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La punta del iceberg
Tribuna
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La apuesta que Europa no puede permitirse perder: los eurobonos

La deuda de Estados Unidos pierde credibilidad internacional y los inversores globales buscan refugios alternativos al dólar

Sede del BCE, en Fráncfort.

El mercado de deuda global está viviendo un momento de inflexión. Después de casi un siglo en el que la deuda norteamericana ha sido el puntal sobre el que se construyó un sistema monetario y financiero internacional, Estados Unidos ve en los últimos meses cómo su deuda pierde credibilidad internacional y los inversores globales buscan refugios alternativos al dólar. Es en este escenario donde Europa tiene la oportunidad de transformar su posición en el tablero económico mundial. Frente a un cuasi-monopsonio global de oferta de bonos aceptados a nivel global, la potencial creación de un mercado robusto de eurobonos ya no es solo una opción deseable, es cuando menos una necesidad estratégica. Es sobre este potencial papel que Europa puede jugar sobre lo que han escrito recientemente los economistas Olivier Blanchard y Ángel Ubide en su artículo del Peterson Institute for International Economics.

No cabe duda de que el contexto geopolítico y económico actual refuerzan la urgencia de esta transformación. Por un lado, los informes Draghi y Letta han trazado una hoja de ruta clara sobre las necesidades de inversión masiva que Europa requiere para mantener su competitividad: defensa, tecnología y transición energética. Sin embargo, por otro lado, para construir esta potencial arquitectura de intervención económica europea es necesario disponer de instrumentos financieros adecuados sin los cuales no sería posible canalizar de forma eficiente el capital global hacia estos objetivos. Sin eurobonos es más probable que Europa siguiera siendo el actor secundario de su propia película.

Propuestas de “explotar” eurobonos siempre ha habido. Sin embargo, y en esta ocasión, lo que hace especialmente atractiva la propuesta de Blanchard y Ubide es cómo resuelve el tradicional quebradero de cabeza del riesgo compartido. Durante años, el debate sobre los eurobonos se ha encallado en una discusión estéril sobre si los alemanes acabarían pagando las deudas italianas, españolas, griegas o portuguesas. No obstante, la arquitectura propuesta por los autores eliminaría ese dilema mediante un diseño novedoso: los eurobonos tendrían prioridad absoluta sobre cualquier otra deuda nacional, respaldados por compromisos legales específicos de cada gobierno para destinar ingresos concretos a su servicio.

El mecanismo es más sofisticado de lo que parece a primera vista. Cada país seguiría siendo responsable únicamente de su parte proporcional de la emisión conjunta (comprometiéndose a destinar ingresos específicos como el IVA al pago), pero esta porción tendría un estatus preferente o “senior” que la convertiría automáticamente en más segura y, por tanto, más barata que la deuda nacional restante. La operación crearía dos niveles: bonos europeos seguros con tasas bajas (bonos azules) y bonos nacionales residuales con mayor riesgo. Es una ingeniería financiera que genera valor sin redistribuir riesgo entre países, aprovechando la demanda global de alternativas al Tesoro estadounidense que los mercados sabrían valorar muy bien.

Según Blanchard y Ubide, las ventajas económicas inmediatas serían sustanciales. Un mercado de cinco billones de euros atraería inmediatamente la atención de los grandes fondos internacionales, reduciendo los costes de financiación para todos los países participantes. Pero el impacto va mucho más allá de los tipos de interés. Un mercado de esta magnitud desarrollaría automáticamente toda la infraestructura necesaria: mercados de futuros, operaciones de repo, curvas de rendimiento complejas. Europa tendría, por primera vez, un ecosistema financiero capaz de competir con Wall Street.

La implementación práctica de la propuesta demuestra claras dosis de pragmatismo. En lugar de apostar todo a una sola carta, combina compras directas en el mercado con sustitución gradual de bonos al vencimiento, permitiendo incluso la participación del Banco Central Europeo mediante el intercambio de parte de sus tenencias actuales. Esta flexibilidad operativa facilita la adaptación a las circunstancias específicas de cada país y reduce los riesgos de implementación.

El aspecto más inteligente del diseño es cómo éste aborda las preocupaciones políticas sin sacrificar eficiencia económica. Los países con poca deuda pueden participar en menor medida, los que quieran reducir su exposición pueden hacerlo comprando de vuelta sus bonos, y todo el sistema funciona independientemente de decisiones sobre el presupuesto europeo o cambios en las reglas fiscales. Es una propuesta que puede implementarse con el marco institucional actual, sin esperar a grandes reformas del Tratado.

Más allá de las consideraciones técnicas, esta propuesta representa una declaración de intenciones sobre el tipo de Europa que se quiere construir. Los informes Draghi y Letta han dejado claro que la supervivencia de Europa como potencia económica relevante pasa por una mayor integración y una capacidad de inversión sin precedentes. Los eurobonos no son solo un instrumento financiero, representan una infraestructura que haría posible esa transformación.

Se puede afirmar sin tapujos que a Europa se le abre una ventana de oportunidad que podría no repetirse. Los mercados globales están experimentando una reconfiguración fundamental, los inversores buscan alternativas al hegemonía del dólar, y existe un consenso político creciente sobre la necesidad de avanzar hacia una mayor autonomía estratégica europea. Desperdiciar esta coyuntura por miedo al cambio o por aferrarse a esquemas mentales obsoletos sería un error histórico de consecuencias incalculables.

Hemos de señalar, además, que a favor de esta nueva propuesta está la experiencia ya adquirida gracias al programa NextGenerationEU y que durante la pandemia demostró que Europa puede actuar con decisión cuando las circunstancias lo exigen. Los bonos emitidos entonces, aunque limitados en alcance, funcionaron correctamente y ganaron credibilidad en los mercados. Ahora se trata de amplificar ese éxito y convertirlo en una herramienta permanente de política económica europea.

Sin embargo hay que ser realistas. Los obstáculos no son insuperables. Las reticencias tradicionales de algunos países nórdicos pueden estar justificadas, pero podrían basarse en paradigmas ya obsoletos que no reflejan la realidad actual de interdependencia económica global. Y es que la solidez fiscal alemana no se vería, según los autores, amenazada por la creación de eurobonos. Más bien al contrario, dichos eurobonos reforzarían de forma simbiótica a la deuda nacional al formar parte de un bloque económico más robusto y competitivo.

Finalmente, debemos dar las gracias a Trump de que este debate se afronte de una forma diferente a la que habría sido hace solo un año. Gracias al frente erigido por el presidente norteamericano, la resistencia política interna a propuestas como la que aquí se plantea está cambiando. Los nuevos líderes europeos comprenden que la soberanía nacional en el siglo XXI no se defiende aislándose, sino construyendo instituciones supranacionales fuertes que puedan competir con las grandes potencias mundiales, y en concreto el bienestar europeo debe defenderse en varias dimensiones, también en la financiera.

El futuro de Europa, una vez más, se decide en tiempos convulsos. Los eurobonos son mucho más que una propuesta técnica: son la llave que puede abrir la puerta hacia una Europa financieramente autónoma, capaz de financiar sus ambiciones y competir en igualdad de condiciones en el nuevo orden mundial que está emergiendo. El momento de actuar ha llegado.

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