La difícil ecuación del coche eléctrico europeo

La capacidad de maniobra de Bruselas para proteger la industria del motor frente a China es limitada

La marca china BYD, que además es el mayor fabricante de baterías del mundo, ha presentado su e6, una apuesta por los coches eléctricos y baratos.France Presse

La carrera por el coche eléctrico en Europa parece haberse convertido en una competición de obstáculos. Las marcas comunitarias no solo se enfrentan a costes de fabricación más altos en estos vehículos, a retrasos en la instalación de las infraestructuras de carga y a un plazo, el año 2030, que muchos consideran casi utópico, sino también a una competencia cada vez más dura por parte de fabricantes extracomunitarios, principalmente chinos. Tampoco el panorama está claro para los consumidores, que en la mayor parte de los países europeos están lejos de poder aspirar a un coche eléctrico de manufactura comunitaria debido a una barrera imposible de ignorar: la de su elevado precio.

Precisamente ha sido el precio el factor que ha convertido a la industria china del motor en el primer enemigo de la europea, porque esta no puede competir con unos fabricantes que reciben subsidios estatales en un montante que les permite ofrecer precios imbatibles. Según la asociación de fabricantes europeos, Pekín otorga un 60% más de ayudas a los vehículos eléctricos e híbridos enchufables que Europa, algo que se suma a unos costes laborables y de materiales notablemente menores que los comunitarios y explica que en China se vendan modelos a 4.000 euros mientras que la media en Europa es de unos 40.000. Consciente del problema y presionada por marcas europeas como Stellantis, o extranjeras, pero con fuerte presencia en la UE, como Toyota, la Comisión Europea ha anunciado que abrirá una investigación “contra los subsidios a los vehículos eléctricos que llegan de China”. Bruselas no ha detallado cuál será la respuesta europea, pero ha reconocido la amenaza que China supone para la industria comunitaria y el modo en que los fabricantes chinos están distorsionando el mercado.

Aunque el diagnóstico del problema es sencillo, la solución resulta bastante más compleja. La industria del motor reclama que Europa imponga aranceles a los coches chinos o bien que aumente las subvenciones a los fabricantes comunitarios. La primera opción tiene una dificultad que sería ingenuo minusvalorar, la del creciente peso económico de China en la UE, especialmente en economías como la alemana y en sectores clave, como el de baterías, una circunstancia que limita el margen de maniobra de Bruselas. La segunda opción, que habría que justificar ante los contribuyentes europeos, difícilmente podría competir con la cuantía de los subsidios de Pekín. Aunque la UE debe actuar con firmeza en defensa de la industria europea, esta tendrá que asumir también las limitaciones de un mercado globalizado y la necesidad de mejorar en lo posible la competitividad de sus precios.

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