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Editorial
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Perfil político en Industria con el Perte del motor como reto

El segundo esfuerzo, con un mejor desarrollo y más próximo a las necesidades de los fabricantes, parece resolver las carencias del anterior

CINCO DÍAS
Héctor Gómez, nuevo ministro de Industria.
Héctor Gómez, nuevo ministro de Industria.JUAN CARLOS HIDALGO (EFE)

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comunicó ayer los nombramientos de Héctor Gómez y José Manuel Miñones Conde como ministros de Industria y Sanidad, respectivamente. La crisis de gobierno era obligada por las designaciones de los actuales titulares, Reyes Maroto y Carolina Darias, para concurrir en las inmimentes elecciones autonómicas y municipales.

Ni Gómez, diputado que había sido relevado en julio como portavoz del Congreso, ni Miñones, delegado del Gobierno en Galicia, figuraban en ninguna quiniela de ministrables. En el caso del segundo, ni siquiera era demasiado conocido en la escena nacional. El jefe del Ejecutivo se ha decantado por dos perfiles de partido, con una vis más política que técnica en un año de gran carga electoral. Sánchez también ha preferido una renovación de mínimos, sin tocar la coalición y poner en la picota ningún ministro afecto al equipo de Podemos, quedando intocada el área económica. Una decisión también comprensible si se considera que la primera visita del año a las urnas obligará a pactar los gobiernos regionales el día después.

El racional político de la elección, empero, no implica que los elegidos, al menos en lo que respecta al nuevo ministro de Industria, Comercio y Turismo, puedan pasar de puntillas por el cargo en estos nueve meses. De hecho, afrontan importantes retos de gestión. En el caso de Gómez destaca la obligación de encauzar de una vez por todas el Perte del motor, cuya primera puesta en escena, probablemente mal diseñada, se dejó en el tintero más de 2.000 millones de euros en fondos europeos. Se trata de un revés que España no se puede permitir y que levantó ampollas en el propio Ministerio. El segundo esfuerzo, con un mejor desarrollo y más próximo a las necesidades de los fabricantes, parece resolver las carencias del anterior, pero aún debe implementarse. La cuestión no es baladí, y no admite pasividad alguna, ya que la transición al vehículo eléctrico amenaza con dejar en el camino muchos puestos de trabajo en una industria de cabecera para la economía española.

Con el turismo en clara recuperación tras la debacle de la pandemia, tal vez sería demasiado reclamar a un ministro en apariencia tan efímero que lidere el debate sobre el futuro de la industria española, cuya aportación al PIB palidece año tras año frente a la hegemonía del sector servicios. Es hora de prestigiar las actividades que comprende, facilitar su transformación tecnológica, potenciar la productividad total de los factores y reflexionar sobre el tamaño de las empresas. Un desafío que supera el ciclo electoral.

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