La consolidación de la Unión Monetaria Europea radica en la credibilidad del BCE
El debate real no es cómo tachar la deuda, sino qué financiar con ella para recuperar el crecimiento y honrar los compromisos de cada Estado miembro
El debate suscitado estos días sobre la hipotética condonación de la deuda de los Estados miembros de la Unión Monetaria Europea que está en manos del Banco Central Europeo, a raíz de un artículo publicado en El País por un centenar de economistas encabezado por Thomas Piketty, y que ha forzado la respuesta de radical rechazo por parte de Fráncfort, no es novedoso. Ya en noviembre pasado afloraron parecidas iniciativas en Italia y en Francia, y en todos los casos encontraron la misma respuesta crítica. Una réplica conocida y ensayada, por otra parte, desde que en el rescate de Grecia se llegó a plantear la condonación de su deuda o una quita de la misma por parte del BCE, que se descartó categóricamente por estar taxativamente prohibido en los tratados de la UEM. Ahora revive el debate por el desasosiego que genera en la clase política, y también en parte de la doctrina económica, hacer frente a descomunales volúmenes de pasivos tras la expansión fiscal para hacer frente a la pandemia; una factura que ha elevado entre un 20% y un 30% los pasivos públicos y que solo ha sido financiable por el compromiso del BCE de adquirir cuantas emisiones fuesen precisas para evitar una nueva crisis del euro.
El Tesoro español debe al BCE unos 300.000 millones de euros, contabilizando tanto la deuda adquirida tras la crisis financiera de 2008-2013 como la de nueva generación emitida desde marzo de 2020. Otro tanto puede decirse de los tesoros del resto de miembros de la Unión en proporción a su PIB. Como han recordado las autoridades monetarias, anular tal deuda es tanto como dar por incobrable una cartera de crédito de tales magnitudes en un banco, lo que exigiría una inyección de capital por parte de los accionistas del BCE, los Estados miembros, de una cantidad similar para evitar su quiebra. Algo complicado de afrontar salvo con una emisión similar de nueva deuda a su vez protegida y adquirida por el BCE, puesto que el mercado la repudiaría, y con fabricación de dinero nuevo, se supone.
Pero el simple hecho de la condonación supondría, además de un riesgo moral de incalculable dimensión, erosionar hasta destruir la independencia y credibilidad del BCE en su papel de consolidación del proyecto del euro. Dilapidaría, además, los efectos que hasta ahora ha tenido sobre la facilidad de financiación de Estados, familias y empresas su decidida política de expansión cuantitativa. El debate real, por tanto, no es cómo tachar la deuda, sino qué financiar con ella y con la protección que ha generado sobre la economía para recuperar el crecimiento y honrar los compromisos que cada uno de los Estados ha contraído. Otra cosa solo excitaría más los ánimos de unos países contra otros, como hemos visto en el pasado reciente, y haría tambalear el proyecto euro.