La fiebre del hidrógeno verde recibe dosis necesarias de realidad
El Tribunal de Cuentas Europeo cree que los objetivos de Bruselas al respecto son “demasiado ambiciosos”
La burbuja del hidrógeno verde está perdiendo fuelle. En los últimos cinco años, los partidarios de este gas con bajas emisiones de carbono han defendido que puede sustituir a los combustibles fósiles en todos los ámbitos, desde los procesos industriales hasta la calefacción de los hogares o el transporte. Sin embargo, el coste y la ciencia hacen que muchas de sus aplicaciones sean fantasiosas. Los acontecimientos de julio en dos grandes defensores de esta tecnología sugieren que la industria puede estar a punto de volverse más práctica y pequeña.
El 17 de julio, el Tribunal de Cuentas Europeo publicó un informe en el que afirmaba que era improbable que la Unión Europea cumpliera sus “demasiado ambiciosos” objetivos de producir 10 millones de toneladas de hidrógeno verde e importar otros 10 millones de toneladas de aquí a 2030. Califica el plan de “excesivamente optimista” y carente de “análisis sólidos”.
La minera australiana Fortescue Energy, por su parte, acaba de abandonar su objetivo de producir 15 millones de toneladas al año de aquí a 2030. Una semana después del anuncio, el 25 de julio, Mark Hutchinson, consejero delegado, declaró que la empresa mantiene “un firme compromiso con el hidrógeno verde”. Andrew Forrest, fundador de esta compañía de 38.000 millones de dólares y activista del clima, ha sido uno de los defensores acérrimos del gas y ha calificado a los escépticos de “teleñecos”.
Forrest culpa a los elevados costes de la energía del retroceso del gas extraído del agua mediante energías renovables. Pero ese es solo uno de los muchos factores. Según Michael Liebreich, socio codirector de EcoPragma Capital, el uso de hidrógeno verde en la siderurgia, la aviación y el transporte marítimo requeriría casi cinco veces la capacidad solar y eólica instalada en todo el mundo en 2022. La capacidad de almacenamiento y transporte necesaria también es mayor que la del hidrógeno convencional obtenido a partir de combustibles fósiles.
En conjunto, la producción de hidrógeno verde, para la mayoría de las empresas, costaría actualmente al menos 6 dólares el kilogramo, cuatro veces el gasto de producir la versión más sucia del gas, según Liebreich. Utilizando datos de la Agencia Internacional de la Energía, Liebreich señala que solo el 1% de los 1.600 proyectos de producción de hidrógeno ecológico han superado la fase exploratoria.
Y como combustible es increíblemente derrochador. Al menos el 70% de la energía se pierde en su fabricación y transporte cuando llega a un coche de hidrógeno, como los 500 Mirai que Toyota Motor ha suministrado a los Juegos Olímpicos de París; en el caso de los vehículos eléctricos puros, la pérdida es de solo el 20%, según Saul Griffith, asesor climático de la Casa Blanca.
El concepto sigue teniendo algunos usos claros. Podría sustituir al gas natural, o fósil, que actualmente genera unos 100 millones de toneladas anuales de hidrógeno para la fabricación de fertilizantes, productos petroquímicos y otros. Podría sustituir al carbón al menos en parte de la fabricación de acero, que es donde Forrest centra ahora los esfuerzos de Fortescue. Y podría desempeñar un pequeño papel en otras aplicaciones, por ejemplo, como respaldo de emergencia a largo plazo en algunas redes eléctricas.
Pero las baterías eléctricas, las bombas de calor y el biogás suelen ser mejores alternativas que el hidrógeno verde para la electricidad, la calefacción y el transporte, desde los coches hasta los aviones. Tratar de competir con ellos no hará más que quemar efectivo.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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