Transición energética, petróleo a 100 dólares y el ajedrez geopolítico
La OPEP mantiene artificialmente alto el precio del barril mientras la previsión futura de menor demanda condiciona la nueva inversión
No gana la economía para dolores de cabeza. Superada la pandemia y contenido un invierno 2022-2023 que se temía dramático en Europa Occidental por la escasez de gas, la inflación se resiste a ser embridada a causa, ahora, de los precios del petróleo. No es la invasión rusa de Ucrania la que tira del barril, sino los recortes de producción de la OPEP, liderados y ampliados por Vladimir Putin y Mohamed bin-Salman.
El Brent se asoma a la cota psicológica de los 100 dólares por barril y los economistas retocan sus previsiones para 2024: al alza la inflación prevista y a la baja el crecimiento. Por más que el peso del petróleo en las economías no es el de hace décadas, la importación de energía sigue siendo un lastre para las economías occidentales. La demanda mundial de petróleo ha superado en este 2023 el récord establecido antes de la pandemia. En otras palabras, quemamos más petróleo que nunca.
Este mes el presidente de la Agencia Internacional de la Energía, pronosticaba que la demanda de petróleo alcanzará su máximo a lo largo de esta década (el año pasado esperaba que fuera para 2030). La fuerte inversión de China y las economías occidentales en vehículos eléctricos y en generación de energía renovable soporta estos cálculos, que generan un dilema de nuevo cuño para el sector petrolero. Hasta ahora el mercado tendía a equilibrarse por sí solo: las subidas de precios por encima de un determinado nivel reducen la demanda y también incentivan la exploración de nuevos pozos donde es más caro perforar, elevando la oferta y tumbando el mito del peak oil. Ocurrió con el récord del petróleo de 2008, al que siguió el febril crecimiento de la producción no convencional en EE UU y Canadá, duplicada en la década de 2010.
Esta semana, Zhou Xinhuai, consejero delegado de la petrolera estatal china CNOOC, adelantó que en la segunda mitad de 2023 la demanda será más débil que en la primera y señaló que quizá este año la demanda china de petróleo marque su máximo. El país ha generado por sí solo la mitad del aumento de demanda mundial de petróleo en el último cuarto de siglo. BP, en su informe de perspectiva anual, señala que la demanda de petróleo se mantendrá en torno a los 100 millones de barriles diarios hasta 2025, y a partir de ahí confronta varios escenarios: demanda alta hasta 2030 y tímidas caídas o un descenso más acusado. Aun así, en el escenario más aventurado, el petróleo sigue teniendo un papel clave en las economías hasta más allá de 2040.
Esta situación genera un dilema endiablado. El recorte de producción para mantener los precios altos blinda los ingresos petroleros de los países de la OPEP, pero las perspectivas de baja demanda pueden restringir el ánimo inversor de las empresas. En particular para abrir nuevos pozos, pues precisan señales a medio y largo plazo para cubrir los costes de puesta en marcha y extracción (los pozos baratos ya están explotados).
La OPEP jugará sus cartas bajo estas premisas, “reduciendo su producción en esta década en respuesta al crecimiento de otros productores y aceptando una menor cuota de mercado para mitigar la caída de precios”, asegura BP. Posteriormente, no obstante, recuperará terreno, pues ante la caída de la demanda cerrarán primero los pozos no competitivos: los yacimientos no convencionales en EE UU y los productores de fuera de la OPEP, según la petrolera, cuyas proyecciones son a grandes rasgos coherentes con las de la AIE. De este modo, la cuota de mercado del cártel subirá hasta el 50% y el 65% en 2050, frente a poco más de un 30% actualmente, según BP.
Por su parte, las economías occidentales quieren y deben ser menos intensivas en carbono, con el objetivo de llegar a las cero emisiones netas en 2050... Pero mientras tanto necesitarán importar mucho petróleo, en una contradicción similar a la del gas ruso que no queremos pagar a Vladimir Putin pero también necesitamos para calentarnos mientras buscamos alternativas. “Los Gobiernos están legítimamente preocupados por la seguridad energética, pero los nuevos yacimientos convencionales no pueden proporcionar alivio a un mercado tenso, y eso puede hacer aún más complejas las últimas etapas de la transición energética”, asegura la AIE. Según los datos de la agencia, los nuevos permisos de exploración aprobados en el mundo desde la invasión de Ucrania no sirven para compensar la pérdida de producción registrada por Rusia. La industria, por su parte, se puede aferrar a esa misma necesidad de seguridad energética, derivada de la guerra de Ucrania, como salvoconducto para los próximos años, al tiempo que se beneficia del viento de cola que suponen los recortes de producción.
La descarbonización, en definitiva, no va a aclarar el panorama energético en el corto plazo. Al contrario, abre dilemas exclusivamente económicos (invertir en yacimientos o no hacerlo) que se superponen y se interrelacionan tanto con la capa de la geopolítica internacional, que determina los precios y el suministro de combustibles fósiles, como con la capa de la política doméstica.
Si el periodo de impasse está plagado de espinas, la vía para reducir riesgos es acelerar la transición energética sin quitar el ojo de estas dos vertientes geopolíticas. Es la apuesta de China: electrificar la flota de vehículos y generar electricidad con energías renovables tiene el doble objetivo de reducir emisiones y blindarse frente a la dependencia exterior. El elevado uso de carbón sugiere que el objetivo primario es este último.
A título informativo, la AIE ha buscado analogías donde se haya requerido una inversión tan relevante: el aumento anual de 70% en la producción de baterías para coche eléctrico (2010-2020) solo se ve superado por el alza de la producción de aviones en EE UU entre 1939 y 1944. “El ejemplo sugiere que el despliegue de podría acelerarse aún más a través de la inestigación y desarrollo y de una acción gubernamental más concertada”. En otras palabras, la capacidad económica y técnica existe para llegar al net zero está ahí. Quedar por ver la voluntad política para ello.
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