40 millones por un dinosaurio: las otras inversiones de los lobos de Wall Street

El fundador de Citadel paga la cifra más alta pagada hasta ahora por un fósil

Fotografía cedida por Sothebys que muestra el esqueleto de un dinosaurio estagosaurio apodado 'Apex', en Nueva York (Estados Unidos). .Matthew Sherman/ Sothebys (EFE)

El fundador del hedge fund Citadel es el segundo inversor más rico del mundo y, desde hace unas horas, el propietario de Apex, “el estegosaurio más grande y completo jamás encontrado”. Kenneth C. Griffin ha desembolsado 44,6 millones de dólares, unos 40,8 millones de euros, para hacerse con un esqueleto de 3,35 metros de alto y 6,1 metros de la...

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El fundador del hedge fund Citadel es el segundo inversor más rico del mundo y, desde hace unas horas, el propietario de Apex, “el estegosaurio más grande y completo jamás encontrado”. Kenneth C. Griffin ha desembolsado 44,6 millones de dólares, unos 40,8 millones de euros, para hacerse con un esqueleto de 3,35 metros de alto y 6,1 metros de largo en una subasta celebrada este miércoles en Sotheby’s. Un desembolso muy superior a los seis millones de dólares que se esperaban recaudar y con el que ha roto el mercado: se trata del importe más elevado jamás pagado por un esqueleto de dinosaurio, y que supera los 32 millones de dólares que pagó Abu Dabi por Stan, un Tyrannosaurus Rex hace cuatro años.

Apex, descubierto hace solo dos años en una región de Colorado (EE UU) muy reconocida por sus yacimientos del Jurásico Superior, destacó desde el primer momento por tratarse de uno de los pocos esqueletos que son encontrados intactos, apunta la casa de subastas. De los 319 huesos que lo conforman, se encontraron al menos 254 en la zona. Su futuro pasará ahora por ser exhibido en algún museo estadounidense, dado que Griffin ha destacado que “Apex nació en Estados Unidos y se quedará en Estados Unidos”.

No es esta la primera aventura jurásica de Griffin, que ya en 2018 donó 16,5 millones de dólares a un museo de Chicago para financiar la exhibición de un molde del dinosaurio más grande descubierto hasta el momento, pero sí supone una de las primeras incursiones, conocidas, de los grandes lobos de Wall Street en este mercado, que hasta ahora había recibido más atención por parte de figuras de Hollywood como Leonardo DiCaprio o Nicolas Cage. Hasta la fecha, el historial de Griffin como coleccionista se había limitado al mundo del arte, donde es conocido tanto por sus fuertes pujas en las subastas como en el mercado de las compras privadas. En 2020 desembolsó 100 millones de dólares por un Basquiat, un importe reducido frente a los 500 millones que había pagado cinco años antes en una transacción en la que logró hacerse con dos obras, Número 17A de Jackson Pollock e Intercambio, de Willem de Kooning. Minucias para un inversor cuya fortuna se eleva a 37.000 millones de dólares y de la que ha destinado más de 1.000 millones a edificar una casa a su madre en la zona más lujosa Palm Beach, Florida, aunque para ello haya tenido previamente que comprar y derribar un total de 13 propiedades distintas.

El origen de su afición por el coleccionismo se remonta, según ha reconocido él mismo, a un viaje a Nueva York realizado en 1999 cuando, por casualidad, entró en la casa de subastas Sotheby’s y contempló una de las bailarinas de Degas. Días después quiso adquirir la escultura, pero no lo logró. “Me superaron en la puja; intenté comprarlo, pero el martillo cayó, no era mi oferta, no estaba dispuesto a llegar tan alto”, reconoció en un encuentro con el confundador del fondo de capital riesgo Carlyle, David Rubenstein recogido por la revista Vanity Fair. “Nunca me había sentido tan frustrado en mi vida. Colgué el teléfono y llamé a Sotheby’s al día siguiente y ofrecí más dinero para comprarlo, y ese fue el comienzo de mi pasión por el arte”, añadió.

La afición por el coleccionismo de Griffin es compartida por un buen puñado de grandes gestores de fondos, que con ello además disfrutan de importantes beneficios fiscales. Es el caso de J. Tomlinson Hil, quien fuera vicepresidente de la firma Blackstone, donde fue responsable de la división de fondos de cobertura (hedge funds), y que en la actualidad es uno de los mayores coleccionistas de arte del mundo. En las paredes de su colección hay obras de Rubens, Warhol, Picasso o Bacon o Caravaggio. “Yo no colecciono. Más bien, busco obras de arte que me interpelen y que, luego, puedan conversar con las demás piezas que tengo”, aseguró a El País hace poco más de dos años. ¿El origen de su colección? Una lata de sopa Campbell pintada por Warhol por la que pagó unos 340.000 dólares.

Steve Cohen atesora aficiones. El fundador del hedge fund Point72 es además dueño del equipo de beisbol New York Mets y posee, entre otras obras, El sueño de Picasso. Un cuadro por el que pagó 155 millones de dólares en 2013 al magnate de los casinos Steve Wynn. Pero su colección, que rota trimestralmente por las distintas oficinas del fondo en EE UU, Reino Unido o Asia, es mucho más amplia y está valorada en más de 1.000 millones de dólares. Supone una pequeña parte de una fortuna que se estima en más de 13.000 millones de dólares.

En Europa, el mayor exponente de la afición por el coleccionismo es Edouard Carmignac, fundador de una firma de inversión que ha llegado a gestionar activos por un importe superior a los 50.000 millones de euros. El inversor es dueño de una colección de más de 300 obras de arte de artistas como Andy Warhol, Roy Lichtenstein o Jean-Michel Basquiat, artista que pintó un retrato de Carmignac en los ochenta que, según ha reconocido el empresario, inspiró el logotipo de la gestora.

Pero no todo son lujosas fundaciones y pisos en Manhattan decorados por obras valoradas en millones de dólares. En 2021 uno de los pioneros del mundo de los hedge funds, Michael Steinhardt, fue obligado a devolver casi dos centenares de obras de arte valoradas en más de 70 millones de dólares. Una investigación federal desveló que se trataban de obras expoliadas de yacimientos de un total de 11 países, entre los cuales estaban Egipto, Grecia, Israel, Siria o Turquía. Según se determinó entonces, el inversor, cuya fortuna es superior a los 1.200 millones de dólares, demostró durante décadas “un apetito voraz por los artefactos saqueados sin preocuparse por la legalidad de sus acciones, la legitimidad de las piezas que compró y vendió o el grave daño cultural que causó en todo el mundo”. Steinhardt evitó la cárcel, pero a cambio tuvo que aceptar la prohibición a perpetuidad de coleccionar obras de arte.

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