Castell de Guadalest, ruta por la singular sierra alicantina
Es la imagen opuesta a la abarrotada Costa Blanca Forma parte de la red de los Pueblos más Bonitos de España
Alicante es una de las provincias más montañosas de España, con la sierra de Aitana y sus más de 1.550 metros sobre el nivel del mar como máximo exponente. Nos alejamos del litoral para adentramos en terreno pedregoso y en uno de los paisajes más idílicos del interior alicantino, la imagen opuesta a la abarrotada costa durante el verano.
En el pasillo entre las sierras de Aitana y Xortá se encuentra Castell de Guadalest, a pocos kilómetros de poblaciones tan turísticas como Benidorm, Altea o Calpe y que, casi milagrosamente, conserva su aire genuino y tradicional. El camino está repleto de bosques de pinos y plantaciones de naranjos, nísperos y almendros que hacen la excursión muy placentera.
Mimetizada en la roca de la sierra alicantina sorprende el emplazamiento casi imposible de esta población que seduce desde hace siglos a quien llega desde la cercana Costa Blanca. Hay que dejar el coche en el aparcamiento público del Arrabal, el barrio situado en las faldas de la montaña. Porque en Guadalest no hay tráfico y solo se puede acceder a pie por una puerta de piedra, excavada en la roca, que da paso a la única calle de este pueblo, de apenas 200 habitantes, frecuentado por un turismo que busca en el interior atractivos distintos a los de sombrilla y playa.
Forma parte de la red de los Pueblos más Bonitos de España. Y no es de extrañar. Encaramado a más de 500 metros sobre un peñasco, Guadalest se asoma a un embalse de un intenso color turquesa que abastece de agua a la comarca de la Marina Baja.
De origen musulmán, conserva un casco antiguo declarado conjunto histórico-artístico en los años setenta del siglo pasado. La calle principal asciende hasta el castillo de Sant Josep, del siglo XI, la fortaleza erigida por los árabes para controlar el valle del Guadalest, desde donde se contempla una espléndida panorámica. En el camino a la cima hay varios miradores para deleitarse con un paisaje que conserva la esencia del valle morisco, con sus palmerales, acequias y huertos.
Conquista
En el siglo XIII, Castell de Guadalest fue conquistada por los cristianos, aunque hasta la expulsión de los moriscos, en 1609, tuvo una considerable población islámica bajo el señorío de distintos nobles catalano-aragoneses.
De aquella época es la torre árabe de la Alcozaiba, emplazada sobre una colina en la que predomina el pequeño y pintoresco campanario encalado y rodeado de escarpadas agujas rocosas.
Sorprende el emplazamiento de esta población que lleva siglos seduciendo a quienes se acercan desde el litoral
El pueblo encarna los rasgos típicos del interior alicantino: casas blancas enclavadas en las rocas que decoran las calles de piedra, adornadas con maceteros repletos de flores.
En Guadalest son destacables la iglesia parroquial del siglo XVIII, la prisión medieval que se encuentra en los bajos del ayuntamiento, y varios peculiares museos, algo inesperado en un pueblo de este tamaño: Belén y Casitas de Muñecas, Instrumentos de Tortura, Microminiaturas (donde asombran Los fusilamientos del 2 de mayo, de Goya, pintados en un grano de arroz, o La maja desnuda, reproducida en el ala de una mosca), Museo Etnológico, Microgigante o el Museo Municipal Casa Orduña, una de las casas solariegas del municipio, construida en el siglo XVII después del gran terremoto de 1644 que asoló la comarca y arruinó las dependencias del castillo, y que se repitió unos meses después.
Fue levantada por la familia Orduña, de origen vasco, que había llegado a Guadalest como gente de confianza de los Cardona, almirantes de Aragón.
Guía para el viajero
Comer. Hay varios restaurantes de comida tradicional. Nada como los diferentes tipos de arroz, más allá de la paella, y otros platos que guardan sabores de pueblo como el conejo al alioli o l’olleta de blat, un guiso a base de trigo, panceta, morcilla y diferentes hortalizas, muy sabroso pero quizás no muy apetecible en verano.
Paseos. Se pueden hacer excursiones de una hora por el embalse a bordo de un barco que funciona con energía solar; también disfrutar de la naturaleza, paseando por las rutas trazadas alrededor del pantano, de gran belleza paisajística.