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Comercio exterior
Tribuna
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Treinta años de la OMC: el multilateralismo al borde del colapso

Las normas han quedado obsoletas ante desafíos como las subvenciones industriales, el comercio digital o la emergencia climática

Sede de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Este mes de abril, la Organización Mundial del Comercio (OMC) cumple tres décadas desde su fundación con la firma del Acuerdo de Marrakech. Nacida con la ambición de consolidar un sistema comercial global basado en normas, equidad y previsibilidad, la OMC ha sido clave para liberalizar el comercio mundial y evitar el caos proteccionista incluso en tiempos de crisis. Sin embargo, su 30 aniversario llega en un momento de incertidumbre y alarma

La coincidencia con el retorno de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y con él, su agresiva política arancelaria, revela hasta qué punto la OMC atraviesa una crisis de legitimidad y operatividad. Desde 2017, bajo la primera administración Trump, EE UU boicoteó el funcionamiento del Órgano de Apelación, paralizando el mecanismo de resolución de disputas. La desconfianza de Washington hacia la organización no ha cesado, y el riesgo de una retirada formal o, peor aún, de su marginación práctica, planea como una sombra sobre el futuro del comercio multilateral.

La paradoja es evidente: la institución creada para evitar las guerras comerciales del siglo XX, marcando lo que fuese calificado por Francis Fukuyama como “El fin de la historia” y el nacimiento del mito de la globalización neoliberal, podría sucumbir, en el siglo XXI, por la vuelta de un proteccionismo disfrazado de defensa nacional. Con un solo actor poderoso que decida romper las reglas, todo el edificio normativo de la OMC se tambalea. Y ese actor, una vez más, es Estados Unidos.

Pero no todo se explica por Trump. La OMC lleva años arrastrando problemas estructurales. La Ronda de Doha, iniciada en 2001, fracasó por falta de consensos entre países desarrollados y en desarrollo. Las normas han quedado obsoletas ante desafíos como las subvenciones industriales, el comercio digital o la emergencia climática. Y mientras tanto, proliferan acuerdos bilaterales y regionales que, si bien útiles, fragmentan el marco común, no contradiciendo esta proliferación el sistema multilateral, pues la OMC admite expresamente su coexistencia con acuerdos regionales y bilaterales, siempre que estos no generen discriminaciones injustificadas ni socaven los principios básicos de transparencia y no discriminación.

En este escenario, la Unión Europea está llamada a desempeñar un papel fundamental. Como potencia comercial global comprometida con el Estado de derecho, el desarrollo sostenible y los valores democráticos, la UE puede y debe asumir el liderazgo en la revitalización del sistema multilateral. Su impulso a reformas técnicas, como la propuesta de mecanismos de arbitraje alternativos, y su capacidad de generar consensos con países afines y con economías emergentes son activos estratégicos en una OMC que necesita puentes más que trincheras. Además, el respaldo financiero, diplomático y técnico de Bruselas podría ser clave para reactivar la agenda de desarrollo y reforzar la posición de los países más vulnerables dentro del organismo.

Sin embargo, no resulta especialmente reconfortante que, con motivo del 30 aniversario, solo una limitada cantidad de Estados miembros haya suscrito una declaración conjunta en defensa del sistema multilateral de comercio. La tibieza del respaldo formal contrasta con la magnitud de los desafíos que enfrenta la OMC. El silencio o la indiferencia de muchos países, incluso algunos tradicionalmente comprometidos con el orden liberal, debería encender todas las alarmas.

Lo que está en juego hoy no es solo la supervivencia de una institución. Es el futuro de un orden comercial global que, con todos sus defectos, ha permitido a cientos de millones de personas salir de la pobreza y ha evitado que el poder económico se imponga sin límites al más débil. La OMC ha ofrecido a los países en desarrollo un foro con reglas, donde el tamaño no siempre dicta la ley.

Frente a un mundo crecientemente multipolar, es más urgente que nunca recuperar la fe en el multilateralismo. Pero para ello, se necesita algo más que diagnósticos lúcidos. Hace falta voluntad política, empezando por las grandes potencias y para responder a estos retos, deberá impulsar una reforma integral de sus funciones clave, fortaleciendo su sistema de solución de diferencias, modernizando sus normas y promoviendo una mayor inclusión de todos sus miembros.

La OMC debe reformarse, sí, pero no puede hacerlo sola ni vaciada de miembros clave. Como advirtió su directora general, Ngozi Okonjo-Iweala, si no existiera la OMC, habría que inventarla. La pregunta que este aniversario nos impone es si estamos dispuestos a defenderla, y con ella, la idea de un comercio justo y basado en normas, antes de que sea demasiado tarde.

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