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Tribuna
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El efecto Ghibli: la protección del estilo del autor y el mundo homogéneo

Aunque hay quienes afirman que se podría hablar de fair use o un uso justo en este caso, OpenAI difícilmente podría demostrar que el uso de estas obras es legítimo

Signo de derechos de autor cerca de la mano del hombre trabajando

En los últimos días, internet se ha inundado con imágenes creadas por millones de usuarios, conocido como el efecto Ghibli. La nueva actualización de ChatGPT permite la generación de imágenes en el estilo particular del estudio de animación japonés. Y aunque es cierto que la inteligencia artificial democratiza la creación de imágenes, también genera controversia en la protección de los derechos de autor.

¿Qué pasaría si un día nos levantáramos e internet estuviera lleno de imágenes con personajes de piel amarilla, con líneas gruesas y ojos saltones?, O con orejas redondas, grandes y negras, guantes blancos y zapatos gigantes amarillos, ¿No se exaltarían también Matt Groening o Walt Disney?

En este caso, no se trata de gigantes del entretenimiento sino del estudio japonés Ghibli reconocido por películas como Mi vecino Totoro y el viaje de Chihiro. Bajo la estética japonesa, Hayao Miyazaki ha desarrollado un estilo gráfico con un alto nivel de detalle en el que la contemplación, la pausa y la reflexión son elementos principales.

Sin embargo, bajo la legislación vigente de propiedad intelectual, el estilo no está protegido y suena lógico, o por lo menos hasta hoy. De otra forma, significaría, por ejemplo, que el estilo pop art estaría protegido por su máximo exponente Andy Warhol impidiendo que otros artistas puedan usarlo en su práctica creativa. Al no estar protegido legalmente, en teoría cualquier persona puede imitar el estilo Ghibli sin autorización.

El problema es que, si ChatGPT es capaz de replicar este estilo con tanta precisión, es muy probable que haya sido entrenado con las obras originales del estudio japonés. Entonces, lo que genera controversia no es el uso del estilo como fuente de inspiración, sino la falta de autorización para el entrenamiento de los algoritmos con imágenes que sí están protegidas por derechos de autor y que, además, tienen la capacidad de crear masiva e indiscriminadamente estas imágenes.

Hasta donde sabemos, esta autorización de uso no existe. Por el contrario, Miyazaki, ha señalado que el arte hecho por inteligencia artificial es una “afrenta a la vida misma”. Este caso reaviva, entonces, la oposición de los artistas a la IA y la poca protección con que cuentan en esta frenética e imparable revolución tecnológica. Recordemos el escándalo que generó hace un par de semanas la primera subasta de IA realizada por Christie’s y el fuerte rechazo que desató por parte de más de 3.500 artistas quienes firmaron una carta abierta solicitando cancelar la puja.

Aunque hay quienes afirman que se podría hablar de fair use o un uso justo en este caso, OpenAI difícilmente podría demostrar que el uso de estas obras es legítimo. Admitir esta excepción, abriría una puerta para que los algoritmos sean entrenados con obras protegidas sin reconocer la autoría, solicitar autorización o pagar la debida compensación a sus autores. No suena justo tampoco que un régimen legal de propiedad intelectual, pensado para proteger y promover la creatividad humana, termine protegiendo sistemas con capacidad de generar en segundos una imagen a costa del esfuerzo humano, sin autorización o compensación alguna a su autor.

Pero el efecto Ghibli también tiene implicaciones en materia de privacidad. Un tema tan o más polémico como el uso mismo de las imágenes. Para obtener esta versión, miles de usuarios han subido voluntariamente sus fotos a ChatGPT, permitiendo que OpenAI tenga acceso a sus datos personales.

Desde una perspectiva legal, no hay duda de que han dado su consentimiento para este tratamiento y el alcance aún lo desconocemos.

El estilo Ghibli saturó las redes y homogeneizó en pocas horas el mundo visual al que estamos acostumbrados. Sería justo que su creador tenga la capacidad de decidir si quiere o no la popularización de su obra y que, en todo caso, tenga derecho a las famosas “3 Cs”, reconocidas por las asociaciones del sector creativo en el Reino Unido: “Consentimiento”, “Compensación” y “Crédito” por el uso de sus obras.

Pero, además, qué tristeza el mundo homogéneo, en el que todos nos vemos igual, ese que actúa en automático y sigue una tendencia sin cuestionar. Sin duda, estamos en un momento sin precedentes. Cómo interpretamos el marco legal para proteger la creatividad humana, cómo usamos estas herramientas y qué esperamos de ellas, qué le exigimos a las empresas de IA en el entrenamiento de sus algoritmos y cómo, al final, inclinamos la balanza para proteger a los artistas y su inmensa capacidad creativa.

Hoy, paradójicamente, es el creador japonés que valora el arte minucioso, la narrativa pausada y la profundidad de las relaciones humanas quien experimenta la velocidad y la viralidad de la era digital y nos cuestiona sobre la protección de la contemplación y pausa del autor. Solo el tiempo dirá.

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