El compromiso de la futura Ley de Industria con el empleo de calidad
Si la revolución tecnológica se traduce en la sustitución de personas por máquinas, se logrará mejorar el bienestar de algunos, pero empeorar el de muchos
El título II del reciente anteproyecto de Ley de Industria, recientemente aprobado, establece, en su artículo 15, cuáles serán las medidas de impulso que la presumible futura ley de industria considerará como prioritarias. Entre estas, están el favorecer la expansión, el desarrollo, modernización y competitividad de la actividad industrial, mejorar el nivel tecnológico de las empresas, y potenciar los servicios y adecuada financiación, atendiendo en particular a las empresas de mediana y pequeña dimensión.
Sin duda, nos situamos ante una nueva revolución tecnológica mundial que permite incorporar tecnologías avanzadas que mejoran el nivel tecnológico de todo tipo de empresas, grandes y pequeñas, y con ello su productividad mediante la incorporación de tecnologías avanzadas acompañadas de una adecuada cualificación profesional, técnica y empresarial de la población trabajadora. Y lo que es posiblemente más importante, ofrece oportunidades hasta ahora desconocidas para incidir positivamente en aspectos como la salud, la educación, la conectividad entre las personas, en definitiva, sobre el bienestar social.
Pero todo cambio disruptivo, y esta nueva revolución tecnológica lo es, ofrece también desafíos que es preciso entender y atender, especialmente en las etapas de transición. En este sentido, un referente mundial y claro candidato al próximo premio Nobel de Economía, Daren Acemoglou, nos alerta sobre la necesidad de redirigir la revolución tecnológica para que las bondades de la misma lleguen a todas las capas sociales. Nos ofrece evidencia, con su estilo de historiador económico, de cómo la mayoría de las revoluciones industriales anteriores han supuesto un aumento sustancial en la productividad que no siempre ha derivado en un aumento de bienestar social, especialmente durante las etapas de transición. En particular, destaca el empeoramiento de las condiciones laborales de determinadas capas sociales ante revoluciones industriales anteriores.
Para que esta revolución industrial y tecnológica no vuelva a cometer errores anteriores, es importante que ponga el empleo de calidad en el centro de la misma. Como bien destaca el World Economic Forum en un informe muy reciente, uno de los cinco retos cruciales de la estrategia industrial ante las transformaciones tecnológicas actuales es asegurar una transición justa, poniendo a las personas en el centro de la misma, atendiendo a sus necesidades. Esto implica favorecer aquellos avances que sean complementarios y no sustitutos de las personas, lo que se consigue cuando la automatización, apoyada por la innovación, permite aumentar la productividad laboral, crear nuevas tareas que aumenten la capacitación humana, aportar nueva información que ayude a las personas en su toma de decisiones, y construir nuevas plataformas que unan a personas con diferentes capacidades y necesidades. En definitiva, que la innovación tecnológica tenga como principal objetivo complementar y reforzar a las personas en su actividad laboral. Solo si este es el eje central y fin último de la misma, se conseguirá que esta revolución tecnológica alcance a todos y, por tanto, aumente sustancialmente el bienestar social. Si el resultado de estos procesos es la sustitución de las personas por las máquinas, entonces se logrará mejorar mucho el bienestar de algunos, pero empeorar la calidad de vida de muchos mediante el empeoramiento de sus empleos. La buena noticia es que esto es posible, siempre que exista una redirección de la misma.
¿Cómo se consigue que la innovación tecnológica sea beneficiosa para la actividad laboral de las personas y, por tanto, para el bienestar social? La política industrial debe jugar un papel primordial en este objetivo. En particular, es necesario que desde las instituciones públicas se apoyen e incentiven aquellas actividades/innovaciones que aumenten sustancialmente la productividad laboral y sean capaces de fomentar la aparición de nuevas tareas que reafirmen a las personas y que les permitan ejercer empleos dignos y en mejores condiciones laborales. Más que de exigir una métrica perfecta que clasifique si una tecnología sustituye empleo o crea nuevas tareas para la ciudadanía, lo que se requiere es de una redirección de la innovación tecnológica, de manera que la política industrial tenga como objetivo central apoyar la experimentación e implementación de aquellas tecnologías que sean complementarias al empleo y no aquellas que básicamente lo sustituyen.
La reindustrialización de nuestro país, que es el objetivo final de la futura ley de industria, será un éxito solo si se asegura una transición justa, lo que requiere que como resultado de la misma se creen más y mejores empleos, aumentando con ello el bienestar social. La aparición de nuevos y sofisticados bienes y servicios, no deben ser un fin, sino solo un instrumento que debiera estar al servicio de la ciudadanía. La hoja de ruta de esta reindustrialización, que debe reflejarse en esta nueva Ley de Industria, debe asegurar a la población que la reindustrialización será positiva para el bienestar de todos, lo que necesariamente pasa por obtener impactos positivos, a corto, medio y largo plazo, en la cantidad y en la calidad del empleo de la mayoría de la población.
Grupo de Reflexión de Ametic
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