Por qué Canadá es el espejo en el que se mira medio mundo
Con un discurso firme, el primer ministro Justin Trudeau defiende la diversidad como un valor que fortalece a los países Una de sus recetas: contagiar su optimismo a los jóvenes, a los que pide generosidad y amplitud de miras
Su carrera política comenzó en un aparcamiento. Concretamente, en el de un supermercado, sin rastro de cámaras ni de periodistas que sospechaban que pensaba presentarse a las primarias en el Partido Liberal. Sin embargo, antes de todo ello, lo primero que hizo fue acercarse a preguntar a extraños si pagarían diez dólares por afiliarse a la citada formación política. Fue su primera toma de contacto con una campaña para escoger al candidato que ostentaría la bandera liberal en Papineau, una vez se convocaran las elecciones.
Así fue como Justin Trudeau (Ottawa, 1971), primer ministro canadiense desde 2015 y líder del Partido Liberal desde dos años antes, relata cómo decidió adentrarse en el proceloso mundo de la política. Lo hace en su libro de memorias Todo aquello que nos une (Deusto), en el que relata todos los acontecimientos relevantes de su vida, ente ellos como afrontó ser hijo del primer ministro, Pierre Trudeau, y cómo vivió el turbulento matrimonio de sus padres. Licenciado en literatura inglesa, instructor de snowboard, profesor de francés y de matemáticas y boxeador amateur, explica que la razón por la que entró en política era para “promover la imagen que yo tenía sobre un Canadá mejor, y no para aparecer en el ciclo de noticias del siguiente día soltando alguna ocurrencia”.
Sus ideales políticos pasan por combinar el aspecto económico con lo social, además de su firme convicción de que Canadá es un país fortalecido por su diversidad, no a pesar de ella. Porque uno de sus lemas es encontrar siempre aquello que los une, con el fin de construir un sentido de propósito compartido, de esperanzas y sueños comunes.
De hecho, reconoce que se presentó a las elecciones porque creía que su país quería y necesitaba un nuevo liderazgo. “Una visión para el futuro de Canadá fundada no en las políticas de la envidia o la desconfianza”, explica, a la vez que se preguntaba cuándo fue la última vez que en su país había habido un líder en el que confiar de verdad. “Y confianza real es una clase de respeto que uno debe ganarse, paso a paso”.
El primero de ellos fue muy simple: servir a los canadienses e involucrar a toda la población, sobre todo a los jóvenes. “El país necesita vuestra energía y pasión. Necesita vuestro idealismo e ideas”. Todo un movimiento que fue calando en la población, así como el optimismo, la amplitud de miras, la compasión, el servicio a la comunidad, la generosidad de espíritu. Son valores que resalta Trudeau, en su deseo de sumar y no de restar.
“Tenemos la suerte de vivir en el país con mayor diversidad en la historia del mundo. Uno de los más pacíficos y prósperos”, señala el primer ministro, que prefiere hablar, en vez de tolerancia, de aceptación, entendimiento, respeto y amistad. En su opinión, cuando las personas se unen para crear oportunidades unas para otras, “los sueños que tenemos en común desplazarán a los miedos que podrían dividirnos”. Porque no es la clase política sino la clase media la que une a este país. “Abierta a todos, nuestra amplia y diversa clase media es el centro de gravedad de Canadá. Buenas personas. Gente con esperanzas y desafíos comunes, que se unen para encontrar puntos de convergencia”.
Su principal responsabilidad es la construcción de un país que una a las personas, que encuentre su mayor virtud en el compromiso, la moderación y una base común. Y hace suyas unas palabras del que fuera primer ministro canadiense entre 1896 y 1911, Wilfrid Laurier: “No queremos ni deseamos que ningún individuo olvide su tierra de origen. Dejémosles que miren hacia el pasado, pero dejémosles aún más que miren hacia el futuro…”
Ese es el deseo de Trudeau, casado desde 2005 con Sophie Grégoire, profesora de yoga, con la que tiene dos hijos, que entiende que la prosperidad de Canadá depende de “nuestra habilidad para explotar nuestros recursos naturales y llevarlos a los mercados internacionales”. Una receta sencilla para hacer de su país un espejo en el que otros se miren: “Soy un hombre que tiene un sueño...”