Hace falta realismo para afrontar la crisis energética
El único camino es el ahorro, y el propio mecanismo marginalista lo prima
El mecanismo de fijación del precio de la luz en España fue una maldición en el otoño de 2021, pero sus efectos secundarios han dado al país una mínima ventaja en la crisis energética. La agudeza con la que la crisis del gas se reflejaba en la sociedad forzó a Madrid u Lisboa a pelear la excepción ibérica. Dos meses y medio después de su aplicación, el mecanismo ha permitido que el precio de la luz en España y Portugal sea, día tras día, el más bajo de la UE. El ahorro medio es, después de tener en cuenta la compensación a las gasistas, de un 20%.
La dinámica de la crisis no da, empero, ningún margen a la complacencia. Los récords en el precio del gas multiplican la compensación que se debe abonar a las centrales de ciclo combinado. Y si la climatología reduce la generación renovable y aumenta la demanda de electricidad, el uso del gas será superior y la compensación, aún mayor. De mantenerse el cierre del Nord Stream, parte de la industria alemana tendrá que parar o reducir actividad, al menos para evitar racionamiento de cara al ciudadano.
La situación es muy grave. Potencialmente, más que la crisis petrolera de los setenta. Precisamente por ello es necesario afrontarla desde el realismo. La factura de la luz que estamos pagando no es culpa de los Gobiernos (ni de sus opositores), ni de la UE, ni de Biden ni de la transición ecológica. Es consecuencia del uso del gas como arma por parte de Rusia, después de la invasión, pero también antes, gracias a la cortoplacista política energética de países como Alemania. No hay soluciones a corto plazo más allá de las que está buscando Europa: llenar las reservas de gas y apretar los dientes. La generación energética es la que es, y solo los combustibles fósiles pueden absorber picos de demanda. Prolongar la vida útil de las centrales nucleares tiene sentido, siempre y cuando estén operativas; plantear la construcción de nuevas puede ayudar, pero en 2040 como pronto.
Por eso el único camino realista es el ahorro de energía. Y el propio mecanismo marginalista lo prima: cada megavatio que se gasta de menos es un megavatio pagado a precio de oro, y gastando un gas que no tenemos. Así las cosas, ha sido sorprendente la tranquilidad con la que los políticos españoles y europeos han promovido y puesto en marcha planes de ahorro. Y, una vez que lo han hecho, sorprende (aunque cada vez menos) la escasa altura de miras de responsables políticos, regateando apoyos o incluso recurriendo ante la Justicia medidas enmarcadas en la respuesta europea a la guerra y que, si pecan de algo, seguramente sea de timidez.