La inversión en transición energética está rodeada de trampas
El fracaso de la compra de Origin por Brookfield AM en Australia es un ejemplo de las dificultades del proceso
Cómo quitar al mundo del carbón, el gas y el petróleo es la eterna pregunta en cada conferencia de la ONU sobre el clima. La de este año no es una excepción, y se enfrentó a la complicación añadida de estar presidida por Sultan Al Jaber, CEO de Abu Dhabi National Oil Company (Adnoc), que mostró su escepticismo en torno a la justificación científica del abandono de los combustibles fósiles, aunque luego reconoció que era esencial hacerlo.
Según Boston Consulting Group y la AIE, este necesario cambio afronta un déficit de financiación de unos 18 billones de dólares hasta 2030. Una cifra tan alta puede parecer abrumadora, y mientras se celebraba la COP28, un ejemplo práctico de cómo reducir las emisiones de carbono se desbarataba en Australia: el intento de Brookfield Asset Management, con su socio de capital riesgo EIG, de comprar la generadora y minorista Origin por valor de 20.000 millones de dólares australianos (12.000 millones de euros). El fracaso tiene ramificaciones más generales.
El concepto de transición energética –y de inversión en transición– no es nuevo. Algunos afirman que Jimmy Carter acuñó la idea en 1977; Breakingviews la usó por primera vez en 2013. Forma parte de una serie de términos centrados en el clima, como inversión sostenible e inversión ASG. La idea atrae a empresas como Brookfield Corp y su negocio de gestión de activos (que cotiza por separado), ya que permite invertir en industrias intensivas en carbono para ayudarlas a abandonar los combustibles fósiles.
Ese fue el impulso que impulsó al gigante a sumergirse en este sector. Lanzó su fondo de transición global en 2021 con Mark Carney, exgobernador del Banco de Inglaterra y enviado especial de la ONU para la acción climática, al timón del vehículo junto a Connor Teskey, presidente de la gestora. En un año había recaudado 15.000 millones de dólares, convirtiéndose en el mayor fondo de este tipo. La empresa está levantando un segundo fondo que podría ser aún mayor; EAU se comprometió a aportarle 2.000 millones en la COP28.
El fondo inaugural de Brookfield ya ha hecho más de una decena de inversiones importantes. Los receptores van desde firmas de solar y renovables como Scout Clean Energy y de captura y almacenamiento de carbono como Carbon TerraVault, de EE UU, hasta la firma india de hidrógeno verde y amoníaco Avaada. Su mayor operación se cerró en noviembre: la compra conjunta con Cameco de Westinghouse Electric, de nuclear, por un valor empresarial de 7.900 millones (a otra entidad de Brookfield). El segundo fondo también ha firmado ya un par de operaciones, y ambos pueden invertir en empresas de la cartera de su matriz.
La compra de Origin, empero, habría servido de ejemplo para la inversión en transición energética, tanto por el volumen como por el alcance de la tarea. Nada de lo que ya está en la cartera del fondo de Brookfield cumple en su totalidad su principal objetivo de invertir “en la transformación de las industrias intensivas en carbono”.
Carney y Teskey se lanzaron a por Origin tras fracasar un intento suyo anterior en el país. A principios de 2022, unieron fuerzas con el multimillonario Mike Cannon-Brookes, co-CEO de Atlassian (software), para comprar AGL Energy, una generadora y comercializadora de luz basada en el carbón y el mayor emisor de carbono del país. Los ofertantes se retiraron tras el agrio rechazo a su propuesta a la baja.
Como plan B, Brookfield se fijó en Origin, rival de AGL y cuarto emisor de gases de efecto invernadero de Australia. El consejo respaldó en público la oferta no vinculante, que suponía una prima del 55% y un nivel que la acción no había alcanzado en más de cuatro años. La negociación elevó la prima al 64%. Brookfield planeaba eliminar gradualmente los 6 GW de energía generada con combustibles fósiles de su cantera gastando hasta 30.000 millones de dólares australianos (18.000 millones de euros) de aquí a 2032 para construir 14 GW de solar, eólica y almacenamiento, tres veces y media el objetivo para 2030 que había fijado el CEO de Origin, Frank Calabria.
Había mucho en juego: el éxito ayudaría a Australia a cumplir su promesa de generar el 82% de la electricidad a partir de fuentes ecológicas para finales de la década; también daría a Brookfield la reputación de obtener buenos beneficios de la compleja tarea de reestructurar a la baja las emisiones de gases. Los beneficios sociales de impulsar las renovables influyeron incluso en la agencia australiana de competencia para aprobar la compra, pese a que le preocupaba que Brookfield fuera dueña de los negocios de generación de energía y venta minorista de Origin, así como de AusNet Services, el operador de red eléctrica que compró en 2022.
Pero las cosas no tardaron en torcerse. Los beneficios de Origin empezaron a mejorar, lo cual provocó peticiones de subida del precio por parte de Perpetual, dueño del 3%, y de los analistas de Macquarie que recomendaban vender. Luego, el principal accionista, el mayor fondo de pensiones del país, AustralianSuper, se opuso rotundamente, alegando que la oferta era muy baja, al tiempo que aumentaba su participación del 12% al 17%. La presión fue suficiente para que la oferta no obtuviera la aprobación del 75% necesaria para pasar la votación de los accionistas.
Por un lado, Brookfield ha tenido mala suerte y se ha quedado con un enorme agujero en su fondo de transición y en sus ambiciones. Ha sido derrotada por un poderoso inversor, que también ha planteado la opción de aportar parte de la financiación de la transición, que adoptara una visión a más largo plazo de cómo Origin podría ganar más dinero para los accionistas manteniendo los planes de descarbonización existentes, que vendiendo ahora. El problema es que AusSuper prevé una transición de Origin “en las próximas décadas”. O sea, un desarrollo más lento de las renovables, y mantener funcionando sus activos de carbón y gas más tiempo que lo que planeaba Brookfield.
La intervención del Gobierno también está resultando embarazosa para todo propietario. Su sorprendente decisión en noviembre de triplicar con creces, hasta 32 GW, la cantidad de renovable y almacenamiento que está dispuesta a financiar es una bendición para inversores ágiles en eólica, solar y de almacenamiento como Macquarie o Squadron Energy, del fundador de Fortescue, Andrew Forrest. Pero acelerará el desplazamiento del poder de fijar precios de la luz lejos de los titulares del carbón y el gas. No es de extrañar que Brookfield pusiera en pausa su Plan C para cazar Origin y que ahora, en un giro perverso, esté agradeciendo en silencio a AusSuper que le impidiera pagar de más.
Es probable que la intervención estatal crezca en todo el mundo, y no siempre de forma beneficiosa para la sociedad. El líder británico Rishi Sunak ha recortado su apoyo a una serie de iniciativas ecológicas, mientras que, si gana en EE UU, Donald Trump eliminará la Ley de Reducción de la Inflación, IRA y aumentará la producción de petróleo, según fuentes conocedoras de sus planes.
La inversión en la transición no tenía por qué ser tan difícil. Al fin y al cabo, las empresas saben que necesitan descarbonizarse, pero también tienen problemas para conseguir el abundante capital disponible para hacerlo. Esto es lo que Carney llama la trampa de la transición. Si las interpretaciones del valor para el accionista en la saga Origin arraigan en otros lugares y si las autoridades hacen demasiados reajustes duros de sus políticas, muchos esfuerzos de descarbonización se tambalearán.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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