¿Por qué los bancos centrales se empeñan en un objetivo de inflación del 2%? Un porcentaje que nació en Nueva Zelanda

Las expectativas de inflación aún son altas pese a la dureza monetaria. Un 3% se ajustaría más a la realidad económica que dejan la pandemia y el cambio climático, pero ahora no es planteable

Christine Lagarde, presidenta del BCE, Kazuo Ueda, gobernador del Banco de Japón, y Jerome Powell, presidente de la Fed en el foro de Jackson Hole en agosto de 2023.David Paul Morris (Bloomberg)

Diez subidas de tipos sin pausa después, la inflación de la zona euro sigue por encima del 5%, muy lejos todavía del 2% del objetivo que persigue el BCE. En EE UU, tras un aumento del precio del dinero en 525 puntos básicos en el último año y medio, los precios continúan crec...

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Diez subidas de tipos sin pausa después, la inflación de la zona euro sigue por encima del 5%, muy lejos todavía del 2% del objetivo que persigue el BCE. En EE UU, tras un aumento del precio del dinero en 525 puntos básicos en el último año y medio, los precios continúan creciendo a una tasa del 3,7%, por encima también de la meta a la que aspira la Reserva Federal. Y en Japón, país sumergido desde hace décadas en un bajo crecimiento sin inflación, el IPC se sitúa en el 3,3%, también por encima del 2% que se marca igualmente como objetivo el Banco de Japón, el único banco central de las economías desarrolladas que se ha permitido no elevar los tipos en plena espiral inflacionista planetaria.

Los bancos centrales han activado la mayor oleada de aumentos de tipos en décadas en nombre de ese 2%, el nivel ideal al que creen que debería situarse la inflación en un mundo perfecto de estabilidad de precios. Y en aras de esa estabilidad, los bancos centrales están dispuestos a sacrificar el crecimiento con una dura política monetaria que va a tardar tiempo en suavizarse. Todo el tiempo que sea necesario para reconducir la inflación, cuan oveja descarriada, a esa meta concreta del 2%.

Belén Trincado Aznar

El 2% de inflación es hoy objetivo común e incuestionable para los bancos centrales del conjunto del planeta pero no siempre fue así. Tampoco tiene su origen en razones estrictamente científicas. Ese referente del 2% al que reverencian los bancos centrales surgió en las antípodas, en Nueva Zelanda, fruto no de una sesuda investigación monetaria sino de una entrevista televisiva.

En 1988, Nueva Zelanda sufría tasas de inflación del 10% que había llegado a ser del 15%. El por entonces primer ministro Roger Douglas declaró ante las cámaras que lo ideal es que la inflación oscilara entre el cero y el 1%. En un tiempo en que no existía ningún referente concreto en política monetaria sobre objetivos de precios, la Reserva Federal de Nueva Zelanda tomó nota de ese deseo y estableció un objetivo límite para la inflación del 2%, que años después sería replicado en todo el planeta. Aun así, tardaría un tiempo en ser el mantra del banco central más influyente del mundo. En los años 80, cuando Paul Volcker llevó los tipos en EE UU al 19%, no había una meta concreta para la inflación y no fue hasta enero de 2012 cuando la Reserva Federal asumió el objetivo del 2%, bajo la presidencia de Ben Bernanke.

Tímido debate

En un momento en que la décima subida de tipos de interés del BCE amenaza con precipitar la recesión en la zona euro, el debate sobre la conveniencia de insistir en el objetivo de inflación del 2% vuelve a la actualidad. Más aún cuando el propio BCE ha reconocido que erró en su diagnóstico sobre la evolución de precios tras la pandemia, cuando pensó que la inflación iba a ser un fenómeno transitorio, y cuando los modelos económicos y monetarios tradicionales chirrían ante fenómenos nuevos y arrolladores como el cambio climático o el retroceso de la globalización. China ya no es el elemento de precios a la baja que era antes de la pandemia, cuando no había problema en deslocalizar las cadenas de producción. Y los fenómenos climáticos extremos, con sequías o inundaciones cada vez más frecuentes, están presionando el precio de los alimentos.

El foro de política monetaria de Jackson Hole del pasado agosto acogió tímidamente cierto debate sobre el sacrosanto objetivo de estabilidad de precios. Los líderes de la política monetaria mundial no se movieron ni una coma de su compromiso con una inflación del 2%, aunque Jerome Powell marcó el terreno de por dónde podrían ir los tiros de una hipotética revisión de ese objetivo. Tendría que hacerse necesariamente en el contexto de la revisión de la estrategia de la entidad, que no tendrá lugar hasta 2025, y solo tendrá sentido si se ha logrado el actual objetivo de estabilidad de precios del 2%. Por su parte, Christine Lagarde reconoció que “podría estar iniciándose una época de cambios en las relaciones económicas y de rupturas de los patrones establecidos”. Mencionó la probabilidad de “nuevas perturbaciones procedentes del lado de la oferta”, como el fuerte encarecimiento de las materias primas, y las mayores necesidades de inversión que impondrá el cambio climático, ambos factores inflacionistas

Hasta el momento, la última revisión de estrategias de la Fed y el BCE, ambas previas a la pandemia, han introducido mínimas dosis de flexibilidad al objetivo de estabilidad de precios. La Fed lo fijó en una inflación promedio del 2%, dejando margen para épocas en que pueda estar por encima o por debajo de ese nivel. Y el BCE pasó de hablar de una inflación por debajo aunque cercana al 2%, a un objetivo del 2% simétrico a medio plazo, en una suerte de pequeño ajuste al alza.

Credibilidad en juego

“Ahora la prioridad de los bancos centrales es anclar las expectativas de inflación, que aún están por encima del 2%. No se pueden jugar su credibilidad y el planteamiento de cualquier cambio debe resultar de un profundo análisis. La economía global está registrando cambios estructurales de gran magnitud y hay que hacer un buen diagnóstico de lo que está pasando. El error en las previsiones sobre inflación tras la pandemia fue generalizado”, explica Sonsoles Castillo, economista de BBVA Research.

Para Raymond Torres, director de coyuntura económica de Funcas, “es perfectamente comprensible que los bancos centrales defiendan el objetivo del 2%. de no hacerlo, perderían credibilidad”. Pero el experto también señala que un nuevo objetivo de inflación en el 3% rebajaría el riesgo de dañar el crecimiento, y tener que emprender después recortes de tipos más agresivos, al tiempo que sería un nivel más asequible para anclar las expectativas de inflación. Una vez desatada la espiral alcista de precios, se hace muy difícil reconducirla: tasas altas de inflación retroalimentan la expectativa de los consumidores de precios más altos en el futuro. En palabras del gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, “cuando el genio de la inflación sale de su lámpara, se hace más y más difícil devolverlo a ella”. Con las actuales tasas de inflación todo el mundo reacciona a las subidas de precios, pero con una inflación de entre el 2% y el 3% no es tanta la sensibilidad. El 3% está en ese umbral en que el ciudadano se olvida de la inflación”, sostiene Torres.

En el entorno actual, el objetivo sin discusión está en el 2% a medio plazo. De cara al futuro, según señaló Lagarde en Jackson Hole, habrá que seguir teniendo objetivos claros, con flexibilidad en el análisis y humildad a la hora de comunicarlos. “La dificultad no está en las ideas nuevas, sino en escapar de las viejas”, concluyó su discurso Lagarde parafraseando a John Maynard Keynes.

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