Un cúmulo de escándalos y mala gestión: así ha sido la caída de Credit Suisse
Pérdidas multimillonarias y una reestructuración fallida están detrás del desplome de uno de los bancos más importantes a nivel global
Pérdidas multimillonarias, continuos cambios de ejecutiva y una mala gestión; a esto se achaca la caída de Credit Suisse, uno de los dos bancos más grandes de Suiza. Con más de 160 años de historia, la entidad ha tenido que ser rescatada por UBS, su competidor directo, en una fusión auspiciada por las entidades financieras del país. Era, a ojos de los reguladores, el único movimiento posible para restaurar la confianza en el sistema financiero helvético y evitar la quiebra de uno de los 30 bancos considerados de importancia sistémica, es decir, con impacto en el sistema financiero global.
La entidad tiene presencia en 50 países y ha sido uno de los destinos predilectos del patrimonio de los clientes más acaudalados del planeta. A finales de 2022 tenía 1,3 billones de francos suizos -una cifra similar en euros- en activos bajo gestión. Sin embargo, la acumulación de errores le hizo arrojar en ese año pérdidas de 7.290 millones de francos, eliminando las ganancias de toda la década anterior y tras sufrir la mayor pérdida de valor desde la crisis financiera de 2008. En los últimos tres años, sus acciones se han desplomado alrededor de un 70% sin que ninguno de los ejecutivos que han estado al frente de la entidad haya podido convencer a los inversores de la viabilidad de su plan de reestructuración.
El deterioro de Credit Suisse comenzó a gestarse en 2021, cuando el banco ya sufrió pérdidas por 1.650 millones de francos suizos ocasionadas principalmente por su exposición a firmas de riesgo que habían colapsado, como el fondo de cobertura estadounidense Archegos o la firma angloaustraliana de servicios financieros Greensill. El fiasco de la inversión en estas compañías requirió provisiones por 4.000 millones de euros y exigió ya entonces el recorte del dividendo. Un año antes, el banco estuvo involucrado en un caso de espionaje corporativo que le costó su cargo al entonces consejero delegado, Tidjane Thiam, quien se había incorporado a la entidad cinco años antes, en 2015. El escándalo fue tal que la Autoridad Suiza Supervisora del Mercado Financiero (Finma) decidió abrir un proceso de ejecución contra Credit Suisse con el fin de averiguar si había infracciones de la ley de supervisión.
En enero de 2022, Antonio Horta-Osorio dimitió como presidente por incumplir las normas de prevención de contagios de COVID-19, apenas ocho meses después de ser contratado para reconducir la situación del banco. En julio, el nuevo consejero delegado y experto en reestructuraciones Ulrich Koerner presentó una revisión estratégica, pero no consiguió convencer a los inversores. Un rumor infundado sobre la inminente quiebra del banco en otoño hizo huir a numerosos clientes.
A mediados de ese año Credit Suisse fue encontrado culpable por el Tribunal Penal Federal de Suiza por no impedir que una organización criminal búlgara lavara millones de dólares procedentes del tráfico de drogas a través de la entidad. Fue la primera vez que el país condenó penalmente a un banco por este tipo de prácticas y le multó con dos millones de francos suizos, una cantidad similar en euros. En el momento del veredicto, el tribunal dijo que había encontrado deficiencias tanto en la gestión de las relaciones con los clientes de la organización criminal como en el control de la aplicación de las normas contra el lavado de dinero. Fue un momento vergonzoso que recordaba lo ocurrido en 2019, cuando tres de sus ex banqueros fueron arrestados por haber ayudado a organizar sobornos en préstamos de 1.750 millones de euros en Mozambique, y que se sumaba a la multa impuesta por Bruselas por manipular el mercado de divisas.
Los problemas de reputación se sumaban a los financieros mientras Credit Suisse se esforzaba por reforzar su solvencia y por simplificar una estructura muy compleja, con divisiones de banca de inversión, banca privada, gestión de activos y banca para empresas. El programa Koerner se completaba con dos ampliaciones de capital, que sí fueron cubiertas por completo: en diciembre de 2022 y en el plazo de apenas dos semanas el banco logró captar más de 4.000 millones de euros. En esa ampliación de capital participó el Saudi National Bank (SNB), que se convirtió en el máximo accionista y que en los últimos días ha contribuido de forma desafortunada a la caída del banco.
El siguiente traspié de Credit Suisse fue hace menos de una semana. El banco suizo reconoció el martes la existencia de “debilidades materiales” en sus informes financieros de los dos últimos años debido a la ineficacia de los controles internos. La comunicación de la entidad, ya en plena crisis de la banca estadounidense, llegó pocos días después de que la Comisión de Bolsa y Valores de EE UU (la SEC, por sus siglas en inglés) emitiera un aviso a la institución que la llevó a retrasar la publicación de su resultado anual.
El banco también reconoció que, hasta la fecha, no había podido frenar la sangría de depósitos. En cuestión de horas llegó el golpe final: el primer ejecutivo del Saudi National Bank (SNB), el principal accionista de la entidad suiza, realizó unas declaraciones en las que descartaba aportar más capital en caso de que Credit Suisse lo necesitara. Fueron la señal que activó las órdenes de venta entre los inversores, que ya percibían a la entidad suiza como el banco europeo más vulnerable ante las turbulencias y la desconfianza que se había desatado con el colapso de Silicon Valley Bank y Signature Bank, en Estados Unidos. Las acciones se desplomaron hasta un 30% en Bolsa en la sesión del miércoles y las ventas han continuado incluso después del primer intento del Banco Nacional de Suiza por detener la caída de Credit Suisse, cuando se conoció una inyección de hasta 50.000 millones de liquidez para hacer frente a la retirada de depósitos de los clientes.
La desesperación por reducir a toda costa los temores de una crisis bancaria mundial ha llevado a las autoridades suizas a interceder para que UBS adquiriera a su rival a cambio de apoyo público, lo que devuelve al centro del debate la polémica del uso del dinero de los contribuyentes para ayudar a entidades financieras. Tras la quiebra de Lehman Brothers se endureció la regulación bancaria para garantizar que los bancos contaran con un colchón de deuda anticrisis, pero en el caso de Credit Suisse ese dinero no ha sido suficiente.
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