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Ignacio Luna: “Un impuesto al lujo sería la muerte para los pequeños negocios”

El diamantero y joyero dirige esta empresa nacida en 2014, con oficinas en Madrid, Córdoba y Sevilla

PABLO MONGE

En el corazón del barrio de Salamanca de Madrid, en uno de los locales de la calle Velázquez, asoma el escaparate de la joyería Moon Diamonds. Anillos de pedida, sortijas, colgantes, pulseras y relojes, sobre todo de Rolex pero también algún Panerai, se dejan ver a través del cristal blindado que da a la primera planta, donde queda el mostrador y el expositor. Bajando la escalera, en una amplia sala al cobijo de las cámaras de seguridad y de las ventanas, es donde Ignacio Luna (Córdoba, 1975), diamantero de toda la vida y joyero desde hace cinco años, lleva a cabo la mayor parte de su trabajo como director de la empresa, junto a su compañera y socia Ana Vítores, enfocada a la gestión y también al diseño de joyas.

“Llevo en el mundo de los diamantes media vida, desde hace 24 años. Empecé como viajante de joyería, con diamante, rubí, zafiro, esmeralda... Pero fueron los diamantes los que me maravillaron y desde entonces me dedico a ellos”, explica. En Moon Diamonds, con oficinas en Madrid, Córdoba y Sevilla, prosigue Luna, se dedican a la compra y venta de diamantes. Su particularidad es que adquieren la mayoría del material en la bolsa de diamantes de Amberes (Bélgica), el punto neurálgico del tráfico mundial de estas piedras: entre un 70% y un 80% de los diamantes de todo el globo pasan por este lugar. Esta estrategia, que cada vez utilizan más pequeños joyeros y marcas, “permite evitarnos a todos los intermediarios, y el cliente se ahorra cerca de un 50% del precio. Por eso vendemos mucho más barato. Hacemos accesible el lujo”.

El debate generado en torno a la dicotomía entre democratización y lujo, un concepto que precisamente gira en torno a la exclusividad y la escasez, no preocupa a Luna. “Hay que entender que hay diamantes para todos los bolsillos. Vendemos desde los 500 euros y podemos llegar a lo que el cliente quiera, ya sean 20.000 o 25.000 euros”. Ahora, en Navidad, llega la mejor fecha para este tipo de negocios, que facturan en estas semanas casi la mitad de todo el negocio del año. “Cada vez son más los compradores que se deciden por joyerías como la nuestra, porque se ahorran mucho dinero y porque también pueden diseñar sus piezas”. Tal y como cuenta Luna, casas emblemáticas como Cartier o Tiffany, “a las que respetamos y admiramos”, alcanzan unos precios tan altos porque “el cliente también compra la marca y todo lo que esta engloba. Eso con nosotros no sucede; se ahorran prácticamente la mitad del importe”.

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Luna y Vítores trabajan entre diamantes que guardan minuciosamente en los ficheros y compartimentos indicados para ello. “Siempre empezamos a enseñarlos de los más pequeños a los más grandes. Porque si ves uno de cuatro quilates y luego otro de uno, el segundo te parece muy pequeño”. Por toda la sala, dividida en dos espacios, se dejan ver varias de las lupas que el diamantero utiliza cada día para poder analizar y valorar cada piedra, aunque uno de estos instrumentos siempre cuelga de su cuello.

No faltan tampoco las básculas Tanita de gran precisión, para pesar hasta el último miligramo de cada pieza. Tampoco los flexos especiales para poder regular la luz que necesita cada una de las piedras ni las pinzas específicas para poder cogerlas con toda seguridad. En la pared, cuatro grandes relojes marcan la hora local de Bombay, Tel Aviv, Nueva York y Amberes, las cuatro bolsas diamanteras del mundo. Sobre la caja fuerte y los armarios reposan algunas fotos con diferentes personalidades que tienen o han tenido como clientes. Y también afloran algunos cuadernos con los diseños de joyas que Vítores, aparejadora de formación, va dibujando poco a poco. Los ojos de Luna, cada poco tiempo, se posan en las pantallas donde se proyecta lo que captan las cámaras de vigilancia, que recogen todo lo que sucede en el piso superior y frente a la puerta principal del establecimiento. Al trabajar, “el ojo que no mira por la lupa siempre tiene que permanecer abierto, porque sobre la mesa hay mucho dinero que no se puede perder de vista”.

El negocio de la joyería, cuenta Luna, siempre suele ir bien, dejando a un lado los años más duros de la crisis económica. Ahora, en el sector hay cierto recelo hacia algunas de las propuestas de formaciones políticas como Unidas Podemos, dispuestas a gravar los bienes de lujo hasta el 31%. “Poner impuestos al lujo no tiene ningún sentido y sería la muerte para negocios como el nuestro. Las pequeñas marcas lo pasaríamos muy mal, porque vivimos mucho de una clase media que con más impuestos seguramente compraría mucho menos. Las grandes firmas, donde están los diamantes de decenas de miles de euros y donde van los ricos saudíes o rusos, se verían menos perjudicadas porque, aunque haya mayor gravamen, los ricos van a seguir comprando”. Por ahora, Moon Diamonds sigue nutriéndose de un perfil variopinto, de clase media alta, principalmente español y de prácticamente todas las edades.

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