El ‘greenwashing’ ya no preocupa tanto al inversor
Las grandes gestoras de EE UU afrontan la pérdida de mandatos de estrategias ESG en un mercado cada vez más politizado. Europa sí mantiene el interés por la inversión sostenible, en un proceso de ajuste de expectativas tras años de un bum desordenado
Lo sostenible ha dejado de ser por ahora una apuesta generalizada e infalible entre los inversores. La construcción de una cartera guiada por los criterios medioambientales, sociales y de buen gobierno corporativo eclosionó hace unos años en la industria de la gestión de activos de forma arrolladora, pero en los últimos tiempos ha perdido fuelle en un repliegue en el que influyen varios factores: los propios de un mercado financiero cambiante y los de un sector que ha crecido con gran rapidez, muy por delante de la respuesta de los reguladores, y al que también ha llegado el negacionismo climático.
La inversión ESG estalló con la pandemia, coincidiendo con el anuncio de las enormes inyecciones de dinero público con las que los gobiernos iban a reconstruir sus economías tras una parálisis total. El futuro iba a ser verde y sostenible, lo que iba a requerir inversiones multimillonarias en infraestructuras y tecnología. Esa perspectiva alimentó las cotizaciones de las renovables y atrajo como un imán a inversores y gestoras.
Años después, el entorno es muy distinto: las renovables pasan por mal momento en Bolsa frente al tirón bursátil de las petroleras y la industria armamentística, y las grandes gestoras afrontan incluso la pérdida de mandatos en carteras con el sello ESG por parte de inversores desencantados y descreídos del cambio climático.
BlackRock, la mayor gestora de fondos del mundo, afronta una verdadera campaña antiESG en Estados Unidos, liderada por los fondos de pensiones de titularidad pública de los estados con signo político republicano. El Texas Permanent School Fund, un fondo que financia la enseñanza pública en el estado tejano, ha puesto fin al mandato dado a BlackRock para la gestión de un patrimonio de 8.500 millones de dólares, la mayor retirada registrada hasta la fecha por un gobierno republicano. La decisión es casi una gota de agua en comparación con los 802.000 millones de dólares en activos que gestiona BlackRock de acuerdo a criterios ESG, y casi insignificante para un gigante con 10 billones de dólares de patrimonio total. En un clima político extremadamente polarizado, el ala dura de los republicanos argumenta (en ocasiones llegando a los tribunales) que los fondos ESG incumplen el deber de fideicomiso (velar por la rentabilidad de la cartera) al incluir cuestiones no financieras.
La industria de la inversión sostenible reconoce que no corren buenos tiempos en el mercado estadounidense. La amenaza de la pérdida de mandatos de gestión ha llevado a Invesco, JP Morgan, Pimco y State Street a retirarse del grupo Climate Accion 100+, una agrupación de inversores y grandes empresas que elaboran propuestas para combatir el cambio climático que son llevadas a las juntas de accionistas. BlackRock ha reducido su participación en esta iniciativa solo para su negocio fuera de Estados Unidos. Larry Flink, su poderoso presidente, reconocía hace meses que había dejado de usar el término ESG por estar demasiado politizado.
Europa es diferente
Esa polarización entorno a la ESG no ha llegado a Europa, donde el respaldo político y regulatorio está siendo un valioso sostén para el arraigo de la inversión sostenible. Aun así, los responsables de este área de negocio reconocen cierto retroceso en los últimos tiempos, aunque sin llegar a una pérdida de interés por parte de los clientes. “La sostenibilidad sigue siendo una prioridad para nosotros y para nuestros clientes. Lo que es cierto es que los dos últimos años han sido verdaderamente difíciles para la ESG debido a un rendimiento que en general ha sido inferior”, explica Laura Kaliszewski, directora global de inversión sostenible para clientes de Natixis Investment Managers. Los fondos ESG, más focalizados en compañías de energías renovables y con componente tecnológico, se han visto penalizados por las subidas de tipos –que han pasado una elevada factura a las empresas de crecimiento–, y por unos costes energéticos elevados, que han favorecido en cambio a las energéticas de combustibles fósiles.
Carlo Fassinotti, responsable de marketing y experto en ESG de Nordea, uno de los referentes europeos en inversión ESG, apunta que “la demanda a corto plazo de fondos alineados con las estrategias ESG parece haberse moderado entre los clientes minoristas, más como un resultado de las condiciones de mercado”. Defiende en cambio que la tendencia de sostenibilidad a largo plazo permanece intacta y asegura que no han detectado ninguna pérdida de interés en su base de clientes. La gestora ha obtenido recientemente dos mandatos de inversiones institucionales, uno en Japón y otro en EE UU. Filippo Casagrande, director de inversiones y responsable de sostenibilidad de Generali AM, coincide en que “contar con una sólida oferta ESG sigue siendo un factor diferenciador para atraer a los clientes europeos”.
Lo contaminante, más rentable
Más que un retroceso, el sector ve un ajuste de expectativas, tanto por parte de los inversores que apostaron en un principio por la ESG como de la propia industria. Y en este sentido, el estallido de la guerra de Ucrania marcó un punto de inflexión en la inversión sostenible. El conflicto disparó los precios del petróleo y el gas, hasta casi provocar una crisis energética, e hizo volar la cotización de gasistas y petroleras. Además, marcó el inicio del rally alcista de la industria de defensa, en un buen tono que se mantiene a día de hoy. En definitiva, el mercado premió sin dudar a los combustibles fósiles y las armas, estrategias cuestionables desde el punto de vista ESG. Y echó por tierra el mantra defendido hasta entonces por muchos de que la inversión sostenible generaba un extra de rentabilidad. “Se pensó que pasábamos a un mundo sin fósiles de la noche a la mañana, y que las empresas gestionadas con criterios ESG iban a subir en Bolsa pasase lo que pasase. La industria de gestión de activos no lo vendió de forma apropiada, como una transición ordenada”, señala Ana Guzmán, directora de inversión y de impacto de la agencia de valores Portocolom. En su opinión, la pérdida de fuelle de la inversión sostenible es un “movimiento natural que tiene todo el sentido”, en el que inversores, empresas e industria financiera están ajustando expectativas.
En ese proceso, las estrategias con sello ESG también están afinando en los procesos de selección de compañías para evitar el mal capaz de desacreditar al conjunto de la industria, el greenwashing. Es decir, la presentación por parte de una empresa de un modelo de negocio bajo criterios ESG sin serlo, o la comercialización de productos de inversión bajo un falso sello ESG. La gestora alemana DWS protagonizó uno de los casos más sonados de greenwashing y pactó el pasado año con la SEC, el regulador del mercado financiero estadounidense, el pago de una multa de 25 millones de dólares para cerrar dos investigaciones abiertas. La SEC acusaba a la gestora de fallos en sus sistemas contra el blaqueo de capitales y de falsedades en su política de inversiones verdes y socialmente responsables.
Las acusaciones de greenwashing también han llegado recientemente a la Bolsa española. Iberdrola ha acusado de ello a Repsol y ha presentado una demanda contra la petrolera por lo que considera publicidad engañosa sobre la sostenibilidad de su negocio. La denuncia, reflejo de la intensa rivalidad comercial entre ambas compañías, apenas ha tenido impacto en la cotización de la petrolera, beneficiada estos días por el ascenso en el precio del crudo.
El azote del ‘greenwashing’
“Los casos de acusaciones de greenwashing han provocado sobre todo daños a la reputación, y en algunos casos también multas, pero sigue siendo difícil saber si los inversores han asignado sus fondos de forma diferente debido a esta evolución”, señala Daniel Wild, responsable de sostenibilidad en J. Safra Sarasin Sustainable AM. La gran dificultad para analizar el impacto de lo que es, o no, inversión sostenible está precisamente en la falta de una definición concreta y global sobre cuáles son las características que dan credibilidad al sello ESG. Según apunta Carola van Lamoen, responsable global de Inversión Sostenible en Robeco, “El desafío es que aún no hay una taxonomía global”. Es decir, el sello ESG no significa lo mismo hoy día en la zona euro, Reino Unido o EE UU.
Los reguladores europeos son los que hasta el momento han ido más lejos en el intento de dar más transparencia a la industria ESG, en certificar por ejemplo que un bono que se etiqueta como verde lo sea realmente. Y esa regulación responde además a una mayor exigencia de transparencia por parte de los inversores: quien decide financiar con su dinero un negocio que dice ser sostenible quiere que de verdad lo sea.
“A medida que el mercado se desarrolla y se dispone de más datos, los inversores se vuelven cada vez más exigentes”, añaden desde Nordea. Eso no impide en todo caso que las estrategias ESG inviertan también en empresas contaminantes, pese a la paradoja que pueda suponer. “Creemos en invertir no sólo en lo que ya es ecológico, sino también en lo que puede llegar a serlo. Esto representa la mayor parte de la economía, y es aquí donde los gestores de activos pueden amplificar su impacto y ser parte de la solución”, defiende Laura Kaliszewski. Después de todo, alcanzar el objetivo de cero emisiones netas en 2030 va a requerir inversiones anuales por unos seis billones de dólares al año, según calculan en Natixis IM. Para ese año, pese a la polarización política y los retos económicos, el volumen de activos bajo criterios ESG podría haber alcanzado los 40 billones de dólares, la cuarta parte del total.
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