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El faro del inversor
Tribuna
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Los mercados se militarizan

Las carteras de inversión deben adaptarse a los nuevos tiempos estratégicos

El presidente estadounidense Donald Trump en la cumbre de la OTANU.

A estas alturas de año (la mitad de la ruta hecha), de siglo (una cuarta parte) y de mandato de Donald Trump (que se nos antoja mucho, pero apenas cumplió cien días en mayo) parece muy claro que el mundo se mueve en una dinámica que recuerda más a los años ochenta del siglo pasado —Guerra Fría, conflicto Irán-Iraq, Guerra del Líbano, primera Intifada— que al orden globalizado posterior a la caída del Muro de Berlín.

Siguiendo esta línea argumental, debemos diferenciar, por lo que respecta a su influencia sobre los mercados financieros, entre los cambios geopolíticos de corte estructural de los shocks de tipo coyuntural, estos últimos razonablemente impredecibles por su naturaleza.

Por lo que respecta al nuevo orden estratégico, parece claro que la conjunción de mayor gasto en defensa —estos días lo hemos visto en la cumbre de la OTAN— un comercio global con mayores restricciones de bienes y servicios y, en definitiva, un mundo más ilíquido, va a tener un efecto perdurable sobre la inflación y, con ello, sobre los tipos de interés en el largo plazo. No, no hablamos del volver a los tipos de los años ochenta mencionados, pero, desde luego, sí debemos dar por concluido el marco financiero —tipos muy bajos o negativos, inflación inexistente— en el que nos movimos desde la crisis de Lehman Brothers hasta el coronavirus.

En ese sentido, no está de más comentar que alcanzar un 5% del PIB de gasto en defensa llevaría a Alemania, por ejemplo, a invertir más de 215.000 mil millones de dólares al año. Ello le colocaría como la tercera nación con más inversión en temas militares en dólares constantes, lejos de los más de 800.000 millones de EE UU, pero no tanto de los 245.000 millones que destina China (la segunda) y muy por encima de los 133.000 de Rusia, sumergida, por lo demás, en pleno conflicto bélico. En el caso de España, supondría dedicar a defensa 80.000 millones al año, o 50.000 millones solo con llegar al 3,5%, que parece el punto mínimo a alcanzar. Esa cifra es, aproximadamente, lo que destinaba Reino Unido a sus fuerzas armadas, antes de la invasión de Ucrania. O más de cuatro veces el presupuesto del Ministerio de Defensa español, por esas fechas.

Es evidente que estos niveles de gasto no son inocuos para algo tan sensible como los mercados. Desde el punto de vista macro, el incremento de gasto tendrá sus efectos sobre la inflación y las curvas de renta fija, que deberían cotizar los mayores niveles de endeudamiento y déficit. Así mismo, podríamos ver también algo de tensión sobre el empleo, por la competencia de mano de obra, que debería ser atraída, con mayores sueldos, hacia el servicio de las armas. En la parte más positiva, tampoco está de más comentar que la inversión en defensa ejerce una importante tracción sobre el desarrollo tecnológico y el trabajo de alta capacitación.

Y si esto pasa en el plano estratégico, en el táctico las noticias vienen, esencialmente, por la situación en Oriente Medio y, más concretamente, Irán. Después de la rápida subida del precio del crudo, tras el inicio de los ataques israelíes de la semana pasada, la intervención de EE UU, de momento, ha tenido un cierto efecto “placebo” sobre los mercados. Y es que, llegada la situación a este punto, el ataque estadounidense a los centros de producción de uranio enriquecido iraní era una opción no solo posible, sino casi inevitable. Una decisión nada fácil para un presidente tan poco dado al intervencionismo —de hecho, un paradigma del aislacionismo— como Donald Trump. Porque solo EE UU dispone de armas —la combinación de bombarderos furtivos B-2 “Spirit” y bombas penetradoras LGB-57— como para poner (teóricamente) fuera de servicio a estas plantas, singularmente la de Fordow, construida a gran profundidad. Y, ante este hecho consumado los mercados han respirado algo: no es cualquier cosa, entendido en un plano más amplio, que Irán no vaya a disponer, de momento, de armas nucleares. Y no son solo los mercados, o Israel: son también los países árabes de la zona, ninguno de los cuales, por cierto, simpatiza con el régimen chií de Irán. Y es que EE UU, ha vuelto a demostrar que, sin su concurso, la defensa de occidente carece de la suficiente robustez; un mensaje de cara al futuro de la OTAN, por cierto. Todo ello con independencia de que veamos nuevas tensiones con los mismos o nuevos actores en la zona.

Por lo que se refiere al ámbito financiero, debemos decir que los shocks geopolíticos suelen tener un efecto limitado en el tiempo: pasado un periodo —unos pocos días, semanas o meses— las Bolsas y la deuda suelen volver por donde solían, antes del impacto. Naturalmente esto no siempre es así: como contraejemplo tenemos la duradera Crisis del Petróleo, ocasionada con motivo de la guerra árabe-israelí del Yom Kippur, en octubre de 1973. Conviene apuntar, no obstante, que las economías mundiales se encontraban en aquella época en pleno proceso de transformación, tras los fuertes crecimientos asociados al periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial. Poco que ver con el estado de la macro, hoy.

Por todo ello, mucha atención y mucha flexibilidad en un mundo cambiante. Parece claro que las carteras de inversión deben adaptarse a los nuevos tiempos estratégicos que, probablemente, serán más benignos desde el punto de vista normativo con la inversión en defensa, por ejemplo. Pero también la coyuntura macro y política merece ser seguida con detenimiento. Y, en ese sentido, no dejar de aprovechar por un exceso de prudencia mal entendida las oportunidades que puedan presentar los mercados, ante determinadas eventualidades, de corte no estructural. Y, tal y como está el mundo, no parece que vayan a faltar estas oportunidades.

Pedro del Pozo es director de Inversiones Financieras de Mutualidad.

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