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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El mercado no atiende a las tertulias políticas

Es, de nuevo, el anclaje europeo el que anestesia la incansable agitación

CINCO DÍAS
La vicesecretaria general del PSOE y ministra de Hacienda, María Jesús Montero y el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, a su salida de una reunión con los diputados y senadores socialistas, en el Congreso de los Diputados, a 30 de mayo de 2023, en Madrid.
La vicesecretaria general del PSOE y ministra de Hacienda, María Jesús Montero y el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, a su salida de una reunión con los diputados y senadores socialistas, en el Congreso de los Diputados, a 30 de mayo de 2023, en Madrid.Eduardo Parra (Europa Press)

Un observador imparcial que intentara deducir la situación política española de la económica, o viceversa, bien podría concluir que por error está analizando las realidades de dos países diferentes. El alto voltaje de la situación política, una carrera de analogías a cual más exagerada, contrasta con una economía que en sus grandes agregados ofrece estabilidad. No es así para los ciudadanos de a pie, cuyas particulares economías se han visto castigadas por la subida en vertical de la cesta de la compra y por el encarecimiento de la hipoteca o el alquiler.

Quizás el mejor ejemplo de la disociación entre la realidad económica y la realidad percibida en el universo paralelo de la política (si bien sería más correcto el término multiverso) es que en la pléyade de argumentos usados por partidos y expertos para explicar la victoria popular en las elecciones brilla, por su ausencia, la cesta de la compra. Cuando menos, es verosímil que quien no llega a fin de mes castigue con su voto al que manda, pues alguien ha de cargar con la culpa.

La medida en que los inversores han obviado las elecciones es, también, indicativo de que la polarización política que vive el ciudadano de a pie es en gran medida exagerada. A ojos del inversor, España no debe ser hoy una suerte de república bolivariana donde la propiedad privada está bajo amenaza, ni parece estar a punto de convertirse en un estado paria de Europa al estilo húngaro. De lo contrario, los precios de los activos habrían recogido estos acontecimientos extremos e históricos que nos narran cada día los tertulianos de plantilla. El bono español, y el Ibex 35, se han movido más por el acuerdo sobre el techo de gasto de Estados Unidos, una derivada concreta y amenazante (aun lejana) de la polarización política. La subasta de deuda del jueves se celebró con la misma previsible rutina que antes de las elecciones. Bien está que sea así, y que así siga.

Es, de nuevo, el anclaje europeo el que anestesia la incansable agitación. Las directrices de política económica en Europa son más de matiz que de fondo, en particular en los últimos tres años. Y sobre todo, la alternativa a este consenso tácito es peor, para el que manda y para el que aspira a mandar. Basta un ejemplo. En Italia, donde la deuda sí paga una prima por el riesgo político, un partido a priori antisistema y de bagaje preocupante ha asumido con naturalidad el peaje del poder. Meloni no ha cuestionado a Bruselas ni ha amagado con hacerle el juego a Moscú, quizás aprendiendo del fracaso de su ambicioso aliado Matteo Salvini.

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