El emprendedor vital o la gran economía de los silenciosos
En España hay 3,3 millones de autónomos frente a 25.000 startups. Su impacto económico es mucho mayor, su reconocimiento, no
La quiebra de Silicon Valley Bank ha levantado voces de alarma en el ecosistema de emprendimiento e innovación de todo el mundo por su vinculación y proximidad con el mundo startup. ¿Estaremos ante el pinchazo de una supuesta burbuja en el sector? Opiniones hay para todos los gustos, y algunas muy expertas, pero donde seguro que no existe burbuja alguna es en el emprendimiento vital.
Este concepto nos permite resignificar algo que sin embargo lleva toda la vida dándose: personas que han decidido emprender, dar ese salto, pero cuyos sueños no cotizarán en Bolsa, ni sus servicios impactarán mundialmente a través de una app. Su actividad no genera especulación alguna ni atrae a inversores de capital riesgo. Sin embargo, su existencia es imprescindible para la economía de este país.
Hablamos de los oficios tradicionales: electricistas, panaderos, psicólogos, artesanos, abogados, diseñadores, tenderos, fontaneros, pero también de nuevos oficios como coaches, freelancers de UX, de bg data, de software, consultores de gestión de residuos, de economía circular, instaladores de placas solares, creadores de contenido, y un largo etcétera.
Más allá del sector en el que opere, su diferencia está en el alma: se aventuran a emprender un negocio fusionando tanto la necesidad económica como su realización vital, un cóctel ciertamente heroico y muy poco reconocido. El atrevimiento es tal que su éxito o su fracaso se une irremediablemente a su propia marca personal, a la de Marta o a la de Juan, que “se pusieron por su cuenta; a ver cómo les va”.
El emprendimiento vital está tan conectado a la realidad económica del país que sus pilares asustan por su volumen. Según datos de Informa D&B, en España en 2022 el número de startups no llegó a 25.000, mientras que son más de 3,3 millones de personas las que trabajan en régimen de autónomos. Además, si tratáramos a los emprendedores vitales como un grupo empresarial unificado, este sería el segundo mayor contratador del país –solo por detrás del Estado–, el primer proveedor empresarial por número de servicios y, desde luego, el motor indispensable de la actividad del día a día en España.
Este artículo no pretende hacer competir al emprendimiento de startup o escalable y al emprendimiento vital –ambos son necesarios y positivos–, sino reivindicar este último, con muchísimo mayor impacto económico y social real, pero menos glamuroso, generalmente poco reconocido y con escaso apoyo por parte de los actores del ecosistema de emprendimiento en España. El emprendimiento vital es la economía de los silenciosos.
El emprendimiento vital presenta además una serie de cualidades singulares. Para comenzar, una gran versatilidad y adaptación a los tiempos debido a la ausencia de estructura: la suma de sus células no conforman un enorme mamut, frágil y extinguible ante cambios bruscos de contexto, sino millones de células eucariotas, unicelulares y autónomas, que se van reconvirtiendo conforme el mundo cambia. Por si esto fuera poco, la ausencia de escalabilidad en el emprendimiento vital, vista por muchos como un defecto, es un signo de desarrollo orgánico. Si se da un crecimiento, es casi siempre real, sostenible en el tiempo y libre de especulación. El emprendimiento vital actúa como un repelente natural a los que buscan el pelotazo.
Esta última característica aleja no solo al capital riesgo, sino a la mayor parte de inversores. Cuando algo no es lo suficientemente interesante para el mercado, en este caso, inversor, pero es un elemento estratégico para la estabilidad y el progreso nacional es el Estado el que debe crear instrumentos para protegerlo. Durante la crisis financiera, por ejemplo, lo hizo comprando a precio de saldo los ingentes activos tóxicos de un sector clave como es la banca para evitar su colapso, con cargo a los contribuyentes. Sin embargo, a pesar de todos los atributos positivos y de la magnitud económica que representa el emprendimiento vital en nuestro país, su fomento y apoyo es escaso.
El nuevo régimen de autónomos es un avance, pero no soluciona los problemas de fondo. Una equiparación en derechos laborales a los trabajadores por cuenta ajena es ya el siguiente paso, y su financiación no debiera salir del bolsillo del emprendedor vital. Otro claro ejemplo del olvido son los fondos de recuperación, que han desplegado pocas herramientas adaptadas a su perfil, algunas positivas –tales como el Kit Digital–, pero claramente insuficientes.
Ahora que ya hemos visto la silenciosa, pero enorme relevancia de los emprendedores vitales, desde el sector del emprendimiento proponemos tres medidas concretas tan necesarias como urgentes.
En primer lugar, una normativa que regule a todos los niveles la relación entre los emprendedores vitales y la Administración pública, que simplifique sus vínculos y facilite una relación equilibrada que deje de ahogarles (IVA, IRPF, cotizaciones, etc.).
En segundo lugar, continuar apostando por su digitalización, combinándolo además con formación en nuevas tecnologías que permitan aumentar el valor añadido de lo que venden. Por último, y no menos importante, así como se hizo con el Kit Digital, impulsar un kit de transición a la sostenibilidad, que aumente la resiliencia y adaptación del emprendedor vital a través de herramientas verdes y enfoques regenerativos sobre su modelo de negocio.
Todas estas medidas y otras muchas impactarían de lleno sobre la gran base emprendedora del país, los emprendedores vitales y, por tanto, sobre la economía real. Aún estamos a tiempo, aprovechémoslo.
Alberto Alonso de la Fuente es responsable de Alianzas Públicas de Impact Hub
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