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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Buffett canadiense que renuncia a pescar en el río revuelto de Grifols

Bruce Flatt, consejero delegado de Brookfield, que lleva 34 años en el grupo, retira su oferta por la farmacéutica puesta en entredicho

Bruce Flatt
José Manuel Esteban

Como el jugador de póquer que arroja sus cartas y dice que no va, el fondo de inversión canadiense Brookfield, uno de los más importantes del mundo, ha dicho esta semana que retira su oferta por Grifols. El motivo oficial, una due diligence que no ha terminado de convencer. El extraoficial, el precio: Brookfield ofrecía 10,5 euros por acción, unos 6.450 millones de euros en total. A cambio, los canadienses y sus socios se quedarían con un 65% de la empresa, que dejaría de cotizar. La familia Grifols se hubiese quedado el 35% restante. Pero en la empresa no lo ven.

El día 19, el consejo de Grifols recomendó a sus inversores rechazar la oferta: “Infravaloraría significativamente las perspectivas fundamentales de la sociedad”, comunicó a la CNMV. El miércoles, Brookfield informaba al ente regulador de su retirada: “[La empresa] en las circunstancias actuales no está en posición de continuar con una potencial oferta sobre Grifols”. El escueto comunicado ponía fin a meses de rumores. Por encima de cualquier especulación, una realidad: la firma caía al cierre de la sesión del mismo miércoles cerca de un 9%. La familia Grifols, por el momento, ha dicho que no valorará más ofertas.

Detrás, un nombre y un apellido, Bruce Flatt (Winnipeg, Canadá, 1965), CEO de Brookfield desde hace más de 20 años. Apodado el Warren Buffett canadiense por su larga trayectoria en el mundo de la inversión y su capacidad para descubrir diamantes en bruto donde otros solo ven tierra y arena, puso sus ojos en Grifols el pasado verano, después de que el fondo bajista Gotham City Research acusara a la farmacéutica de malas prácticas contables y de ocultar su deuda, lo que desplomó su valor en Bolsa. Pero no está nada claro ni que Grifols engañara, ni que Gotham no se moviera por oscuros intereses. El caso, de hecho, está en manos de la Audiencia Nacional después de que la Fiscalía Anticorrupción haya apreciado un posible delito contra el mercado por parte del fondo.

Casado con la coleccionista de arte Lonti Ebers, a diferencia del oráculo de Omaha, Flatt mantiene un perfil discreto que lo convierte en un desconocido de cara al gran público. No lo es en Wall Street, donde los expertos aprecian su apuesta por los activos de calidad y su capacidad para no dejarse llevar por los caprichosos vaivenes del mercado, algo en lo que sí coincide con Buffett: “Prefiero un activo que me dé una rentabilidad del 12% durante 20 años a otro que me dé un 25% durante tres meses”, ha dicho a Forbes. Suya es también otra sentencia que resume su estilo de inversión: “No te pongas nunca en una situación en la que tengas que vender cuando lo que deberías estar haciendo es comprar”.

Hijo del también inversor Ian Flatt, tras cursar un grado en Comercio en la Universidad de Manitoba (en su ciudad natal), le llegó pronto la oportunidad de brillar. En 1990 entró en la división de inversión de Brascan, un conglomerado empresarial en declive. Flatt se hizo con una importante cantidad de acciones de la propia firma y empezó a aplicar su filosofía: no vender cuando lo que toca es comprar.

Su primer gran golpe llegó en 1996, cuando se hizo con el gigante inmobiliario Olimpia & York, de Canadá. Renegoció la deuda con sus acreedores y, para cuando las aguas se calmaron, Brascan controlaba el World Financial Center (hoy conocido como Brookfield Place), de Nueva York, y tenía otras importantes propiedades en esa ciudad y en Boston. En 1997, Flatt sacó a Bolsa la rama inmobiliaria de la antigua Brascan. Las acciones se dispararon.

Aquello fue solo el comienzo. Los atentados del 11 de septiembre dañaron el World Financial Center, un complejo de seis edificios cercano a las Torres Gemelas. Fiel a su idea de ser más activo que nunca en momentos de crisis, tomó un vuelo de Toronto a Nueva York el mismo día para cerciorarse del estado de los edificios y los trabajadores y liderar las labores de limpieza, que se prolongaron durante los siguientes meses. Al final de aquel proceso, con apenas 36 años, fue nombrado CEO de Brascan, que en 2005 pasaría a llamarse Brookfield.

Flatt escindió una rama dedicada a las energías renovables y otra dedicada a infraestructuras. Por encima, había una unidad de gestión de activos para sacar comisiones y mantenerse a salvo de terremotos. Fue otra apuesta ganadora. En 2007, mientras el mundo sufría el estallido de una crisis económica provocada por el desplome del sector inmobiliario, Flatt vaticinó una oleada de privatizaciones de infraestructuras que ha llegado hasta hoy.

En los años siguientes, mientras montones de empresas se desplomaban víctimas de la crisis, Flatt siguió a lo suyo. Sacó a Bolsa las ramas de Brookfield que aún no cotizaban, y se hizo con una importante participación en el gigante de las infraestructuras Babcock & Brown, el tercer mayor operador portuario de Gran Bretaña. Un año después, Brookfield lideró la recapitalización del operador de centros comerciales en quiebra General Growth. Antes, había adquirido Multiplex, un gigante australiano de la construcción. Brookfield también se quedó con la mitad de la mayor terminal de exportación de carbón del mundo, ubicada en Australia.

En estos años, el portfolio de Brookfield no ha hecho más que crecer: “No nos metimos en problemas antes de la crisis, por lo que, llegado el momento, pudimos mover el dinero allí donde se necesitaba”, ha comentado Flatt a Forbes. Hoy, los activos bajo gestión de Brookfield se estiman en más de 850.000 millones de euros, y la empresa cerró 2023 con un beneficio neto de 4.800 millones, tras recaudar 135.000 millones e invertir 52.000.

Tras la pandemia, consciente del ingente valor que puede acumular de cara al futuro el sector farmacéutico, Flatt quiso pescar en el río revuelto de Grifols, una empresa con un valor bursátil de más de 6.000 millones de euros. Por ahora, ha pinchado en hueso. Pero los antecedentes lo indican: durante la próxima gran crisis, cuando todos se batan en retirada, Flatt volverá a poner dinero sobre la mesa. Y volverá a comprar cuando toca.

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