Madrid y Barcelona se disputan ser la mejor ‘smart city’ española
Nueva York, Londres y París son las ciudades más inteligentes del mundo Las urbes españolas ganan en proyección internacional, movilidad y transporte
Cuando hasta hace pocos meses las restricciones de tráfico y los protocolos para combatir la contaminación eran cotidianos en Barcelona y, sobre todo Madrid, nadie habría pensado que estas localidades saldrían bien paradas en las clasificaciones que puntúan a las ciudades inteligentes. El concepto de smart city, que hace referencia a aquellos núcleos urbanos que tratan de utilizar la tecnología y todos los recursos de los que disponen de forma inteligente y sostenible, está transformando la morfología, la gobernanza y la forma en la que las administraciones organizan sus ciudades. Para analizar todos estos procesos de transformación, el IESE, a través de su índice Cities in Motion, se sumerge en este mundo con el fin de averiguar cuáles son los principales avances, así como las medidas que los ayuntamientos y gobiernos centrales están llevando a cabo.
En la edición de 2018, Madrid y Barcelona, que casi le cuestan al Estado una multa de Bruselas por sus niveles de polución, de la que de momento se ha librado, salen relativamente bien paradas. Son las únicas dos localidades españolas que se encuentran dentro del top 30 de la clasificación que elabora el IESE, y que analiza a un total de 165 núcleos de todo el mundo. Se encuentran, respectivamente, en el puesto 25 y 26. Los primeros lugares los ocupan, por este orden, Nueva York (EE UU), Londres (Reino Unido), París (Francia), Tokio (Japón) y Reikiavik (Islandia). Los últimos, por su parte, Calcuta (India), Lagos (Nigeria) y Karachi (Pakistán), en el último puesto.
“Pese a que todos tenemos una idea más o menos cerrada de lo que son las smart cities, no hay una definición que sea totalmente exacta. Y eso da pie a que todas las ciudades se apunten a ser inteligentes. ¿Cuál no va a querer serlo?, reflexiona el profesor de la escuela y coautor de la clasificación, Joan Enric Ricart. Por eso, el ranking analiza qué localidades lo están haciendo mejor en función de nueve dimensiones, “que son las que consideramos que mejor representan lo que es una smart city”. De esta forma, cada una de las 165 localidades estudiadas se divide en nueve ejes: economía, capital humano, cohesión social, medioambiente, gobernanza, planificación urbana, proyección internacional, tecnología y movilidad y transporte. En cada uno de estos ámbitos es puntuada en función de sus avances, y con la evaluación media se elabora la clasificación.
Por eso, es común que en muchas ciudades de la tabla, especialmente las que se encuentran en la parte de arriba, aparezcan los contrastes. Nueva York, con buenas notas en economía y planificación urbana, siendo la ciudad mejor posicionada en ambas categorías, suspende de calle en medioambiente y en cohesión social, donde ocupa el puesto 99 y 109. Reikiavik, con el primer puesto en medioambiente y buenos números en categorías como tecnología y movilidad, ocupa el lugar 121 en proyección internacional. Hong Kong, en el noveno puesto general, está en la posición 147 en el eje de la cohesión social.
Nueva York destaca en economía pero falla en cohesión social y medioambiente
Es difícil establecer la clasificación genérica, porque tal y como cuenta Ricart, las nueve dimensiones a estudiar no desprenden el mismo volumen de datos e información, por lo que su cómputo no es el mismo. “Normalmente, dimensiones como la económica, de la que podemos tener muchas más referencias, tienen más peso en la clasificación genérica”, cuenta. En ella se estudian, por ejemplo, la productividad, el tiempo requerido para lanzar un negocio o la proyección del PIB. En medioambiente se miden las emisiones de CO2 y de metano, la polución o los residuos sólidos, y en cohesión social se analiza la criminalidad, el desempleo, la sanidad, el índice de GINI, el precio de la propiedad o el número de mujeres trabajando.
Qué ocurre con España
Es precisamente en cohesión social y economía donde España, y por ende sus ciudades, caen en picado en relación con el resto de ejes. Madrid y Barcelona ocupan el puesto 64 y 78 en el primero y el 53 y 86 en el segundo. “Estos índices están muy relacionados con el empleo, y ahí, claro está, hay que mejorar mucho”, recuerda Ricart. Donde estas urbes sí parecen hacer sus deberes es en todo lo relacionado con la proyección internacional y la movilidad y el transporte, con puntuaciones dentro del top 20.
El resto de ciudades españolas, con honrosas excepciones como la planificación urbana de Sevilla, se encuentran mucho más avanzada la tabla. En la clasificación global, Valencia no aparece hasta llegar al número 63 y a Sevilla no se la ve hasta llegar al 85. El peor dato de todas ellas, por ejemplo, lo ocupa A Coruña en el eje de proyección internacional: el puesto 161 de 165.
Las ciudades españolas tienen un problema con la economía y la cohesión social
Al hablar de smart cities, en muchas ocasiones, ciudades más pequeñas como Vitoria, San Sebastián o Santander, han obtenido buenas puntuaciones. Sin embargo, Joan Enric Ricart lo achaca al hecho de que ha habido un periodo en el que “se han puesto sensores, se han cambiado luces y se han hecho pequeños experimentos que han marcado una pequeña diferencia”. Lo más complicado no es empezar a dar pasos para dar el salto hacia lo smart, sino continuar con el proceso de transformación e ir articulando todos los ejes para construir un proyecto unitario. “Algo que realmente es muy complicado hacer”, recalca.
También coincide con el docente del IESE la opinión de la exconsejera delegada de Nokia y actual socia de Seeliger y Conde, Marieta del Rivero, autora de Smart Cities. Una visión para el ciudadano (Editorial Lid), quien destaca que los expertos no han llegado a ninguna definición, como suele ocurrir con los proyectos que todavía están en fase incipiente de creación, diseño y consolidación. Pero asegura que se trata de un espacio que utiliza la tecnología para afrontar los crecientes retos a los que se enfrentan las urbes como fruto del impacto de las tecnologías de la información para la mejora de la calidad de vida y la accesibilidad de sus habitantes, y asegura un desarrollo sostenible económico, social y ambiental en mejora permanente. A todo ello contribuye que los ciudadanos están permanentemente conectados: sirva como dato, según expone Del Rivero, que España es el cuarto país en el uso de la aplicación de WhatsApp, por detrás de Sudáfrica, Singapur y Hong Kong. El consumidor español posee una media de seis dispositivos entre teléfono móvil, ordenador personal, televisión, consola de videojuegos, tableta, navegador, GPS, lector de libros electrónicos, decodificador de televisión o sistema de entretenimiento en el coche.
Un problema es que los expertos no han llegado todavía a ninguna definición
“Son ciudadanos que, de forma creciente y a una gran velocidad, están cambiando sus hábitos de comportamiento gracias a las tecnologías digitales, y desean participar de manera activa, cocrear, ser parte de, como demuestra el auge de la economía colaborativa”, señala Del Rivero, quien hace hincapié en la necesidad que tienen las distintas administraciones para conectarse con sus ciudadanos a través de herramientas accesibles y con una buena experiencia de usuario.
También el presidente de Telefónica, José María Álvarez-Pallete, dibuja en el citado texto un futuro con un paisaje de ciudades inteligentes, en las que será posible monitorizar, automatizar, controlar y optimizar los procesos que facilitan el día a día, “para alcanzar un estado de bienestar y de desarrollo como la humanidad no ha conocido antes”.
Un ejemplo de toda la tecnología que se está desarrollando para facilitar la vida a los ciudadanos es el de la firma de ascensores Kone, que desarrolla elevadores que hablan con la nube y envían datos que se monitorizan, analizan y visualizan en tiempo real, con el fin de hacer los desplazamientos más eficientes y seguros. “Es el futuro y tenemos que buscar esa eficiencia y hacer de las ciudades mejores sitios para vivir”, apunta Áurea Gómez, directora de recursos humanos. Uno de los beneficios de la aplicación del internet de las cosas y de vivir en una urbe de este tipo es que permite ahorrar más de 100 horas de desplazamiento al año a cada ciudadano, por lo que esto genera más tiempo libre, a la vez que se gana en seguridad, ya que cada traslado está más supervisado y, por tanto, es más seguro.
Otra ventaja son los entornos saludables: las ciudades, tal y como las conocemos en la actualidad, producen una cantidad de contaminación que pueden llegar a disminuir la calidad de vida de los ciudadanos. Por el contrario, si se disminuye u optimiza el uso de energía, los ciudadanos se beneficiarán de un entorno más saludable y sostenible. Los expertos concluyen que no hay marcha atrás y que el futuro pasa por entender que los recursos destinados a construir ciudades inteligentes no es un gasto, es una inversión.