada catedral de Notre-Dame en un evento revestido del simbolismo más francés. París, sin embargo, está lejos de ser una fiesta: la Asamblea Nacional vota hoy una moción de censura que apunta a acabar con el Gobierno del primer ministro, Michel Barnier, y que sume al país en una nueva incertidumbre política y económica. En el peor de los momentos, con los mercados poniendo el foco en su deuda, Francia se acerc a enero sin presupuestos.
En la negociación por el presupuesto de la Seguridad Social, la extrema derecha de Marine Le Pen ha forzado el brazo del Gobierno de Michel Barnier hasta romperlo. Reagrupamiento Nacional, clave para sacar adelante el trabajado nombramiento del que fue uno de los principales negociadores del Brexit, apunta a ser ahora quien le dé la puntilla, y ha anunciado que votará a favor, paradójicamente, de una moción de censura que la izquierda ha planteado entre reproches al presidente de la República por sus concesiones a la ultraderecha.
Desde la carambola electoral del presidente francés –el adelanto de unas legislativas que acabaron con su mayoría en la Asamblea y dieron alas a las fuerzas más populistas–, los mercados castigan la deuda francesa. El país arrastra un déficit insostenible a tenor de las reglas europeas, cuyo retorno está a la vuelta de la esquina, y su prima de riesgo se parece más a la de los sospechosos habituales durante la crisis financiera (en septiembre superó a España, y esta semana a Grecia) que a la de una fuerza concebida como motor de la Unión. El otro, Alemania, tampoco acaba de carburar. Todo en un clima político bronco, que impide tomar las medidas necesarias para atajar la situación.
El bloqueo francés deja varias lecciones que los dirigentes europeos, y en especial los españoles, deberían tener en cuenta: que los mercados no tienen colores, pero son muy sensibles a los vaivenes que afectan a la capacidad del Estado de afrontar su deuda (bien lo sabe Liz Truss); que la incapacidad de llegar a acuerdos puede tener serias consecuencias sobre la economía, y que las carambolas que redundan en arrimar el hombro con la extrema derecha más populista al final se pagan. Ya lo advirtió el pensador y politólogo francés Raymond Aron: “La elección en política no es entre el bien y el mal, sino entre lo preferible y lo detestable”.