Santander, obra en dos actos: del papel estelar de Carranza al mutis de Matarranz
El banco culmina la renovación de su cúpula tras el giro estratégico que estructuró el negocio en cinco áreas globales y orilló la división por países
Corría el mes de septiembre de 2023 y el Banco Santander lanzaba un comunicado un tanto críptico, pero que escondía todo un cambio de paradigma en la organización. De hecho, aunque pasó un tanto inadvertido por su carácter técnico y se entendió como una mera simplificación de la estructura, ha terminado por provocar movimientos tectónicos internos en la primera firma financiera del país. El foco pasaba de divisiones como España, Brasil o Reino Unido a cinco áreas de gestión -banca minorista y comercial; consumo; pagos; banca corporativa y de inversión, y gestión de patrimonio y seguros-, con la apuesta tecnológica como telón de fondo y la convicción de que los productos podían integrarse en una gran plataforma que diera servicio a todas las geografías por igual.
Tras ese primer giro, el Santander escenificaba esta semana el segundo acto y alumbraba cambios en la primera línea de ejecutivos de Ana Botín. Con un papel protagonista para Javier García-Carranza, que sustituye a Víctor Matarranz al frente de Gestión de Activos, Banca Privada y Seguros, además de mantener su responsabilidad al frente de Plataformas de inversión e inversiones corporativas. También, entre otras modificaciones relevantes, se replica el modelo de Pago Nxt, la plataforma de pagos del grupo, en el área de consumo -Digital Consumer Bank-, con tres consejeros delegados por áreas. No es cuestión menor que pagos y consumo sean las dos únicas áreas que dependen directamente de la presidenta.
“Era el paso lógico con el fin de adecuar los perfiles a la estrategia ya marcada”, afirman fuentes internas de la casa para explicar estos movimientos, y también otros de calado en el área de Recursos Humanos. En esta línea, vinculan las designaciones más al resultado de analizar qué directivo se acoplaba mejor a la nueva hoja de ruta que al deseo de reforzar a determinados efectivos dentro del banco. Es más, durante los últimos seis meses, la compañía habría llevado un exhaustivo proceso de evaluación (assesment) para casar las fortalezas de los aspirantes con las nuevas áreas de desarrollo global y la recién estrenada forma de operar.
El resultado, en todo caso, eleva a Carranza y le sitúa, muy a su pesar, como una figura a seguir. Cuentan quienes le conocen que el exMorgan Stanley, llegado a Santander en 2016, huye del foco mediático y cultiva la discreción. No obstante, las aireadas reestructuraciones de firmas como Abengoa, donde el banco jugaba un papel clave, y la crisis abierta a finales de 2021 en el consejo de administración de Merlin, con un publicitado enfrentamiento con el fundador y presidente de la inmobiliaria, Ismael Clemente, no le dejaron precisamente bien parado en términos de proyección pública. Más allá de las plumas que se haya dejado por el camino, en negociaciones realizadas a menudo bajo enorme presión, su alta valoración en el banco proviene de su desempeño al frente del desarrollo del negocio de plataformas. Esa área de actividad canaliza dónde el banco invierte su dinero, más allá de la actividad comercial. Encaja que Carranza suba un escalón y acapare también la gestión de patrimonios y seguros.
La salida de Matarranz de esa división enlaza con su perfil más estratégico, entorno donde había desarollado toda su trayectoria dentro del grupo, ya fuera en Reino Unido tras su incorporación en 2012, como después al frente de Presidencia y Estrategia en España. Próximo a Ana Botín y al consejero delegado, Héctor Grisi, fuentes conocedoras de su salida explican que el banco le ofreció dos o tres opciones dentro de la entidad, pero que el exMckinsey ha preferido esperar y ver, con la intención más inmediata de facilitar la transición dentro de la división. Al menos durante los próximos tres meses.
La dialéctica entre disrupción y continuidad es una constante en el sector financiero, y Santander no es una excepción. Los tiempos para lanzar los cambios los claves. Se escenificó sin matices durante el proceso de cortejo y posterior ruptura con el banquero de inversión Andrea Orcel. Elegido para ser un consejero delegado estrella que sustituyera a José Antonio Álvarez como primer ejecutivo de la firma, el transalpino era bien conocido en la casa. Procedente de UBS, contaba en su acervo con operaciones como ABN Amro, Sovereign o Abbey. Todas para el Santander y todas con Emilio Botín. La apuesta se leyó como un cambio de foco, como una apuesta por la banca global corporativa frente a la comercial, en un momento en que el precio del dinero erosionaba la rentabilidad. Un cambio radical. Eso sí, la decisión no estaba exenta de amenazas. De hecho, no solo ponía en riesgo un modelo de negocio que funciona como un reloj, sino que -por el propio perfil del ejecutivo- amenazaba con estresar la organización.
La solución Grisi, cimentada sobre fiasco de la contratación del hoy exitoso primer ejecutivo de Unicredit, dejó claro desde el principio que el banco apostaba por la continuidad. Así fue percibido el plan a tres años hecho público en febrero, durante el Día del inversor celebrado apenas dos meses después de la toma de posesión del ejecutivo mexicano. Pese a la ambición de los objetivos comprometidos -entre ellos elevar el numero de clientes a 40 millones en 2025, el incremento del pay-out del 40% al 50% o el plan para elevar el retorno de capital (RoTe, por sus siglas en inglés) a una horquilla entre el 15% y el 17%-, la sensación en el mercado fue que no aportaba muchas novedades de fondo y que más bien se presentaba como un mecanismo para aprovechar el viento de cola de los tipos y, de paso, corregir desequilibrios puntuales.
La nueva estructura, culminada en su cúpula esta semana, sí tiene un afán transformacional. Y no desde el glamur o una personalidad concreta, sino desde el core de la organización. Ana Botín cumple diez años al frente de Santander el próximo mes de septiembre. Después de varios planes estratégicos, tal vez sea el momento de preguntarse cuál es el legado personal que persigue tras más de un siglo de hegemonía familiar al frente de la histórica entidad. Una década parece tiempo suficiente.
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