La hora de la madurez democrática
La alta cifra de participación es una muestra de músculo cívico
La suerte estaba echada. Siempre ha sido así, pero quizás no se quería ver. Y lo que es llover, nunca llueve ni lloverá a gusto de todos. Estas elecciones arrojan un veredicto claro, más allá de tantos por cientos, escaños y votos, la sensibilidad real de Cataluña y el grado de compromiso de sus ciudadanos con la política y las urnas. Esto es síntoma de madurez democrática, porque son las urnas las que tienen la fuerza taumatúrgica de la legalidad, la legitimidad, la palabra y la libertad. Conviene no olvidarlo después de todo lo que ha sucedido. Y buena prueba de ello es la extraordinaria cifra de participación. La que tiene que ser en momentos clave de la vida política y social. Y este lo era, como lo fue en la transición, en 1982 o en los cambios de mayorías de Gobierno que sucedieron en nuestro país tras episodios convulsos.
Hoy no hablaremos ni de gobernabilidad ni de pactos ni de candidatos a una presidencia. Hablemos de convivencia, de tolerancia, de respeto, de libertad. Hablemos de cómo restañar heridas. De cómo volver a la normalidad. Sí, bendita palabra, normalidad. Normalidad democrática, cauces legítimos y legales, respeto constitucional y sobre todo, a la ley. A los principios.
A la ejemplaridad política. Porque se ha usado y abusado de la demagogia. De la vaciedad política y discursiva. Se ha engañado. Se ha manipulado. Se ha tratado de subvertir la legalidad que sustenta nuestra sociedad, nuestra convivencia.
Cómo restañar heridas es el gran interrogante. Porque es el que preocupa. El que cimbrea y aúpa a una sociedad y la hace crecer, sin rencores, sin confrontaciones estériles, sin populismos falaces y mentirosos o mezquinos. Y esta es la gran tarea que tiene por delante no solo Cataluña, sino también España. Tender puentes, recuperar la confianza, el diálogo, la palabra por encima de todo, el respeto, la tolerancia al que piensa diferente y no se le puede imponer lo que no es, simplemente, cedible, sino imposible. La ley, el estado, la paz, la convivencia, la democracia en suma. Porque esto nos pertenece a todos. Y no solo a los que tienen un escaño. Ellos nos representan, no nos sustituyen ni suplantan.
Porque la sociedad catalana ha sido tensionada. Ha sido violentada, ha sido polarizada hasta extremos inauditos. Y se ha dejado hacer. Hoy, por ayer, en las elecciones, ha recobrado su pulso. Ha alzado la voz de la única forma que vale, el voto en urna. Ese es el veredicto. El que nos sitúa a todos en el verdadero espejo. No hay otro. Esto no es el callejón de los espejos valleinclanesco por mucho que algunos hayan jugado a ser personajes estrambóticos o meros titiriteros de una falacia contumaz y mediocre. La sociedad catalana es más rica, más plural, más reflexiva, más crítica y abierta de lo que se nos ha hecho creer. Es madurez.
Abel Veiga es Profesor de Derecho de la Universidad Comillas