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Tribuna
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El secreto peor guardado del lujo: fábricas chinas, etiquetas ‘made in’ y una verdad a medias que ya no escandaliza

Fabricar fuera de Europa no vulnera la ley si se respeta la titularidad de los derechos y la calidad

Hay cosas que todos saben, pero pocos dicen. Como que los vaqueros más exclusivos usan el mismo algodón que los de 20 euros. O que muchas celebrities no pagan por lo que lucen en las alfombras rojas. O esto: que parte del lujo “hecho en Italia” o “artesanal francés” puede fabricarse, al menos en parte, en Asia. No todo. Pero más de lo que se admite.

No hablamos de falsificaciones. Es producción legal, controlada, con estándares definidos, pero realizada fuera de Europa. Y eso, aunque ya no sorprenda, sigue incomodando.

Hace poco circularon vídeos virales donde supuestamente se veía a operarios chinos cosiendo bolsos de lujo. Sin contexto ni datos, en lo que parecía una fábrica subcontratada y legal. Más que un escándalo, fue un caso de desinformación viral: alimentó prejuicios, pero no aportó pruebas. Sin embargo, reabrió una pregunta incómoda: ¿Cuánto del lujo que compramos es imagen… y cuánto es verdadera esencia?

El lujo no es una categoría jurídica. Se protege como cualquier otro producto: marcas, diseños, patentes, derechos de autor, secretos empresariales. Su diferencia no es legal, sino conceptual.

Por eso, no es lo mismo un dupe —esas copias que abundan en TikTok, AliExpress o DHgate— que una prenda de lujo fabricada legalmente en Asia. El dupe suele ser ilegal y puede estar vinculado a explotación laboral o redes ilícitas. En cambio, la producción autorizada en terceros países cumple contratos exigentes y controles de calidad.

Fabricar fuera de Europa no vulnera la ley si se respeta la titularidad de los derechos y la calidad. Así lo avala el Acuerdo sobre los ADPIC (1995), que protege la propiedad industrial sin restricciones geográficas. La clave no es el lugar de producción, sino el control.

Además, conviene recordar que no toda imitación constituye una infracción. La Ley de Competencia Desleal en España permite la imitación siempre que no genere confusión o aproveche injustamente la reputación ajena. Imitar sin copiar exactamente, cuando no hay derechos registrados que lo impidan, no es ilegal.

La etiqueta “Made in Italy” o “Swiss Made” no significa que todo el proceso ocurra en ese país. En Italia basta con que la última transformación sustancial —la que da valor o forma final al producto— tenga lugar allí. En España y Francia, rigen criterios similares y en Suiza, se exige que al menos el 60 % del coste, se genere en territorio nacional además del ensamblaje y control final.

A principios de los 2000, muchas marcas de lujo trasladaron parte de su producción a China: menores costes, gran capacidad y eficiencia logística. Con el tiempo, surgieron también desvíos, réplicas no autorizadas y canales paralelos. Algunas marcas replegaron producción; otras reforzaron controles.

Hoy, fabricar en China no es sinónimo de abaratar, sino una decisión estratégica. Muchas fábricas operan con estándares comparables a los europeos. Además, China ya no es solo proveedor: representa más del 25% del consumo global de artículos de lujo… y sigue creciendo.

También está emergiendo como creador. Shang Xia, respaldada inicialmente por Hermès y ahora propiedad de Exor; Icicle, que compró la francesa Carven; diseñadoras como Uma Wang; o propuestas sostenibles como NEEMIC, son prueba de que el lujo chino ya no es imitación, sino identidad.

En este nuevo mapa, el desafío no está en el país de fabricación, sino en proteger la propiedad industrial. Lo crítico no es el taller, sino evitar fugas de diseño, sobreproducción no autorizada o copias tras la ruptura de contratos. Por eso, las grandes marcas despliegan auditores, abogados y sistemas de control. Y China, por su parte, ha reforzado sus tribunales especializados.

En plataformas como TikTok, un bolso falso presentado como “excedente de fábrica” puede parecer más auténtico que el original. La narrativa tradicional del lujo —origen, exclusividad, herencia— convive con nuevas ficciones digitales que, aunque falsas, resultan creíbles. Esto exige una nueva alfabetización: aprender a distinguir entre lo legal, lo real y lo viral.

El supuesto escándalo no es más que el choque entre mito y realidad. El lujo no ha dejado de serlo por fabricar en Asia. Lo que ha cambiado es cómo se produce, cómo se cuenta y cómo se percibe.

El reto ya no es ocultar, sino explicarlo sin romper la ilusión. Porque el secreto peor guardado del lujo también es, en el fondo, su mayor fortaleza: su capacidad para adaptarse sin perder atractivo.

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