Europa debe ser más ambiciosa si quiere liderar la industria de vehículos limpios
Bruselas anuncia un plan que no contiene medidas obligatorias ni endurece las sanciones
Quien domine la movilidad limpia dominará la economía del futuro. Esta afirmación, pronunciada ayer en Bruselas por el comisario europeo de Energía y Acción contra el Clima, Miguel Arias Cañete, constituye una advertencia clara y oportuna, a la vista de cómo está evolucionando la industria mundial del motor, pero también inquietante, al menos tras analizar el plan que ha elaborado Europa para lograr ese objetivo. La CE ha propuesto un aparentemente ambicioso proyecto cuya finalidad es potenciar la transición de la industria automovilística europea hacia el transporte limpio. La iniciativa apuesta por un calendario austero de reducción de emisiones de CO2, que recorta un 30% los límites de gases que estaban previstos para 2021 y fija su cumplimiento en 2030. Para introducir cierta gradualidad en el proceso, la CE establece también una reducción del 15% para 2025.
Pese a que se trata de objetivos exigentes, Bruselas ha renunciado finalmente a apuntalarlos con medidas coercitivas. La CE no se ha atrevido a fijar cuotas de venta de ninguna tecnología de vehículo alternativo como tampoco a establecer sanciones para los fabricantes que no cumplan sus cuotas. Al tiempo ha reconocido, en un ejercicio de franqueza que se agradece, que en 2030, el 80% de los nuevos vehículos que salgan al mercado en Europa seguirán propulsados por un motor con gasolina o gasoil. Bruselas renuncia a endurecer las multas a los fabricantes que no cumplan los límites de emisiones, aunque aumentará los controles. El sistema se completa con un incentivo a aquellos fabricantes que más coches eléctricos produzcan, a los que se permite relajar los objetivos de reducción de emisiones.
Dada la ventaja que Estados Unidos y China llevan en este terreno –ambas han fijado que el 20% de las nuevas matriculaciones en 2020 deberán ser vehículos alternativos–, el plan proyectado por Bruselas parece insuficiente. Europa destinará 1.000 millones de euros para fomentar los coches limpios, pero ni la política de la zanahoria ni las ayudas económicas lograrán que la Unión Europea pueda dominar una industria clave para la economía del futuro.