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Para Pensar
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pobreza infantil: un fracaso nacional

La meritocracia es hoy un engañabobos: ni hay verdadera igualdad de oportunidades, ni el ascensor social permite mejorar a quien se esfuerza

Una imagen de la serie realizada por Mingo Venero para Save the Children sobre pobreza infantil en España.
Una imagen de la serie realizada por Mingo Venero para Save the Children sobre pobreza infantil en España.Mingo Venero / Save the Children

Entre las primeras medidas del Gobierno progresista en su segunda andadura ha estado suprimir el Alto Comisionado para la Lucha contra la Pobreza infantil, creado entre las primeras medidas del Gobierno progresista en su primera andadura. Un forofo podría pensar que, con ello, el Gobierno progresista muestra que ya no existe el problema; que, con su encomiable gestión durante los primeros cinco años, ha puesto fin a la pobreza infantil y que, por tanto, ya no es necesario un alto comisionado. Mientras, un moderno neocon de los que flota en realidades paralelas diría que por fin los progres reconocen que no hay pobreza infantil en España, que es un invento de vagos e insatisfechos que quieren vivir de la sopa boba y no esforzarse ni en los estudios, ni en el trabajo.

Lo primero, por tanto, es comprobar con datos, si es que todavía les reconocemos validez factual, si tenemos o no pobreza infantil. Y, casualmente, estos días se ha hecho público un estudio de Unicef, según el cual España obtiene la peor nota en pobreza infantil de la Unión Europea y se sitúa en el lugar 36 de 39 entre los países de la OCDE, con una tasa bastante estable del 28% de pobreza infantil, más de dos millones de menores de 18 años. Y añade, detrás de esta tasa, inaceptable para un país como España, que “hay niños, niñas y adolescentes que no pueden permitirse comer carne o pescado al menos una vez cada dos días, ni fruta y verdura diariamente, que no cuentan con ropa, calzado o libros adecuados, que no viven en una casa con la temperatura adecuada y que no pueden irse de vacaciones una vez al año”.

Y se trata de un fenómeno persistente (más de dos años consecutivos) en el 20% de los niños, con más de la mitad sufriendo privación material y social severa. El riesgo de pobreza infantil aumenta entre las comunidades de inmigrantes, comunidades gitanas o los que viven en hogares con un solo adulto (normalmente, la madre).

Entre 2014 y 2021, la tasa de pobreza infantil ha mejorado un 4% en España frente a una reducción media del doble en el resto de países. Por tanto, tenemos en España una pobreza infantil muy elevada, estructural y las medidas puestas en marcha para combatirla han sido insuficientes.

Más allá de la opinión que nos merezca esta realidad, el problema se agudiza por dos hechos repetidamente contrastados: la pobreza se hereda en mayor medida que la riqueza, y las consecuencias de la pobreza infantil tienden a durar toda la vida. Un país que crea en la igualdad de oportunidades intentará nivelar la desigual situación de partida entre un niño nacido en una familia pobre y otro en una rica. Y, para ello, solo hay dos mecanismos: ayudas públicas para uno e impuesto de sucesiones para el otro, ambos diseñados de manera adecuada y con análisis de resultados.

La existencia de una elevada pobreza infantil y el hecho de que más de las dos terceras partes de la desigualdad de riqueza en España se explica por las herencias de partida y no por el mérito y la capacidad de los individuos, son pruebas contundentes de que, digan lo que digan los políticos, no se cree, o no se aplica, la igualdad de oportunidades. Lo cual es todavía más grave para un Gobierno progresista.

Aquellos que parten con desventaja desde el nacimiento, tampoco encuentran en el camino facilidades que les ayuden a desarrollar, con esfuerzo, su mérito y su capacidad. Porque nacer en una familia pobre condiciona, por ejemplo, el resultado escolar, como demuestran todos los estudios realizados. Nuestros bajos resultados académicos en el Informe PISA, sobre todo en matemáticas, se deben a muchas causas: desde la formación del profesorado, a los contenidos que se enseñan, a los métodos de enseñanza. Pero hay una constante en todos los informes: las puntuaciones son peores en colegios situados en zonas socialmente desfavorecidas.

A mayor desigualdad socioeconómica de las familias, mayor diferencia en las notas entre alumnos, en las tasas de abandono escolar, en el nivel educativo alcanzado y, en consecuencia, en el acceso al mercado laboral y sus retribuciones. Como se viene repitiendo desde hace años, sin que ello haya movido una ceja a ningún responsable político: el ascensor social ha dejado de funcionar en España.

La meritocracia, ese gran concepto que ha unido en las últimas décadas a socialdemócratas y conservadores hasta convertirlo en la columna vertebral ideológica del sistema social occidental, es, hoy, un engañabobos: ni hay verdadera igualdad de oportunidades, ni el ascensor social permite mejorar en la vida a quien se esfuerza de acuerdo con su mérito y su capacidad. No es que los hijos vayan a vivir peor que sus padres. Es que estamos regresando, a pasos agigantados, al sistema estamental, según el cual tu posición social viene determinada, de por vida, según la familia en la que naces.

No sé a ustedes, pero a mí me parece que este es uno de los problemas reales más importantes que tenemos hoy en España. Tal vez por ello, me permito hacer una sugerencia al presidente del Gobierno y al líder de la oposición: lancen una movilización conjunta de toda la sociedad española en torno a medidas acordadas entre el nuevo Ministerio de Infancia y Juventud y las Comunidades Autónomas, con tres objetivos: reducir a la mitad la tasa de pobreza infantil en esta legislatura y a cero, en la siguiente; recortar a la mitad la tasa de abandono escolar en esta legislatura y mejorar 50 puntos en las materias que se miden en el próximo Informe PISA. Quiero vivir en un país que mejora y si conseguimos estas metas –y no es imposible- sin duda lo hará. Este es el patriotismo que me interesa: conseguir que millones de jóvenes vean como se les abre un horizonte de posibilidades concretas para vivir una vida mejor. ¿Se apuntan?

Jordi Sevilla es economista

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