Un motor que tira, pero que hay que alimentar con reformas
Los empresarios prevén cerrar el año con una cifra récord de ventas
La evolución de la actividad se analiza mediante indicadores macroeconómicos, pero puede deducirse también de los medidores de confianza empresarial. Como si de un cuadro de sintomatología se tratase, los resultados, planes y proyectos de los empresarios arrojan un diagnóstico – y también un pronóstico– sobre el estado de salud de la economía. En el caso de la española, los datos del barómetro sobre la empresa familiar que realiza desde hace unos años la consultora KPMG, revelan que casi ocho de cada diez de compañías prevén cerrar el año con una cifra récord de ventas. Se trata de la proporción más elevada desde que comenzó la recuperación económica, en 2014, y se funda en razones muy concretas.
Las cuentas de resultados han mejorado sensiblemente en una amplia mayoría de las empresas. Una creciente prosperidad en los negocios que se refleja en la contratación de personal –más de la mitad de los empresarios esperan aumentar sus plantillas este año–, lo que supone una ligera caída respecto a años anteriores, pero muestra una tendencia que se consolida. El capítulo más revelador es el que atañe a la inversión, con una amplia mayoría de empresarios que aseguran tener planes sobre este capítulo. La tasa de crecimiento está en torno al 3%, la misma que la de consumo de los hogares.
Hay un conjunto de factores que han posibilitado esta mejora, entre ellos la recuperación de los pedidos de la UE, la caída del precio del petróleo y la revitalización del comercio mundial. En el caso de España, además, el consumo ha experimentado un fuerte impulso, lo que ha llevado a las empresas a volcarse en el mercado nacional. Todo ello conforma un marco que facilita el desarrollo de la actividad empresarial, pero también hace obligado seguir flexibilizando la economía a través de reformas normativas y eliminación de obstáculos y rigideces. Los empresarios reclaman otra vuelta de tuerca a la reforma laboral, una reducción de los costes laborales y un aligeramiento del engorroso peso de la burocracia. Tienen razón en solicitar más flexibilidad –cuestión aparte es cómo introducirla y en qué condiciones– y en recordar que un motor en marcha necesita combustible.