Todo a la vez, en todas partes, siempre, y un quitamiedos bancario

Los test de estrés a la banca están bien para ejercitarse en tiempos de calma, pero no sirven de mucho cuando vienen la aflicción y la mudanza

Christine Lagarde, presidenta del BCE.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)

El quitamiedos es la EBA (Autoridad Bancaria Europea) y sus test de estrés, que están bien para ejercitarse en tiempos de calma, pero que no sirven de mucho cuando vienen la aflicción y la mudanza.

Sirven para tranquilizarse y no estar preparados para la siguiente crisis bancaria, algo para lo que, como todo el mundo sabe, es extraordinariamente difícil estar listo, pues las crisis, si bien llegan con algunas características comunes, traen una o dos específicas que son las que marcan la diferencia y las que dejan a los bancos centrales perplejos y lamentándose por no haber sabido preverlas.

A los bancos centrales les ha dado por cargar de trabajo burocrático a los bancos comerciales, desde su papel en la lucha contra el cambio climático hasta los ejercicios de autosatisfacción en esas llamadas pruebas de estrés y back-testing. El caso es no estar centrados en lo que tienen que estar y que la crisis futura les pille desprevenidos…

No en vano, entre el arsenal de frases que concentran la sabiduría adquirida en las crisis financieras destaca una relativamente reciente, y adaptada de lo que les pasa a los generales con las guerras: que “los bancos centrales siempre están preparados para dar la batalla de la crisis anterior”.

La recomendación a los bancos de tener deuda pública abundante en sus balances para poder hacer frente a la falta de liquidez en una emergencia sirvió de poco en el caso del Silicon Valley Bank, que no solo cumplió, sino que se excedió, aunque descuidó la cobertura del riesgo de tipo de interés y, cuando estos subieron rápidamente, las minusvalías tácitas amenazaban con comerse el capital. Con la retirada de depósitos a una velocidad nunca vista, tuvieron que materializarlas y convertirlas en pérdidas consolidadas.

Pocos días después, la fuga de depósitos alcanzó tal proporción que la Reserva Federal tuvo que acudir al rescate con su gran línea de crédito, que sin embargo dejaba fuera de la red de seguridad al banco First Republic por no disponer entre sus activos de deuda pública suficiente como para llevarla a descontar a la Reserva Federal. De ahí que esta haya tenido que recurrir al dinero privado, instando a once bancos a aportar al First Republic depósitos bancarios por valor de 30.000 millones de dólares. No sé si en la Reserva Federal son conscientes de que al hacer algo así están ampliando la vía de propagación de la crisis (por si hubiera pocas vías de contagio abiertas ya): los once bancos, encabezados por JP Morgan, tienen ahora un riesgo elevado y nuevo con un banco regional al que hasta hace poco mirarían por encima del hombro y al que gustosamente ni le dirigirían la palabra.

Todo esto es una operación repetida una y otra vez a lo largo de la historia. De hecho, en 1907, el propio fundador de la banca Morgan, John Pierpont Morgan encabezó la operación de salvamento de la banca de EEUU desde su famosa biblioteca de Nueva York, encerrándose con los demás banqueros a la manera en que se encerró a los cardenales en Viterbo en 1272 para que eligieran Papa. De allí salió la operación para volver a poner las cosas en su sitio.

El caso es que ya estamos en el primer acto de este drama bancario, que por ahora sigue los pasos habituales: se rescata a varios bancos regionales con una línea de crédito nueva y se insta a diversos grandes bancos a rescatar a otro banco que pasa bajo el radar de la Reserva Federal, de la misma manera que se empujó a J P Morgan a quedarse con Bear Stearns en marzo de 2008. Se extiende el contagio a un banco desastroso, el Credit Suisse, que, en otra época, formó parte de la aristocracia financiera internacional, y que, en su alianza con First Boston, tuvo empleados de gran prestigio, uno de los cuales, Pedro Pablo Kuczynski, llegó a ser presidente de Perú 35 años más tarde.

Y así sucesivamente se va propalando el pánico bancario en un ambiente ya maleado por la subida de los tipos de interés y el probable aumento de la morosidad futura. Contagiado todo porque los bancos tienen los mismos tipos de activos y cuando los de uno se ven perjudicados se ven deteriorados los de todos ellos.

De modo que los bancos centrales se encuentran ante la tesitura del diablo, entre subir los tipos de interés para yugular la inflación, agudizando con ello la crisis financiera, o no subirlos y dejar sin rematar la tarea de controlar la subida de precios.

Christine Lagarde, con su arrogancia habitual, que ya le jugó una mala pasada en marzo de 2020, decidió que la subida de tipos de interés era prioritaria, en una distinción tomista entre el papel del BCE como garante de la estabilidad financiera y su rol como estabilizador de los precios. El distingo le ha salido más bien mal. Y es que recordémoslo una vez más, cuando suben los tipos de interés desde negativo a 3,5% o desde cero a 4,75% aumenta la morosidad, y todo se vuelven problemas.El contagio por las vías habituales de las relaciones financieras entre los bancos y el miedo a la solidez de los demás hacen el resto. La crisis bancaria se desarrolla, igual que siempre, veloz, toda a la vez, y en todas partes.

Las crisis bancarias son dinamita y, como en aquella película de hace 55 años (1968), La dinamita está servida.

Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero

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