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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Propuestas para no morir de éxito

El Ejecutivo debería empezar a plantearse la revisión de la estrategia nacional para redistribuir los flujos de visitantes para no colapsar las zonas más demandadas

Turistas con maletas recién llegadas a Barcelona.
Turistas con maletas recién llegadas a Barcelona.Albert Garcia
CINCO DÍAS

Nunca habían llegado tantos turistas extranjeros a España como en este verano. El sector está a un paso de batir el récord de visitas, con cerca de 95 millones de viajeros foráneos para el conjunto de 2024, según las previsiones de la patronal que se aproximan a las de ONU Turismo. El acelerón que ha vivido el sector en los últimos años sitúa al país en el segundo escalón del podio de los países que reciben más viajeros, solo por detrás de Francia y superando a otro como Italia y Estados Unidos. La situación no es nueva. España siempre ha destacado por explotar con éxito la fórmula de sol y playa, pero en los últimos años el fenómeno se ha desbordado y ha subido de nivel.

El turismo es uno de los principales motores que impulsan la economía española. Más de la mitad del crecimiento del producto interior bruto durante la primera mitad del año está influido por este sector. En la última década, el número de turistas foráneos prácticamente se ha duplicado. Esto ha supuesto un enorme empujón para la actividad económica. Ha permitido aumentar la contratación de trabajadores y reducir el paro a mínimos de 14 años, ha alimentado la recaudación y la entrada de divisas mejorando la balanza comercial.

Pero el bum turístico tiene sus sombras: la masificación de algunas zonas está causando problemas de convivencia, los servicios públicos de los lugares en los que la población se multiplica en verano están sufriendo y apenas dan abasto, mientras aumenta el riesgo para la conservación del patrimonio histórico. Los expertos también advierten de que el sector está asociado a actividades de bajo valor añadido y donde en ocasiones son frecuentes situaciones de precariedad o contratos con sueldos bajos.

Todo esto es lo que los académicos denominan externalidades negativas de una actividad, que aconsejan que sean gravadas para compensar estos efectos perniciosos. Por eso, el Gobierno haría bien en analizar si es conveniente establecer una tasa turística estatal para costear los efectos perjudiciales del turismo masivo, como ya ocurre en otros países. En paralelo, el Ejecutivo debería empezar a plantearse la revisión de la estrategia nacional para redistribuir los flujos de visitantes para no colapsar las zonas más demandadas. Además, sería conveniente aprovechar los fondos europeos para modernizar el sector, mejorar la calidad de los servicios y aumentar el valor añadido de la oferta turística. El riesgo de no hacer nada puede conllevar morir de éxito.

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