Los dirigentes chinos aceleran hacia la japonización
Xi Jinping ha perjudicado al sector privado, a la globalización y a la autonomía de los gobiernos regionales
El mercado inmobiliario chino está en declive. La deflación de la deuda flota en el aire. La población activa disminuye y el crecimiento del PIB tiende a la baja. No es de extrañar que el FMI, en su reciente reunión de Marrakech, advirtiera de la ralentización del crecimiento económico en la República Popular, y planteara la perspectiva de una “japonización”, el prolongado malestar económico y financiero que afectó a su otrora flamant...
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El mercado inmobiliario chino está en declive. La deflación de la deuda flota en el aire. La población activa disminuye y el crecimiento del PIB tiende a la baja. No es de extrañar que el FMI, en su reciente reunión de Marrakech, advirtiera de la ralentización del crecimiento económico en la República Popular, y planteara la perspectiva de una “japonización”, el prolongado malestar económico y financiero que afectó a su otrora flamante vecino tras la implosión de una burbuja de activos hace tres décadas. El problema es que los desequilibrios económicos de China son mucho peores que los de Japón en 1990. Y eso antes de considerar las ruinosas consecuencias económicas del autocrático gobierno de Xi Jinping.
En las últimas décadas, China ha seguido la senda de crecimiento iniciada por Corea del Sur y Japón tras 1945. Lo que se conoce como Modelo de Desarrollo Asiático implica altos niveles de inversión financiados con el ahorro interno, un consumo doméstico relativamente decaído y un fuerte crecimiento de las exportaciones. Los países que adoptaron este enfoque disfrutaron durante muchos años de un rápido crecimiento. El espectacular desarrollo de China en las últimas décadas se ajusta a este modelo. Con el tiempo, sin embargo, se acumulan los desequilibrios. Gran parte de la inversión se malgasta y el crecimiento de la productividad se ralentiza. Aparecen burbujas inmobiliarias alimentadas por el crédito. La economía choca contra un muro.
Es lo que ocurrió en Japón en 1990 y en otros países asiáticos unos años más tarde. La situación de China parece vulnerable, ya que su burbuja inmobiliaria empieza a desinflarse. Su economía está mucho más desequilibrada que la nipona al final de la burbuja. La inversión china está en torno al 42% del PIB, unos 6 puntos más que en Japón en 1990, según el FMI. La tasa de ahorro bruto de China es del 44% del PIB, 11 puntos más que la de Japón en 1990. Mientras que el consumo de los hogares japoneses superaba el 50% del PIB al final de la burbuja, los hogares chinos consumen hoy solo el 38% del PIB.
El bum inmobiliario japonés es material de leyenda. Se calcula que los terrenos del Palacio Imperial de Tokio valían más que toda la tierra de California. Pero la burbuja inmobiliaria china parece aún más extrema. En la última década, la construcción residencial china alcanzó un máximo de alrededor del 20% del PIB, unas tres veces más que Japón en 1990. El inmobiliario chino parece mucho más sobrevalorado. A finales de 2022, China representaba algo más de un cuarto del total mundial de bienes inmuebles, cuyo valor de mercado ascendía a 380 billones de dólares, según Savills. En otras palabras, el valor agregado de los inmuebles chinos era aproximadamente 5,5 veces superior al PIB del país. En comparación, la burbuja japonesa alcanzó un máximo de 4,8 veces el PIB.
El crédito del sector privado chino alcanzó el 227% del PIB a principios de año, según el Banco de Pagos Internacionales, unos 13 puntos más que el máximo de Japón en 1993. Normalmente, los países más ricos pueden asumir un mayor volumen de deuda. Pero el PIB per cápita de China solo ha alcanzado la mitad del nivel de Japón en 1990. Su población en edad de trabajar ha empezado a contraerse, como también ocurrió en Japón hace unas tres décadas. Si China quiere pagar su enorme deuda y evitar una década perdida al estilo japonés, debe mejorar su asignación de capital.
Por desgracia, bajo la presidencia de Xi, el país parece avanzar en la dirección contraria. El extravío económico de China está catalogado en el libro de Yasheng Huang The Rise and Fall of the East (Auge y caída de Oriente). Huang, profesor de la Sloan School of Management del MIT, teme que Xi esté resucitando el modo burocrático de gobierno que ahogó durante siglos el desarrollo económico de China en la época imperial. Tras 1978, las autoridades dieron a los gobiernos provinciales una libertad sustancial para promover el crecimiento y les recompensaron por cumplir una meta. Ahora Xi está recortando la autonomía de los gobiernos locales. Los objetivos del PIB crearon sus propios problemas, sobre todo porque animaron a las autoridades a invertir excesivamente en infraestructuras. Pero la alternativa es peor, dice Huang. Ahora se juzga a los funcionarios por su lealtad a Xi.
El milagro económico de China lo crearon empresas privadas. Pekín parece no entenderlo, según Huang. Las empresas privadas han estado recibiendo una parte menor del crédito bancario, mientras que las estatales, menos eficientes, reciben más. Xi ha atormentado a algunas industrias. A finales de 2020, los reguladores suspendieron la OPV de Ant, la filial de servicios financieros de Alibaba. Al año siguiente, las autoridades tomaron medidas enérgicas contra las empresas privadas de tutoría, y Tencent acordó pagar 100.000 millones de yuanes (13.000 millones de euros al cambio actual) para ayudar a los esfuerzos de distribución de la riqueza del Gobierno.
Pekín también ha socavado los límites entre las empresas privadas y el Estado. Todas las compañías están obligadas a crear una célula encargada de garantizar que las operaciones comerciales se ajustan a las prioridades del Partido Comunista. Las leyes de seguridad nacional estipulan que todo ciudadano chino debe ayudar a los servicios de inteligencia cuando se le solicite. Estos requisitos han minado la confianza de los colaboradores, socios y clientes occidentales de las empresas chinas. Cuando Huawei proclama que es una empresa privada, cada vez convence a menos extranjeros. El fomento por parte de Xi de una diplomacia agresiva de guerrero lobo y de ruido de sables hacia Taiwán ha minado aún más la inclinación occidental a hacer negocios con China. La semana pasada, Washington endureció los controles sobre las exportaciones a China de chips avanzados utilizados en IA.
Tras el colapso de su economía de burbuja, Japón sufrió tres crisis bancarias y una proliferación de empresas zombis. Las firmas japonesas se hicieron famosas por su bajo rendimiento del capital. Al menos, a diferencia de sus homólogas chinas contemporáneas, siguieron siendo entidades reconociblemente privadas controladas en última instancia por los accionistas. Japón tampoco amenazó el sistema comercial mundial mientras sus empresas siguieron siendo libres de exportar, intercambiar tecnologías y adquirir firmas occidentales. La sociedad japonesa permaneció cohesionada durante las décadas perdidas. El malestar social está mucho más cerca de la superficie en la China gobernada por los comunistas.
China ha desafiado durante décadas las predicciones de un inminente colapso económico. Pero los motores del crecimiento del país –el sector privado, la globalización y la autonomía decisoria de los gobiernos regionales– se han visto perjudicados por las medidas de Xi, afirma Huang. El colapso inmobiliario, instigado por los tardíos intentos de Pekín de desinflar la burbuja, ha acercado a China al borde del abismo. Después de 1990, el sistema bancario del país tardó en resolver sus deudas incobrables. La semana pasada, Pekín ordenó a los bancos estatales que refinanciaran la deuda de los gobiernos locales con plazos más largos y tipos más bajos.
La cuota de Japón en el PIB mundial pasó del 17% en 1990 al 7% en las dos décadas siguientes. La economía china va en la misma dirección.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
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