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Tribuna
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¿Cuánto vale una empresa? Un dilema controvertido

Valorar una compañía es, en definitiva, un ejercicio que mezcla técnica, conocimiento profundo y sentido común

Determinar el valor de una empresa es, sin duda, una de las tareas más complejas y debatidas del corporate finance. En primer lugar, porque para valorar, hay que conocer; una valoración no es solo tratar unos estados financieros en un excel.

Otra complicación frecuente es la confusión entre valor y precio. El valor, o mejor, valor intrínseco, de una empresa es una opinión técnica, basada en metodologías generalmente aceptadas. El precio, en cambio, es la cantidad objetiva por la que comprador y vendedor cierran una transacción. Valor y precio pueden diferir, incluso de forma sustancial.

Una urgencia por vender puede presionar el precio a la baja, aunque el valor intrínseco del activo permanezca inalterado. También influyen factores personales, emocionales y de negociación. La valoración es solo una referencia para fijar precio, ya sea en un mercado organizado o en una transacción privada. Saber disociar ambos conceptos, y explicarlo a los propietarios del activo, es clave, aunque no siempre fácil.

A esto se suma la complejidad técnica de los métodos más usados, como el DCF o los múltiplos. Son muchos conceptos (beta, alfa, WACC, g, EBITDA, etc.), no siempre bien interpretados.

El método preferido para estimar el valor intrínseco es el descuento de flujos de caja (DCF, por sus siglas en inglés). El profesor Pablo Fernández, del IESE Business School, lo ilustra con una metáfora reveladora: “Valorar acciones no es muy distinto que valorar una vaca. Su valor depende de las expectativas de producción y precio de la leche, y de los terneros futuros. Todo se resume en los flujos esperados. Ese valor se compara con el de liquidación. El valor de la vaca es el mayor de los dos”.

El DCF parte de que un activo vale la caja que genera. Por eso, el valor de una empresa está ligado a su capacidad de generar flujos para el accionista. Es un método prospectivo, bien aceptado y que integra todos los factores relevantes, considerando la empresa como un proyecto de inversión. Además, se centra en la generación de caja, menos manipulable que los resultados contables. A cambio, exige rigor técnico y juicio profesional.

Los factores cualitativos también importan. Un buen equipo directivo influye en tres aspectos: el rendimiento histórico superior al sector, la credibilidad del plan de negocio y una menor prima de riesgo —el alfa del WACC (Weighted Average Cost of Capital)—, al reducir la vulnerabilidad del proyecto empresarial.

El contexto económico y las tendencias sectoriales también condicionan el resultado. Un entorno adverso suele implicar peores expectativas de caja y mayor percepción de riesgo, lo que reduce el valor. Por otro lado, los múltiplos comparables son sensibles a las modas del mercado. Por ello, conviene compararlos con el valor obtenido por DCF. Una diferencia notable entre precio y valor intrínseco es, a menudo, señal de burbuja.

Entre los errores habituales al valorar una empresa destacan: no entender el contexto; opinar sin conocimiento suficiente; asumir que valuation is a calculation; y no aplicar sentido común en las hipótesis. Por ejemplo, una WACC del 4% o del 30% en una empresa industrial no es razonable. Tampoco lo es una tasa de crecimiento (g) perpetua del 5%.

Sobre las discrepancias entre métodos, es cierto que pueden surgir, sobre todo entre enfoques estáticos (como el VNC) y dinámicos (como el DCF). En RSM, los múltiplos comparables se usan como herramienta de contraste, no como método principal. Sirven para verificar si los resultados del DCF son coherentes con el mercado.

De nuevo, acudo al profesor Pablo Fernández: “Las valoraciones con múltiplos tienen escasa fiabilidad. Solo tienen sentido tras hacer una valoración por DCF. Entonces sí permiten comparar con otras empresas y razonar su magnitud. Usar múltiplos como método principal solo tiene una ventaja: es rápido y fácil”.

La calidad y transparencia de la información financiera es, por último, decisiva. Si los datos son incorrectos o incompletos, la valoración estará necesariamente mal.

Valorar una empresa es, en definitiva, un ejercicio que mezcla técnica, conocimiento profundo y sentido común. Entre vacas lecheras y flujos de caja descontados, el arte de poner precio al valor sigue siendo uno de los grandes desafíos del mundo empresarial.

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