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En colaboración conLa Ley

El juez que elogia a los abogados: "Su mala imagen la alimentan los telefilmes"

En su último libro, el magistrado José Ramón Chaves salda una "deuda histórica". La abogacía, denuncia, no tiene el reconocimiento que merece

José Ramón Chaves García (Oviedo, 1962) es magistrado especialista de lo Contencioso-Administrativo en el Tribunal Superior de Justicia de Asturias
José Ramón Chaves García (Oviedo, 1962) es magistrado especialista de lo Contencioso-Administrativo en el Tribunal Superior de Justicia de Asturias

No todos los días se ve a un juez deshacerse en elogios con los abogados. José Ramón Chaves (Oviedo, 1962) publica un libro, Elogio de los abogados, escrito por un juez, para hacer justo eso. El magistrado del Tribunal Superior de Justicia de Asturias cree que es el momento de acabar con "una injusticia histórica", que los jueces bajen del pedestal y valoren públicamente una profesión injustamente tratada por los clientes, por la propia judicatura y caricaturizada por los productos culturales. En un gremio a veces distante y poco dado a las alabanzas (al menos las públicas), Chaves cree que es de justicia que la magistratura se esfuerce en reconocer a los letrados como pieza clave para el progreso social. Así lo explica en Cinco Días.

R. Elogio a los abogados. ¿Qué le lleva a escribir un libro como este?
R. Quería salir al paso de la paradoja de que los jueces, siendo grandes conocedores de la labor de los abogados, no se estilan en elogios por ellos. Entienden que deben mantenerse independientes, imparciales y guardar la distancia. Con este libro quiero remediar una injusticia histórica.
R. Denuncia que la abogacía es una profesión con mala prensa. ¿Por qué?
R. Las personas que se ven abocadas a un litigio tienden a culpar de la derrota al mensajero. Tanto al abogado como al juez. Si, además, el viaje a la justicia conlleva costes y costas, la valoración con el sistema suele ser crítica o de lamento.
R. Entonces cuando se presentan a los abogados como picapleitos, buitres, profesionales sin escrúpulos… ¿Es una imagen distorsionada?
R. Es una leyenda negra alimentada por los telefilmes y el modelo americano. No responde al inmenso escenario de incertidumbre que afrontan, donde se esfuerzan por prestar el mejor servicio y no son dueños de la victoria. No pueden asegurarla ni garantizarla, solo pueden prometer la mejor defensa. En todo litigio hay un ganador y un perdedor. Siempre hay una parte descontenta. Y el que gana también es ingrato, porque tiene que pagar los honorarios.
R. Algún abogado malo habrá…
R. Hay 130.000 abogados en España. En cualquier profesión hay ovejas negras, pero como siempre la patología de los casos es la que adquiere la mayor relevancia mediática. La realidad es que, si acudimos al fruto de los expedientes disciplinarios que se abordan por los colegios o a las amonestaciones judiciales, los casos de reprimendas o de censura a los abogados son ínfimos. La inmensa mayoría hacen su trabajo con buena voluntad.
R. Habla de siete virtudes que debe tener cualquier abogado.
R. La primera virtud es el compromiso con el cliente. Para cumplirlo acudimos al segundo valor, tener conocimiento de la ciencia del Derecho y sus interpretaciones. La tercera virtud es la habilidad y el ingenio para buscar estrategias procesales. La cuarta es la paciencia, con el cliente, con el juez, con las sorpresas procesales. La quinta es la rectitud, el saber estar, aplicar los códigos éticos, ser honrado con el cliente, leal con el juez y no perder el norte de la justicia. Al final del litigio hay que tener prudencia en cuanto a la estrategia a adoptar. Y cuando llega el resultado mantener la serenidad y entender que se ha hecho un buen trabajo. Se gane o se pierda.
R. ¿Queda el abogado en un segundo plano como propulsor de los cambios sociales?
R. Hay cierto "parasitismo social". Los jueces en sus sentencias acogen argumentos y alegatos de los abogados, pero no citan a su autor. Siempre señalé que es más difícil la labor del letrado, que frente a un problema tiene que formular una propuesta al juez, que la labor del juez, que decide entre las conclusiones que le dan los abogados. Se les debe mucho, porque las leyes son técnicamente deficiente o incompletas, y quien promueve la jurisprudencia, quien pincha y aguijonea al juez, es el abogado. Las grandes conquistas históricas, tanto sociales, revolucionarios o casacionales, tienen detrás un abogado que creyó en el Derecho, luchó por él y llegó hasta final. A veces incluso en contra el criterio de su cliente.
R. Cuando en un caso mediático los abogados, normalmente los que defienden a los acusados por crímenes graves, reciben odio en las redes, ¿qué siente como juez?
R. Los abogados no deben sentir remordimiento de conciencia por servir a quien pueda parecer culpable, porque la última palabra la tiene siempre el juez. Otra cosa es la ética que tenga el propio abogado, que es libre de aceptar ciertos casos. Pero en modo alguno puede atacarse a un abogado por defender al peor de los asesinos. La conquista histórica más elemental que hay es el derecho de defensa.
R. ¿Hay precariedad en la abogacía?
R. Es una profesión liberal. A diferencia de los jueces, que somos empleados públicos, el abogado tiene que luchar por el pan día a día. Si le sumamos que el mercado es libre y competitivo y que las facultades alimenta. Las nuevas tecnologías, las redes sociales e Internet, que permiten que la gente pueda acceder a cualquier abogado, esté cerca o lejos. El mercado se ha complicado muchísimo en cuanto a la oferta. Hay letrados que han roto las tarifas, lo que puede parecer bello, que se abra el espectro, pero también puede contribuir a rebajar la dignidad de los servicios profesionales. Lo cierto es que no corren buenos tiempos para la abogacía, pero es fruto del modelo que existe.
R. ¿Qué es lo que más le ha sorprendido leer como magistrado en una demanda?
R. Tras 21 años he visto de todo. La inmensa mayoría de los escritos procesales son dignos, pero alguna vez he comentado que algunos no están bien redactados, igual que algunas sentencias. Hay mala sintaxis y vocabulario deficiente, herederos de un sistema educativo lastrado por una falta de visión humanística. Hay también un porcentaje mínimo de abogados que adolecen de una cierta temeridad: se salen de su especialidad y tropiezan con los muebles procesales. Y es muy difícil explicar a un cliente que se pierde un pleito por razones formales.
R. Si le damos la vuelta a la tortilla, ¿qué quejas cree usted que tendría la abogacía de la judicatura?
R. Odian recibir sentencias que no entienden. Los jueces tenemos el deber de resolver motivadamente y que se nos entienda, incluso aunque no acertemos. Lo segundo que llevan mal los abogados, con toda razón, es el exceso de soberbia judicial. Decía Calamandrei que la soberbia era una enfermedad profesional de los jueces. Me temo que hoy día esto perdura en cierta medida. A veces los jueces tendemos a encasillarnos, desfilan muchos pleitos, muchos abogados, y caemos en cierta frialdad, distanciamiento. Incluso lo que puede ser interpretado como prepotencia.
R. ¿Escasean entonces los jueces empáticos con los abogados?
R. La mayoría de las jueces que conozco aprecian la labor de los abogados, pero de puertas para adentro. De cara a la galería se mantienen en un discreto distanciamiento. Los jueces valoran su labor, de hecho, insisto, no podríamos hacer nuestro trabajo sin ellos. Pero empatizar requiere algo que no se enseña en la universidad. Un juez puede tener o no tener empatía, lo mismo que un abogado puede tenerla cuando se enfrenta a un colega. Hay que reconocer que muchos jueces, ubicados en esa esfinge que es la justicia, procuran no mostrar emociones. Aunque en su interior desde luego agradecen al abogado que les facilita el trabajo con un buen escrito.
R. Dice que los medios dan una imagen distorsionada de los abogados. ¿Recomienda alguna película o serie que sea fidedigna?
R. Series sobre abogados hay muchas, pero las que hay son americanas, como Suits, y caricaturizan la labor de la abogacía. La película que todo el mundo debe ver y que interioriza mejor en el Derecho es Doce hombres sin piedad, un clásico que enseña que toda posición de controversia jurídica admite un tipo de defensa. Y el factor humano siempre existe. Todo puede depender del fiscal, del juez, del abogado, del testigo o del perito que te toque, siempre hay un factor subjetivo. Lo que no quiere decir que la justicia sea arbitraria. Sencillamente no es un modelo perfecto.

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