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Tribuna
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El capitalismo danés sigue vivo, aunque no todo sea maravilloso

La administración Trump argumentó que los niveles de vida en la región son más bajos debido al socialismo, pero la verdad, sin ser utópica, es otra

Los visitantes observan cómo se derrite una escultura de un oso polar para mostrar un esqueleto de hierro.
Los visitantes observan cómo se derrite una escultura de un oso polar para mostrar un esqueleto de hierro. Bob Strong (Reuters)

La Casa Blanca publicó en octubre un informe en el que se argumentaba que los niveles de vida en los países nórdicos europeos eran “al menos un 15% más bajos” que los de EE UU, debido en gran medida a las políticas socialistas. Entre las pruebas reunidas por el Consejo de Asesores Económicos se encontraba el coste de una camioneta, “uno de los vehículos personales más populares de EE UU”. Como señaló un ejecutivo danés: “Nunca he visto una camioneta en Copenhague.”

En comparación con muchos vecinos europeos, Dinamarca es un bastión del libre mercado. El Gobierno no establece la política industrial a la manera dirigista de, digamos, Francia o Alemania. El primer ministro, Lars Lokke Rasmussen, ha criticado recientemente los llamamientos del presidente francés, Emmanuel Macron, para que se flexibilice la política de defensa de la competencia de la UE tras el rechazo de una fusión entre los negocios ferroviarios de Siemens y Alstom. Europa no debería emular a China “asignando ayudas estatales a determinadas empresas o ayudándolas a evitar la competencia”, declaró Rasmussen al FT.

No son palabras propias de un planificador central. Sin embargo, Dinamarca adopta políticas sociales que fomentan una mayor igualdad financiera, incluidos impuestos más altos que pagan la atención sanitaria y la educación, gratuitas y eficaces para todos. Pero etiquetar esto como un derivado del marxismo –como trató de hacer el economista jefe de la Casa Blanca, Kevin Hassett, en el largo escrito de 72 páginas de octubre– está fuera de lugar.

Las ventajas de Dinamarca son innumerables. Sus casi 6 millones de habitantes disfrutan de algunas de las mejores condiciones de vida del mundo, con un PIB per cápita de casi 45.000 euros, no muy lejos del estadounidense. La desigualdad de ingresos es envidiablemente baja. El índice Gini para el país se sitúa en 29 (que va de 0 a 100). El de EE UU está en 39, justo detrás del de Arabia Saudí, según la CIA.

El país lo ha logrado con poca intervención directa del Estado de la que se asocia normalmente con el socialismo. Casi todos los mayores empleadores del país son de propiedad privada, entre ellos la empresa ISS, una de las cerveceras independientes más grandes del mundo; Novo Nordisk, líder mundial en el tratamiento de la diabetes con un valor de mercado de casi 90.000 millones de euros; y AP Moeller-Maersk, la principal compañía naviera en alta mar.

Es cierto que todas estas empresas disfrutan de accionistas estables sin los cuales, hace mucho tiempo, habrían sido engullidos por grandes rivales extranjeros. Pero incluso las fundaciones benéficas que controlan Carlsberg, Maersk y Novo Nordisk participan en el firmamento del capitalismo danés y su sociedad civil: reciclan las ganancias que reciben de sus grupos en educación pública, instituciones culturales y centros de investigación.

“Lo que se está haciendo en Dinamarca no se puede reproducir en todas partes, porque es un país muy pequeño”, dice Laurence Boone, economista jefe de la OCDE. “Pero puede dar ideas sobre la dirección que debemos tomar”, especialmente en lo que se refiere a la formación de los trabajadores para que se adapten a la globalización, la automatización y la digitalización.

El sistema no es perfecto. Un escándalo de blanqueo de dinero en la sucursal estonia de Danske Bank ha puesto el foco sobre la posibilidad de corrupción y controles deficientes en la mayor institución financiera del país. Danske está siendo investigada por las autoridades danesas, estonias, francesas y estadounidenses y se enfrenta a multas de miles de millones por un problema que se ha repetido de formas similares en otros bancos nórdicos. Incluso en esto parece que el principal fracaso fue cultural: demasiada confianza. Los sistemas internos de detección de fraude del banco no eran lo suficientemente robustos como para captar los más de 200.000 millones de procedencia ilícita que circulaban por la sucursal. Como explica un banquero danés: “Si te mudas al extranjero y exportas una cultura danesa basada en la confianza, pero lo haces sin aplicar los controles y equilibrios necesarios, llegan los problemas.”

Los empresarios citan otros defectos. La generosa red de seguridad social convierte al país en un destino natural para los migrantes. Esto ha avivado algunas de las tensiones que se han dado también en otras economías desarrolladas, y ha provocado un endurecimiento de las normas al respecto. “Esto puede generar una imagen perjudicial de Dinamarca”, dice Theis Sondergaard, fundador de Vivino, una app de valoración de vinos. “No sé cuánta gente hay que no está buscando trabajo”.

Eso no molesta mucho a Christian Motzfeldt. Dirige desde hace casi dos décadas el Danish Growth Fund, que da capital inicial a empresas y firmas de inversión activas en Dinamarca, y es una especie de fondo soberano de capital riesgo de 1.800 millones. Cada vez son más los daneses que crean empresas a medida que mejora la infraestructura para hacerlo.

Una de ellos es Too Good to Go, que creó un mercado de manzanas que forzó al mercado a resolver el problema de los residuos de alimentos. Consumidores de nueve países pagan una pequeña cuota para recibir comidas que los restaurantes normalmente tirarían a la basura al final del día. “Tener la sede en Copenhague es una bendición y una maldición”, dice la CEO, Mette Lykke, ex consultora de McKinsey que anteriormente fundó la app de ejercicio Endomondo y la vendió a la empresa estadounidense de ropa deportiva Under Armour por 75 millones de euros. “Dinamarca es tan pequeña que necesitas salir para hacerte global, pero tampoco veo por qué alguien querría irse.”

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