La crisis de los contenedores y su efecto en la economía global
Los elementos que justifican el aumento de la inflación empiezan a ser más estructurales que coyunturales
La inflación, según la RAE, es la elevación del nivel general de precios. Y si sobre esta definición el acuerdo parece generalizado, no parece suceder lo mismo en cuanto a las previsiones de su duración. ¿Será coyuntural? ¿Será estructural? O dicho de otra forma, el debate se centra en saber si estamos hablando de una inflación de corto, o de medio y largo plazo.
Si bien ya llevamos muchos meses marcados por la inflación, también es cierto que su crecimiento ha sido exponencial durante los últimos tres meses debido a factores como el encarecimiento del precio de la energía, la ralentización de las cadenas de suministro y la escasez de materias primas. De hecho, se puede culpar fundamentalmente del crecimiento de la inflación (aproximadamente en un 75 %) al encarecimiento del precio de los productos alimentarios y energéticos. Pero hay que señalar que los motivos que acompañan a este repunte no son solo ocasionales. Es decir, no se han generado únicamente por un repunte de la demanda tras la pandemia, sino que se asocian a un cambio en la estructura de nuestras economías en el largo plazo.
Así que por mucho que se revisen los pesos dentro de la cesta de la compra que mide el Índice de Precios al Consumo, lo único cierto que sabemos es que el encarecimiento de la factura de la luz tiene un peso relativo mayor en la cesta de consumo de los hogares con unos niveles de rentas menos elevados. Esta situación implica que una subida de precios de la electricidad tiene efectos claramente regresivos y acaba perjudicando más a los deciles de menor renta del país.
Durante más de 20 años, es decir, desde diciembre de 2001, cuando China entró a formar parte de la Organización Mundial del Comercio (OMC), hemos estado importando deflación. Es decir, que hemos tenido unos niveles de inflación moderados y, por ende, un dividendo monetario debido a la globalización del que nos hemos beneficiado, mientras que hemos estado pagando el coste social de las deslocalizaciones productivas.
Por tanto, si en lo social y laboral hemos asistido a un profundo desmantelamiento de nuestros sistemas productivos, por otro lado hemos tenido la inflación bajo control al tiempo que las políticas monetarias expansivas, ordinaria y extraordinarias de estos últimos años no se han convertido en inflación gracias a esta deflación importada en nuestro país por efecto de la globalización.
La imagen más emblemática de esta paradoja ha sido que las personas con niveles de renta más bajos, en algunos casos a causa de la globalización que les ha hecho perder el empleo o reducir el poder adquisitivo a causa de un menor salario, son los mismos que han estado y siguen acudiendo a comprar en las grandes multinacionales que han liderado la globalización y que han ofrecido en estos años un acceso más amplio y barato a todo tipo de producto comercial. Podríamos definir esta paradoja como una especie de justicia compensatoria que subraya los limites del sistema capitalista, capaz de encontrar en todo momento compensaciones dinámicas más que soluciones estructurales.
En este escenario los elementos que justifican este repunte de la inflación empiezan a ser más estructurales que coyunturales; es decir, no solo derivan de una mayor demanda, sino que proceden de una reorganización de la oferta y de la logística mundial. Debido a una mayor demanda de productos y por una descompensación logística temporal es cierto que los contenedores que se mueven de Shanghái a Los Ángeles han pasado de pagarse a 3.000 dólares a costar 21.000 dólares, es decir son siete veces más caros, pero la falta de materias primas y el cambio de paradigma energético mundial y social de China (una nueva prosperidad compartida) son elementos estructurales con unos costes que muy difícilmente tendrán repercusiones coyunturales, es decir, de pocos meses, sobre el nivel general de los precios.
Estos síntomas se empiezan a reflejar en las cuentas de resultados de las grandes empresas tecnológicas que cotizan en Bolsa y que anuncian una temporada navideña más problemática que en otras ocasiones por falta de microprocesadores y componentes. También se verá en la declaración del estado de emergencia energéticas de países como Moldavia, que no pueden hacer frente a los crecientes niveles de precio del gas.
Además, estos síntomas se manifiestan en las tensiones diplomáticas entre China y Taiwán, principal productor de semiconductores del mundo y nos alertan de las debilidades de la globalización que ha reforzado su influencia incrementando nuestras interdependencias. La pandemia sanitaria ha puesto de manifiesto todas estas debilidades evidenciando cómo no podemos ignorar los acontecimientos mundiales debido a nuestras conexiones económicas. La pregunta entonces no es ni siquiera si la inflación estará entre nosotros unos meses o unos años, porque su respuesta parece ser bastante natural. La duda es qué es lo que podemos hacer para sufrir lo menos posible el impacto de estos cuellos de botella a los que nos enfrentaremos durante los próximos años.
Nuestro consumo responsable, junto con nuestra atención por respeto del medioambiente y la revalorización de los productos cercanos a nuestras vidas pueden ser el principio de un cambio que nos permitiría evitar otras paradojas, como la de deslocalizar para ahorrar y consumir en las cadenas comerciales de bajo coste para sobrevivir a la deslocalización.
Esta situación actual en la que los contenedores no están donde tienen que estar, determinando el desabastecimiento y el encarecimiento de todos los productos, es la metáfora de nuestra sociedad en forma de una atracción de feria que gira y gira sin importarnos ni el numero de personas que estén montadas encima ni sus necesidades verdaderas.
Massimo Cermelli es Profesor de economía de Deusto Business School