El camino lento hacia un modelo productivo que combina éxito y fracaso
Los servicios no turísticos ganan presencia en la economía abierta y consolidan un decenio de superávit corriente
Las crisis cambian los paradigmas de una economía tanto como los ciclos de crecimiento. El activismo de la oferta y la demanda catapultan a unas actividades, desplazan a otras y generan profundas metamorfosis en los modelos económicos. El español parece haberse desprendido de forma definitiva del lacerante desequilibrio previo a la gran recesión, y pese a arrastrar una evolución manifiestamente mejorable de la productividad, tras la pandemia ha consolidado el peso de las ventas al exterior y ha equilibrado manufacturas, turismo y servicios no turísticos, con un sorprendente y creciente superávit corriente.
El modelo de crecimiento dista mucho de ser perfecto, si es que hay alguno que lo sea del todo. La gran crisis de 2008-2012 estimuló el irrenunciable deseo de acabar con el peso exagerado de la actividad inmobiliaria y sus alrededores, que desequilibraron las finanzas privadas y públicas hasta cerca del colapso y que provocaron una destrucción de empleo muy superior a la de los países con actividades más sanas. Había se reindustrializar el país para depender más de la demanda externa de manufacturas, que era el modelo virtuoso de la Europa central y nórdica. De paso, la disciplina que imponía el mercado abierto tanto en costes como en precios, así como el corsé monetario, obligaba a desplazar el mecanismo castizo de engendrar espirales de precios que devoraban la competitividad y que solo podían corregirse con devaluaciones competitivas.
Las inquietudes eran compartidas por todo el espectro político y tras el batacazo del covid han existido abundantes y gratuitas herramientas financieras para intensificar el proceso, aunque los resultados tardarán en aparecer. Pero los agentes económicos, especialmente los empresariales, por mucho aprecio que tengan a las ayudas públicas, no esperan y buscan soluciones para sus negocios. Y más esta actitud que los proyectos cofinanciados por la Unión, han hecho virar ya el comportamiento de la economía española en los últimos lustros, aunque insisto, el resultado no es plena virtud y seguramente generará desequilibrios en el futuro.
Tomando como referencia inicial 2019, en el tránsito hasta los últimos cuatro trimestres de los que se dispone de información contrastada por la Contabilidad Nacional, las actividades de servicios han proseguido su avance en la participación de la producción nacional, marcando un récord de casi el 70% del total, frente al 68,2% que aportaban en 2019. La agricultura y la construcción han perdido terreno, como es lógico, mientras que la industria ha avanzado hasta casi el 15% del PIB (14,9%, frente al 14,3% en 2019), y lo ha hecho con mayor intensidad en las manufacturas: del 11% al 11,5%.
Dado que la productividad registra mejor desempeño en las actividades industriales que en los servicios, sobre todo aquellos de bajo valor añadido muy extendidos en España, el avance del empleo para soportar el tirón de la producción ha sido de solo un 5,19% en la industria (4,48% en la manufacturera), mientras que el tirón de los ocupados a tiempo completo equivalente en los servicios ha sido de un 10,06%.
Consecuencia lógica del diferente comportamiento de tales variables en uno y otro sector es que el valor de la producción por ocupado en los servicios se ha estancado (ha descendido un 0,6% entre 2019 y los últimos cuatro trimestres), mientras que en la industria se ha elevado en un 19,4% (21,5% en las manufacturas) en el mismo periodo. En valores absolutos no deflactados el PIB por ocupado a tiempo completo equivalente pasó de los 67.370 euros en 2019, a los 74.715 en el periodo que va del tercer trimestre de 2023 al segundo de 2024, ambos incluidos, lo que supone un avance de casi el 11%. Y mientras que en los servicios pasó de 66.160 euros a 65.762 (caída del 0,6%), en la industria pasó de los 83.840 euros anuales a los 100.178, según cálculos sobre datos de la Contabilidad Nacional.
Pero no todos los servicios han jugado un papel tan pasivo como pueda parecer por estas cifras, y destaca la creciente brillantez de los destinados al mercado exterior, y que la comparten con los bienes exportables en los últimos años. En una detallada investigación de las economistas Blanca Jiménez-García y Coral García Esteban, recogida por el Boletín Económico del Banco de España, se muestra el creciente dinamismo de la actividad exterior de la economía española, acostumbrado a la venta de manufacturas y turismo, pero con un vigor desconocido en los servicios no turísticos, hasta elevar el nivel de internacionalización de la economía, que alcanza unas exportaciones que rondan el 40% del PIB.
El citado estudio revela que la venta de servicios no turísticos en los mercados externos supera ya con holgura los niveles que tenía antes de la pandemia, se acerca ya al 7% del PIB (6,8% en 2022) y hace contribuciones notables a su crecimiento. Destaca también por qué se ha comportado tan bien esta actividad exportadora, y por qué lo seguirá haciendo en ejercicios venideros pese a las restricciones proteccionistas que afectan sobre todo al comercio de bienes. Hace especial referencia al desarrollo de las tecnologías de información y comunicación; la liberalización de los servicios, especialmente los financieros; la terciarización de las economías avanzadas; y la demanda de mejoras competitivas de las corporaciones, que ha impulsado los servicios empresariales, sobre todo los dispensados por grandes multinacionales, ya sean de titularidad nacional o extranjera ubicada en España.
El reiterado buen comportamiento de la actividad exterior ha consolidado la variable que mejor define a un modelo de crecimiento saludable, que no es otro que una balanza por cuenta corriente superavitaria, y que refleja una mejora continua en la capacidad de financiación de la economía. En los primeros meses de 2024 el turismo ha aportado nada menos que un 4,3% del PIB a la cuenta corriente, y los servicios no turísticos un 2,26%, compensando los déficits de la balanza manufacturera, y llevando el superávit (capacidad de financiación frente al resto del mundo) al 4%. Y haciéndolo por décimo año consecutivo, permitiendo olvidar los sangrantes déficits corrientes de principios del siglo, que tenían el peligroso perfil de los países más pobres de África, o el de la insaciabilidad del consumismo norteamericano.
El único problema de este exitoso modelo es la generación de una brecha cada vez más abultada entre quienes se alojan en actividades de alta productividad y creciente cuota de mercado exterior, y los que se mantienen en las de productividad menguante del mercado interno. Una brecha que no es fácil de contener.
José Antonio Vega es periodista.