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Análisis
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La batalla cultural de la energía

Hay que crear un nuevo modelo basado en el ahorro, la eficiencia y las renovables

Placas de autoconsumo solar, en Madrid.
Placas de autoconsumo solar, en Madrid.Pablo Monge (CINCODIAS)

El sistema energético actual ha demostrado su fragilidad, no tanto por la carestía de las fuentes fósiles, como por las incertidumbres de suministro y la volatilidad de los precios provocadas por nuestra dependencia de mercados políticamente manipulados. Reforzar la independencia pasa por la apuesta decidida por el desarrollo y aprovechamiento de las fuentes de energía renovables y por la reindustrialización para la fabricación de componentes y reducir así la dependencia tecnológica. En el caso de la Unión Europea (UE) se incardina, además, con su compromiso en la lucha contra el cambio climático.

Avanzar en un nuevo paradigma hacia una economía más verde e independiente requiere implementar una nueva cultura alrededor de la energía que minimice el impacto sobre el medioambiente y la biodiversidad y evolucione, abandonando los modelos extractivistas, hacia una apuesta más inclusiva y distribuida que permita alcanzar un desarrollo más sostenible en el presente y en el futuro.

Por esta razón, a las propuestas estratégicas, como las incluidas en el informe de Mario Draghi The future of European competitiveness (El futuro de la competitividad europea), hay que sumar la necesaria transformación del rol que la ciudadanía debe y puede jugar en este cambio de modelo. El nuevo paradigma energético no solo tiene que suponer un cambio en el origen de la oferta, sino también en el comportamiento y la caracterización de la demanda, en los que los consumidores tienen que asumir el compromiso de una participación más activa.

¿Por qué necesitamos una nueva cultura de la energía? La sociedad debe interiorizar que la energía es un bien escaso, que más del 70% de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) están provocadas por la cobertura de nuestras necesidades energéticas y que el cambio de modelo no es solo transformar la oferta de combustibles fósiles en renovables, sino que exige un nuevo comportamiento respecto al consumo y al papel que tenemos que asumir como ciudadanía. Debemos exigir un pacto político que aproveche las oportunidades que se abren en un país, como España, que dispone de recursos energéticos renovables y de experiencia para liderar la transición.

El cambio debe ser sociocultural, comenzando por la información y la educación, para entender que no podemos seguir por la senda que ahora llevamos si queremos actuar como lo que somos: la última generación que puede revertir los efectos del cambio climático. Esa modificación cultural tiene que ser asumida tanto por la sociedad, que debe percibir que la transición energética tiene una componente ecosocial y que le genera beneficios reales, como por las empresas que, de forma hegemónica, controlan el funcionamiento y toman las decisiones respecto a la oferta y la cobertura de la demanda de energía.

La emergencia climática está provocada por nuestra elevada dependencia de los combustibles fósiles y por un modelo de consumo irracional e irresponsable, generado por la necesidad de crecimiento económico permanente. La prioridad de la política energética debe ser la reducción de la demanda y que esta se cubra con renovables. Es necesario crear un nuevo modelo energético basado en el ahorro, la eficiencia y las energías renovables, incentivando la participación de los consumidores, la sostenibilidad y la integración territorial.

La justicia redistributiva, la gobernanza abierta, la trasparencia, la apuesta por el valor común y por las iniciativas públicas deben ser los pilares básicos de nuestra propuesta energética para el presente y el futuro. Para la gestión del cambio es necesario recuperar, generar y promover nuevos indicadores de desarrollo que sean un reflejo real del incremento del grado de bienestar y no solo del crecimiento económico. Liderar en Europa el crecimiento del PIB y de la pobreza al mismo tiempo es la señal más clara de que nuestra política no va en la dirección adecuada y de que estamos en un callejón sin salida.

Nuestra meta debe ser la democratización de la energía mediante la electrificación de la demanda. Las renovables son fuentes distribuidas y, por tanto, todas y todos debemos disponer de las opciones necesarias para su aprovechamiento. La no dependencia de los combustibles fósiles, la garantía de suministro y la estabilidad de precios deben estar implícitas en el desarrollo renovable mediante un modelo de gestión coherente de la oferta y de la demanda.

Somos una sociedad cada vez más urbanizada; más del 80% vivimos en ciudades de más de 10.000 habitantes, y la nueva cultura de la energía debe enfocarse también en alcanzar un desarrollo urbano inclusivo y no gentrificado trasparente

que recupere el espacio público y la dimensión humana de la ciudad. La disponibilidad de servicios en proximidad, la peatonalización, la bicicleta y el transporte colectivo tienen que cohesionar la forma de relacionarnos.

Nuestro modelo energético no es inclusivo y cada vez va dejando a más personas sin la cobertura de sus necesidades. Respecto a la pobreza energética, la política seguida para combatirla es insuficiente e ineficiente y no incide en el origen del problema, que es la falta de recursos económicos. No reconoce un mínimo energético vital garantizado y no pone en marcha medidas efectivas para la rehabilitación de viviendas que tengan en cuenta la falta de capacidad financiera de los segmentos de población vulnerables. El derecho a una vivienda digna y asequible debe ser universal y la rehabilitación tiene que ser una parte fundamental de nuestro compromiso con la ciudadanía, facilitando modelos de actuación para los que no dispongan de los recursos necesarios y la presencia pública como garante de la ejecución de los trabajos de rehabilitación.

Redistribuir los beneficios del despliegue de las renovables y abandonar las prácticas extractivas e intensivas son la base para recuperar el diálogo y generar valor en el medio rural. Las fuentes renovables, y su caracterización como bien común, tienen que contribuir al equilibrio territorial y al desarrollo local para corregir los desequilibrios creados históricamente por el modelo energético, excesivamente centralizado.

El reto de implementar un nuevo modelo energético debemos afrontarlo internalizando, por parte de todas y todos, que la transición energética es un proceso de avance cultural y social, y no solo económico, y que necesitamos formular un nuevo Contrato Social que sea el garante de los derechos y deberes que nuestro compromiso ciudadano debe tener con el futuro.

Fernando Ferrando es presidente de la Fundación Renovables



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