Cómo comprar un diamante a la espera de su revalorización
Los expertos prevén que los precios se recuperen a corto y medio plazo
Una de las empresas mineras dedicadas a la extracción y comercialización de diamantes más importantes del mundo, Petra Diamonds, respira aliviada este noviembre. A comienzos de mes hizo públicos el descubrimiento y venta de un diamante azul de algo más de 20 quilates, por un precio que rozó los 15 millones de dólares (unos 13,5 millones de euros). La piedra, hallada en la mina sudafricana de Cullinan y con un valor de 670.000 euros por quilate, elevó un 8% las acciones de la compañía, que cotiza en Londres. Y confirma el interés del mercado hacia un diamante poco habitual. El comprador, informó Petra, prefiere permanecer en el anonimato, o bien para destinar la piedra al sector de la joyería o para conservarla y esperar una futura y potencial revalorización.
A nivel global, sin embargo, la industria diamantera no se encuentra hoy en su mejor momento, ya que los precios medios han caído levemente. El valor de cada pieza, explica Egor Gavrilenko, director del Instituto Gemológico Español (IGE), lo determina la oferta y la demanda: “Existen diferentes tablas de precios que se publican periódicamente y se utilizan por los tasadores de joyas. La más utilizada es la lista Rapoport. Estas tablas intentan reflejar los cambios en la cotización de diamantes de diferentes pesos y calidades y sirven de orientación para los profesionales”, señala.
Sin embargo, pese a los años de vacas flacas llegados tras la recesión, se espera un cambio de tendencia en el corto y medio plazo, afirman varios joyeros consultados. Tal y como explica Santiago Sanz Alonso, ingeniero de minas por la Universidad Politécnica de Madrid, con experiencia en varias minas de América Latina y África, se trata de un mercado con una producción que de lo escasa que es, está muy controlada, “por lo que los precios no pueden romperse rápidamente. Ocurre algo parecido a lo que sucede con el oro”. También ayuda que casi el 80% de las extracciones a nivel mundial se den en pocos países: Sudáfrica, Rusia, Botsuana, República Democrática del Congo, Angola y Canadá. De hecho, añade, las propias empresas mineras adecuan al máximo posible los trabajos a la oferta y fluctuación de cada momento, debido en gran parte a los altos precios y costes que conlleva extraer el mineral: de media hay que mover 40 toneladas de tierra para encontrar un quilate, y solo el 20% de las extracciones van destinadas a la joyería. “El 80% restante va a la industria, para máquinas de corte, abrasión o pulido”.
En este contexto, y para hacer más atractiva y accesible la compra por parte de particulares, los pequeños joyeros recurren a diferentes tácticas. Una de estas empresas es Moon Diamonds, con sede en Madrid, Sevilla y Córdoba, y con oficina en Amberes (Bélgica), el epicentro occidental de los diamantes gracias a una Bolsa que mueve al año 40.000 millones de euros y unos 200 millones de quilates, tanto brutos como ya tallados. “Nosotros compramos directamente la piedra tallada, y hacemos el diseño que el cliente quiere o el que nosotros proponemos”, explica Nacho Luna, director de la empresa. De este modo, prosigue, al ahorrarse a intermediarios como el fabricante, la joyería y el vendedor, el ahorro de la adquisición llega incluso al 50%.
También tiene oficina en Amberes la joyería Jorge Juan, afincada en Madrid. “Cuando adquieres diamantes de empresas como Cartier o Tiffany también estás pagando por la marca y el prestigio de la casa. En joyerías familiares, que directamente importamos desde Bélgica, la revalorización es mayor”, explica su propietario, Jorge Juan Gutiérrez. Así, un diamante de un quilate y de una calidad media, atendiendo a los números del Rapoport, ha pasado de costar 6.200 dólares en 2006 “a 7.600 dólares 10 años después”. Aunque los precios hayan caído levemente, al tratarse de “un producto controlado y reglado, nunca se devalúa el precio final”, recalca Luna. “Es un material almacenable, que no envejece, no se oxida, no pierde cualidades”, añade Sanz Alonso.
Con todo, señalan los expertos, y más todavía cuando han entrado en juego materiales artificiales y creados en laboratorios como el diamante sintético, es importante conocer los parámetros que definen a las verdaderas piedras y que repercuten y definen el precio final. El peso, en base a los quilates, es uno de ellos. Otro es el color, que se fija en base a la escala del Instituto Gemológico Americano (GIA), que va de la letra D para el mejor, “un diamante totalmente incoloro, a la Z para el diamante amarillento”, explica Gavrilenko. La pureza es otro elemento determinante: “Se mide observando las inclusiones. Cuantas menos haya, más alto es el grado de pureza de la piedra, y más elevado su coste”, recuerda Luna. Por último está la talla, que engloba las proporciones, el pulido y la simetría, y que en opinión de Luna es el factor más importante, “al ser el que da vida a la piedra”.
De certificar la autenticidad y parámetros de cada pieza se encargan varias entidades mundialmente reconocidas. En el IGE lo hace el Laboratorio de Análisis y Certificación de Gemas, y los resultados se reflejan en el certificado de diamante, “que viene a ser como una especie de DNI de la gema que refleja su naturaleza y características de calidad. Es muy importante disponer de un certificado, porque si decidimos hacer cualquier operación con el diamante, nos sirve como descripción objetiva de su calidad”, recuerda Gavrilenko.
Contra los diamantes de sangre
Los conocidos como diamantes de sangre, aquellos extraídos gracias a guerras y conflictos o al trabajo esclavo, también han entrado de lleno en la industria diamantera gracias al sistema de certificación del proceso Kimberley. Este régimen de control de las exportaciones y de las importaciones de diamantes en bruto "impide la comercialización de los diamantes procedentes de las zonas de conflictos", explica Gavrilenko. Gracias a este proceso "se realiza el seguimiento de todos los cristales de diamante en bruto desde la mina y hasta la producción de diamantes tallados. Cualquier operación con el bruto debe realizarse solo con el certificado de procedencia de países libres de conflictos, el llamado Certificado Kimberly".