La hiperregulación europea frente al desafío de la inteligencia artificial
Europa tiene que encontrar un equilibrio entre la protección del individuo y la promoción de la innovación

El derecho digital es un terreno en constante evolución, donde la voluntad reguladora europea, sustentada en la protección del individuo, ha representado históricamente un reto a la innovación. Este axioma, tradición ya, se acentúa ahora con la llegada de la inteligencia artificial (IA) generativa, que pone de nuevo a Europa en el ojo del huracán regulatorio. El tema cobra especial relevancia en una agenda legislativa europea que viene sufriendo en las últimas semanas una fuerte ola de críticas ante el tsunami tecnológico de sistemas de IA entrenados en Estados Unidos y Asia con unas barreras normativas radicalmente más laxas.
El problema viene de lejos. La tradición normativa europea ha puesto el foco históricamente en el individuo, a contrario sensu de otras tradiciones legislativas como la americana, cuyo epicentro se halla en los mercados, o la asiática, culturalmente centrada en la protección del Estado. Esta realidad, que no hace sino responder a la idiosincrasia cultural de cada territorio, representa en la actualidad para Europa un alto coste en términos de competitividad.
Tal y como apuntaba el informe Draghi, -un estudio clave en el análisis del panorama regulatorio europeo-,la compleja regulación continental ralentiza la capacidad de innovación de las empresas europeas, que se ven obligadas a construir sus bases en un entorno altamente regulado. Y así, más allá de proporcionar un marco claro que impulse el desarrollo de nuevas tecnologías, la regulación europea se está posicionando en los últimos tiempos como un freno a la innovación. Esta realidad, no nueva por otra parte, se agudiza en el caso de la IA, gran motor transformador de todos los sectores económicos en la actualidad.
Por su propio formato de funcionamiento, un sistema de IA precisa de altos volúmenes de información y datos (input) de cara a proveer resultados adecuados (output) a sus usuarios, que manipulan los sistemas de IA a través de instrucciones (prompts). Esta realidad nos muestra que serán aquellas compañías que puedan entrenar y evolucionar sus modelos con altos volúmenes de información las que se terminen alcanzando una posición de dominio en el mercado.
Lo que estamos viendo ahora, tanto en Estados Unidos como en Asia, es que las empresas tienen una mayor libertad de desarrollo de tecnologías con menos obstáculos regulatorios, lo que les permite innovar a un ritmo mayor que sus contrapartes europeas y entrenar sus modelos de una manera más favorable. Las herramientas de IA desarrolladas en estas regiones no solo están ganando terreno en el mercado global, sino que también tienen la ventaja de ser más eficientes y avanzadas, lo que coloca a las empresas europeas en una posición de clara desventaja cuando se trata de competir a escala internacional.
Y si bien es cierto que estas compañías llegarán a Europa (como ha ocurrido siempre) en busca de los cerca de 750 millones de potenciales usuarios que habitan el Viejo Continente y tendrán entonces que adecuarse a la férrea regulación europea, la realidad es que su punto de salida en la carrera tecnológica es claramente más ventajoso que el de sus homólogos europeos. A nadie sorprenderá ver en unos años cómo las tecnológicas americanas y asiáticas campean victoriosas en el mercado europeo, y ello, no porque vayan a dejar de observar la norma europea, sino porque ofrecerán al usuario europeo un mejor servicio, construido bajo un panorama regulatorio más proclive.
Europa tiene un reto importante en sus manos: encontrar un equilibrio entre la protección del individuo y la promoción de la innovación. La protección de los derechos fundamentales, la privacidad y la seguridad de los ciudadanos es esencial. Sin embargo, no debemos permitir que el exceso de regulación nos haga perder competitividad en sectores clave como la IA. Resulta crucial que Europa se abra a la idea de que la innovación y la protección de los derechos de los ciudadanos no son mutuamente excluyentes. La regulación debe ser flexible, adaptativa y, sobre todo, estar alineada con las realidades del mercado digital global.
La protección de los derechos de los individuos es una prioridad; no debemos permitir que la regulación ahogue el potencial de nuestras empresas tecnológicas. Es momento de repensar el marco regulatorio europeo, hacerlo más ágil y menos restrictivo para garantizar que Europa sea competitiva en el panorama global de la innovación. De no ser así, corremos el riesgo de quedar fuera de un mercado global de tecnologías emergentes que ya está marcando el ritmo de la economía del futuro.