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EL FARO DEL INVERSOR
Tribuna
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Milagro bursátil cañí

Invertir en el Ibex es fundamentalmente una apuesta por el sector bancario, que representa un 35% de la Bolsa nacional

Mi padre se negaba a comer pan integral porque le recordaba a su infancia de escasez en la posguerra. Los cambios permanentes de comportamiento como respuesta a eventos traumáticos son comunes y ya eran descritos por Hipócrates en la Grecia clásica. Locke y Hume llevaron la idea a las ciencias sociales y, ya en este siglo, Malmendier y Nagel lo aplican a las finanzas en un famoso artículo llamado “Hijos de la depresión: ¿afectan las experiencias macroeconómicas a la aversión al riesgo?” (Spoiler: sí) donde describen cómo los individuos expuestos a malos resultados en la Bolsa en sus primeros años como inversores terminan ganando significativamente menos a lo largo de su vida como resultado del miedo con el que gestionan su dinero durante el resto de sus vidas.

A los inversores españoles no les faltan eventos traumáticos. Entre 2010 y 2020, la década posterior a la Gran Crisis, la Bolsa española tuvo uno de los peores rendimientos entre las Bolsas occidentales. Sus inversores perdieron, de media, un 3% cada año, mientras que la Bolsa europea ganó un 6% anual, y los que se aventuraron en Estados Unidos obtuvieron el equivalente a un 15% cada año. En acumulado impresiona aún más: 1.000 euros invertidos en 2010 en Estados Unidos, Europa y España se habrían convertido en 3.030, 1.570 y 676 euros respectivamente, a finales de 2020.

Que la Bolsa mundial tuviera una década excepcional importa poco: los que estaban considerando invertir no lo hicieron porque tuvieron exposición constante a titulares en periódicos e informativos que narraban la penuria del Ibex, mientras que los que ya invertían perdieron un tercio de su dinero. Esto no habría ocurrido con una estrategia de diversificación bien hecha: la Bolsa española supone menos del 2% de la capitalización mundial, y con ese porcentaje en cartera los inversores ni se habrían dado cuenta de que el Ibex 35 fue un drama en esa década. Pero los españoles tenían más de la mitad de su cartera invertida localmente, un pecado grave en la gestión de carteras en el que caen incluso los inversores más experimentados. Invertir en aquello con lo que uno se siente más familiarizado y seguro—aunque sea el consejo del famoso inversor Peter Lynch—es un error en la mayoría de los casos. Diversificar entre países, sectores y empresas—aunque no los conozcas—diluye el riesgo.

En resumen, cientos de miles de inversores salieron escaldados, y terminaron yendo a esconder su dinero en cuentas corrientes para siempre. Sin duda, esa década aciaga tiene que ver con el hecho de que España tenga uno de los porcentajes de adultos que menos invierten en Europa, un 28% según BlackRock.

Lo paradójico es que la razón de su fracaso entonces es la misma que explica su éxito hoy: su composición sectorial. Invertir en el Ibex es fundamentalmente una apuesta por el sector bancario, que representa un 35% de la Bolsa nacional, contra un 20% en el índice europeo. Los bancos han vivido unos años excepcionales, pasando del largo invierno de los tipos negativos y el estancamiento económico a un entorno de crecimiento y tipos de interés elevados. Por eso han aumentado su capitalización más de un 70% este año, y, aunque la macro es similar para todos los bancos europeos, los españoles lo han hecho particularmente bien, sacando casi 30 puntos adicionales de rentabilidad al resto de bancos europeos solo en 2025. ¿Por qué? Han sido los menos generosos a la hora de remunerar a sus clientes (aunque sí lo han sido en los precios de sus préstamos), eran más baratos que sus equivalentes europeos y han podido beneficiarse de una economía que creció más, resultando en un aumento del beneficio del 20% en 2024.

Hay otros factores que van más allá de la banca. La valoración atractiva, los altos niveles de reparto por dividendos y la exposición a una economía que crece el doble que la europea son rasgos que los seis bancos del Ibex comparten con sus 29 compañeras de índice. Por ejemplo, el rápido crecimiento del turismo ha llevado en volandas a las aerolíneas y aeropuertos españoles. Y así con todo hasta explicar por qué la Bolsa española ha subido un 30% este año cuando la europea no llega al 10%.

La cuestión es: ¿qué queda ahora por delante? La respuesta corta es que queda mecha para seguir creciendo, pero no para seguir haciéndolo con la fuerza de estos últimos años. Los factores que nos han traído aquí siguen presentes, pero con menor intensidad. Primero, la economía se desacelera, pero de manera moderada. En 2025 España seguirá duplicando el crecimiento europeo y el año que viene mantendrá un diferencial de medio punto. Además, la tasa de paro aguantará alrededor de niveles actuales, por debajo del 11%, lo que, aunque no es para sacar pecho, es una cifra positiva para una economía como la española. Segundo, los bancos tienen por delante años con los tipos al 2%. Para los que sobrevivieron al prolongado periodo de tipos negativos esto es un paseo por el parque. Tercero, aunque las valoraciones ya no son de derribo, siguen siendo ampliamente mejores que las del resto de Europa. Las empresas españolas son un 10% más baratas que las europeas si usamos la ratio precio beneficio, y un 20% si miramos el valor contable. Y cuarto, seguirán siendo las más generosas con los accionistas en 2026, repartiendo un 4,5% de su beneficio como dividendo, contra un 3,7% de las empresas europeas. En contra de España juega que los inversores piensan que no queda mucho crecimiento de beneficio por delante, menos del 5% en 2026, la mitad del 10% que se espera en Europa.

Con todo esto, la recomendación no varía apenas de la de cualquier otro año: la Bolsa española tiene un lugar en las carteras, particularmente con una macro como la actual, pero con moderación porque eleva enormemente la concentración regional y sectorial, y eso es poner demasiados huevos en la misma cesta.

Francisco Quintana es director de estrategia de inversión de ING España

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