Erdogan intensificará los problemas estructurales de la economía turca
La dudosa independencia del banco central, la inflación y el elevado déficit público son el gran reto por delante para recuperar la confianza inversora
La reciente victoria electoral de Recep Tayyip Erdogan en Turquía en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales ha provocado una mezcla de desconcierto y preocupación, sobre todo en lo que respecta a las perspectivas económicas del país. Al ser uno de los mercados emergentes más importantes y un vínculo crucial entre Europa y Asia, la estabilidad económica y el crecimiento de Turquía son una temática de interés mundial.
Recep Tayyip Erdogan ha sido presidente de Turquía desde 2014 y la valoración de sus políticas económicas ha ido cambiando desde que ocupa el cargo. Durante sus primeros años como presidente Turquía experimentó un crecimiento económico significativo, logrando mejoras relevantes en los niveles de vida. El gobierno aplicó varias reformas al comenzar el mandato de Erdogan que liberalizaron la economía, atrajeron inversión extranjera y ampliaron los proyectos de infraestructuras. En general, estas políticas contribuyeron positivamente al desarrollo económico del país.
Sin embargo, durante la presidencia de Erdogan se han llevado a cabo también algunas políticas económicas que han deteriorado, sobre todo en los últimos años, la salud económica de Turquía.
Una de las políticas de Erdogan que genera más preocupación es su constante interferencia en los procesos de toma de decisiones de instituciones financieras independientes, como el Banco Central de la República de Turquía (CBRT). El presidente turco ha nombrado a aliados políticos para puestos clave dentro del banco central del país y ha presionado frecuentemente al CBRT para que adopte políticas monetarias expansivas, que impulsen el crecimiento económico a corto plazo, llegando a alcanzar los tipos de interés reales más bajos del mundo (-35%).
Sin embargo, estas medidas han provocado altas tasas de inflación, una devaluación de la lira turca, pese a la reciente estabilización artificial, y una disminución de la confianza de los inversores. De hecho, debido a la intervención del banco central en el mercado de divisas, las reservas netas de divisas en poder de la autoridad monetaria turca acaban de entrar en terreno negativo, algo que no ocurría desde principios de 2002.
Aumento del déficit público
Por otro lado, la administración de Erdogan ha menospreciado la disciplina fiscal, implementando medidas populistas que han puesto a prueba las finanzas del país. El gasto público, los subsidios y los recortes de impuestos innecesarios han aumentado la deuda pública, exacerbando el déficit fiscal. Entre 2010 y 2017 el déficit fiscal se encontraba entre el 1% y el 2% del PIB; a partir de 2018 subió a niveles en torno al 4% e incluso en algunos años ha sido superior. Tales políticas han contribuido al aumento de la inflación, la reducción de la inversión extranjera, que el propio ejecutivo había conseguido impulsar, y a un crecimiento económico inferior. El caso de la inflación en Turquía puede ser el más llamativo para los observadores occidentales, ya que durante 2022 se llegaron a alcanzar niveles de inflación superiores al 85%.
Como consecuencia de todo ello, la combinación de interferencias políticas, mala gestión fiscal y erosión de la independencia institucional han provocado el deterioro de la confianza de los inversores en la economía turca. Los inversores extranjeros desconfían de un país cuya política económica es impredecible. Esta falta de confianza ha generado salidas de capital, el debilitamiento de la moneda turca, y una mayor carga derivada del endeudamiento, tanto para el gobierno como para el sector privado. Por lo que, para restaurar la confianza y estimular el crecimiento económico sostenible, Turquía necesita alejarse de las políticas aplicadas por Erdogan en los últimos años, renovar su compromiso con la disciplina fiscal y, especialmente, garantizar la independencia monetaria.
Pese a estos precedentes negativos, tras una elección muy reñida a dos vueltas, Recep Tayyip Erdogan salió victorioso, asegurándose otros cinco años como presidente de Turquía. Este resultado sienta las bases para una nueva era en la política turca, que los partidarios de Erdogan ven como una reafirmación de su liderazgo y de la visión que tiene para el futuro del país.
Durante la campaña electoral Erdogan prometió a los ciudadanos mantener las políticas económicas vigentes. Por tanto, no son probables grandes cambios en las políticas que se han llevado a cabo en los ámbitos monetario o de disciplina fiscal. De hecho, lo más probable es que los tipos de interés reales continúen en niveles dramáticamente bajos y crezcan las restricciones de capital.
La confirmación de otros cinco años más aplicando estas políticas puede fomentar una mayor demanda de divisas fuertes y aumentar la presión sobre el tipo de cambio del país en el corto plazo, provocando una devaluación de la lira turca todavía mayor. Tras el resultado de las elecciones y una vez consolidado en el poder, hay rumores sobre un giro a políticas más ortodoxas de la mano de un nuevo ministro de finanzas, pero, de cualquier forma, a corto plazo la lira continúa sobrevalorada y la devaluación seguramente continue incluso si ocurre este posible giro con el nuevo ministro.
El reelegido presidente Erdogan debe abordar con eficacia desafíos como la alta inflación, la estabilidad del tipo de cambio y las reformas estructurales. El éxito de la agenda económica de Erdogan dependerá de la capacidad de su gobierno para sortear estos desafíos e implementar las reformas necesarias para garantizar la estabilidad monetaria a largo plazo y el crecimiento sostenible de Turquía. Por su parte, los inversores deben ser cautelosos con este país debido a la elevada probabilidad de que la divisa local siga, después de las recientes elecciones, devaluándose todavía más.
* John Tidd Kimball es director de Hamco Financial
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