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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un débil crecimiento que debería pesar en Fráncfort

Ante el riesgo de sobreactuación, Lagarde debería actuar con cautela

CINCO DÍAS
Portugal
Christine Lagarde en el foro de Sintra (Portugal), el 27 de junio. Ve necesario que las empresas absorban en sus márgenes los mayores costes laborales ECONOMIA BCEBCE (Europa Press)

La ligera aceleración que ha experimentado la economía de la zona euro no invita a lanzar campanas al vuelo y debería observarse con mucha cautela desde Fráncfort mientras deshoja la margarita sobre qué hacer en septiembre respecto a una nueva subida de los tipos de interés. El avance del 0,3% del segundo trimestre del año respecto al primero, divulgado este lunes por Eurostat, confirma las expectativas y aparta de nuevo el fantasma del decrecimiento, pero no despeja las nubes que se ciernen para finales de año.

Estamos hablando de muy pocas décimas. El producto interior bruto (PIB) se contrajo un 0,1% en el cuarto trimestre de 2022 y se estancó en el primero. Ahora, la actividad ha retomado impulso gracias a la moderación de la inflación y la mejora de los salarios, pero a un ritmo tan leve que puede tambalearse a la más mínima revisión a la baja de estas estimaciones iniciales (y en los últimos meses ha habido corrección de los números en cada revisión).

Es cierto que la llegada de una crisis profunda parece descartada y la recesión a secas lleva meses decepcionando a todos sus profetas –en el conjunto de Europa y en especial en España–, pero también lo es que las señales de desaceleración son inequívocas y persistentes. Las restricciones de la política monetaria se están empezando a sentir en el coste de financiación y lastran así el consumo de los hogares y de la inversión de las empresas, a pesar de la fortaleza del mercado de trabajo. El índice PMI que elabora la firma S&P Global, un indicador adelantado de referencia de la actividad empresarial, cayó a los 48,9 puntos en julio, su nivel más bajo desde noviembre. Antes, en el mes de mayo, ya se había registrado un descenso de la producción industrial del 2,2%.

En este escenario, y con la inflación aún lejos de la meta del 2% (tocó el 5,3% julio), el Banco Central Europeo ha optado por elevar el precio del dinero al 4,25%, su nivel más alto desde 2000, pero aquel año la economía del club del euro creció un 3,4%, una tasa robusta muy alejada de la foto actual. Las subidas de los tipos de interés no se trasladan de forma inmediata a la economía, sino que tiene un decalaje de 18 a 24 meses, con lo que el impacto irá a más en los próximos trimestres. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, advirtió la semana pasada que la evolución de la inflación sigue demasiado elevada, no apuntó a una nueva subida como algo probable en la reunión de septiembre, pero insistió en que la opción está sobre la mesa. Ante el riesgo de sobreactuación, Lagarde debería actuar con cautela. Los datos no invitan a otra cosa.

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