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El tacaño populista mexicano, perseguido por la historia

El país tiene el sexto mayor número de víctimas de coronavirus y una de las tasas de pruebas más bajas del mundo

Reuters

Los presidentes populistas no son famosos por ahorrar hasta el último centavo. Pero el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador es una excepción. Teme tanto aumentar el déficit fiscal del país que está escatimando en los estímulos, a pesar de que el Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que la economía mexicana podría contraerse un 10,5% este año. La historia le refrena.

AMLO, como es conocido, está viviendo una pésima crisis. Su ineficaz respuesta frente al Covid-19 ha sido ampliamente criticada por los economistas. El país tiene el sexto mayor número de víctimas y una de las tasas de pruebas más bajas del mundo. Como exportador de petróleo también se ha visto afectado por la baja demanda de crudo además de por el confinamiento, y unos 12 de millones de personas han perdido su empleo desde marzo, según las estadísticas oficiales.

Con todo y con eso, el presidente de izquierdas sigue mostrándose tacaño. Ha concedido pequeños préstamos y ha adelantado algunos pagos de pensiones, pero las medidas fiscales solo representan aproximadamente el 1% de la producción, según el FMI, a pesar de que el país tenía un déficit de solo el 2,3% del PIB el año pasado. Mientras tanto, los esfuerzos de Brasil superan el 10% del PIB, y Argentina –un país en suspensión de pagos– ha aprobado medidas que ascienden aproximadamente al 5% de la producción.

La frugalidad de AMLO y su oposición a ayudar a las grandes empresas son factores que influyen, pero la historia puede desempeñar un papel importante. Cuando el mandatario, de 66 años, cumplió la mayoría de edad, la economía mexicana registraba un crecimiento elevado, unos presupuestos equilibrados y mucha intervención estatal. Cuando este modelo económico empezó a fallar en la década de 1970, aumentó la presión para incrementar el gasto, sobre todo después de que un nuevo descubrimiento de petróleo y los altísimos precios del crudo aumentasen los ingresos por las exportaciones. Los déficits se dispararon, y la deuda externa del sector público se multiplicó casi por 14 entre 1970 y 1982.

Se produjo una inevitable crisis, y después estalló otra en 1994. Los préstamos del FMI y la necesidad de estimular el crecimiento dieron lugar a reformas económicas a lo largo de las siguientes décadas. Pero AMLO rechaza las medidas de liberalización, como la apertura del sector energético, y ha aumentado el control del Estado desde que accedió al cargo en 2018. Quiere volver a la prosperidad económica de mediados de siglo sin una crisis por el derroche. Pero ha aprendido una lección equivocada. Ningún tipo de disciplina fiscal puede hacer que un modelo económico fallido funcione a largo plazo. Y el hecho de gastar durante una crisis cuando un país tiene margen para hacerlo no es lo mismo que despilfarrar. La nostalgia es una costumbre que AMLO tiene que abandonar.

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