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El Foco
Tribuna
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El eco de la historia contra los ‘capiteles de los sueños’

Los artífices del Brexit, que fueron a Oxford, son un grupo de abusones elitistas titulados

El primer ministro británico, Boris Johnson, el martes en Downing Street.
El primer ministro británico, Boris Johnson, el martes en Downing Street.ANDY RAIN (EFE)

Cameron, Johnson, Gove, Cummings… Son apellidos que ahora conoce, querido lector. Todos británicos. Todos alumnos de Oxford. A todos, además, se les enseñó desde muy pequeños a referirse a uno y a otro solo por sus apellidos. Y para quien el desapego emocional, de sí mismos y de los demás, es una virtud muy preciada: el “labio superior rígido” británico (stiff upper lip).

Los tres primeros fueron a escuelas preparatorias (prep school, que en realidad son escuelas privadas). La palabra prep quiere decir, obviamente, preparatoria. Estos niños fueron (como otros todavía lo son) jóvenes seleccionados para ocupar los puestos de poder en el futuro. Es raro que un político, juez o diplomático de alto rango no haya ido a Oxford o Cambridge (Oxbridge). Esto es tan cierto hoy como lo ha sido durante siglos. Estos hombres, en mi opinión, que están ahora destruyendo la reputación del RU y perjudicando a toda Europa, necesitan ser entendidos mejor por nuestros primos europeos continentales, ya que no son más que una pequeña camarilla de matones elitistas titulados.

Para comprender lo que realmente está sucediendo, piénsese en lo siguiente: todos ellos alcanzaron Oxford en su adolescencia, solo Dominic Cummings era un chico pobre que recibió educación financiada por el Estado. Seguramente tuvo que mostrarles a los chicos de las prep que era aún más elitista en ambición que ellos para ser aceptado. Habrá tenido que desarrollar su carácter mordaz y defenderse a sí mismo y su normalidad entre los titanes de la generación venidera.

Michael Gove ayudó a Boris Johnson a convertirse en presidente de la Unión de Oxford. Al año siguiente, fue el turno en la presidencia para Gove. David Cameron, supuestamente, odiaba a John­son, al que ya veía como un rival político. En la superficie, todos eran grandes amigos, caballeros. Cameron se hizo amigo de Gove, quien sirvió en su gabinete, hasta que lo traicionó por Johnson cuando ambos votaron para abandonar la UE. Cummings trabajó para Gove (como su chico para todo) durante siete años, luego dirigió la campaña para abandonar la UE y, recientemente, John­son creó un nuevo puesto en el Gobierno para él como asesor político principal: el guardián del cerebro del primer ministro.

El principio central para estos políticos, grabado a fuego en estos pocos seleccionados durante la infancia, cuando son víctimas de crueles novatadas, es el siguiente: si no cedes y si exhibes ese labio superior rígido, también puedes convertirte en el veterano que hace novatadas al próximo grupo de afortunados que lleguen a la escuela preparatoria. Y cuando se proyectan como políticos, el mensaje es: “Usted también puede alcanzar Oxford o Cam­bridge –a lo que ellos llaman los capiteles de los sueños– y también puede llegar a gobernar”.

Esta tendencia de los acosados a convertirse en matones es una norma social británica: la víctima se convierte en infractor. En resumen, estos hombres provienen de una cultura estrecha, extraña, privilegiada y disfuncional donde, para salirse con la suya, intimidan. Para ganar, intimidan. Para gobernar, intimidan.

Estos son los hombres que hacen el Brexit, este tipo de Brexit. Respaldado por financieros que ganarán millones en función del movimiento de la libra, como es el caso de Crispin Odey, otro graduado de Oxford, que ganó 220 millones la mañana después del resultado del referéndum. Y hasta el día de hoy, a los plebeyos del RU, el resto de la sociedad británica, todavía se les enseña a admirarlos. Cuando se comprende este hecho, se obtiene el contexto requerido para entender mejor qué está pasando con el Brexit.

Además, a estos chicos de la preparatoria se les enseñó todo sobre la etapa del imperio y la grandeza inherente de la Gran Bretaña. Entre los nativos, no siempre agradecidos a los beneficios de tal imperio, estaban los malditos irlandeses. (Otra sugerencia de búsqueda: los Black and Tans del ejército británico en Irlanda hace un siglo). Siempre hemos sido una espina para los británicos. Les perecemos unos ingratos por sus afectos y atenciones hacia nuestra isla.

Esta historia explica completamente por qué Cummings sintió que podía enviar una nota envenenada (por mensaje de texto) el lunes por la noche a la revista Spectator (su esposa trabaja allí y Johnson solía escribir para ellos) intentando intimidar a los irlandeses y a la UE para que aceptaran un acuerdo completamente nuevo en el último momento, uno que no guardaba relación con el que Theresa May ya había acordado de buena fe.

El muchacho Cummings (todavía está en sus cuarenta y tantos) tuvo la audacia de acusar al primer ministro irlandés, Leo Varadkar, de romper su palabra. ¡Increíble! Esto, de un Gobierno que negoció un acuerdo durante dos años y luego, en el último momento, vuelve con uno nuevo. Uno muy diferente. Y llama a eso una concesión.

“Varadkar no quiere negociar”, insiste Cummings. “Quiere apostar en un segundo referéndum”. Esta es la narrativa estándar ahora, pero Cummings no puede ver que Varadkar solo está reaccionando al plan británico de imponer una frontera aduanera en la isla, algo que no se ve desde 1992. Cummings y compañía están a sus intereses y las implicaciones para las comunidades fronterizas en Irlanda son totalmente irrelevantes para ellos.

Hay más: estas personas no tienen empatía por los irlandeses o los europeos continentales y, por lo tanto, poco conocimiento sobre ellos; tampoco les importan las libertades fundamentales consagradas en el Tratado de Roma. Esta semana se trata de enfrentarse a los abusones, de hablarles de la unidad de propósito y acción dentro de Europa, de enseñarles que a Irlanda ya no se la ningunea.

Gavin Bonnar es abogado y empresario irlandés y experto en derecho internacional

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