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La bilocación de la política catalana

Sobran pirómanos en la política, no hace falta arrojar más gasolina, más oportunismo y más estopa

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en la pasada Diada.
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en la pasada Diada.EFE

Elegir estar en una situación de confusión, que no caos total, es un mero voluntarismo infantil, rebelde, como el del adolescente que juega a ser niño y a la vez adquiere formas y modales de adulto consentido. Hace mucho que el Gobierno autonómico de Cataluña (el nacionalismo echado completamente a los brazos del independentismo, el secuestro del Parlamento bajo los tapices de la ilegalidad, el escarnio y el mofarse de las reglas democráticas) ha optado por la vía de la confrontación. Era un órdago pero ahora ya no queda más remedio que, caídas las caretas, arrojadas al Ebro las máscaras, henchidos los independentistas de vanidad y arrogancia, la situación se convierta en un todo o nada. Reina la incertidumbre, mientras la maquinaria del Estado central con la ley en la mano, el peso del respeto a las instituciones y a la Constitución, empieza a hacerse más patente.

La escenografía es improvisada, entre la mofa y el sarcasmo y la bravuconada displicente, mientras todo se deja a las ocurrencias, a los errores del adversario y al echarse a la calle. La calle siempre como símbolo de la demagogia pero también de las emociones, las percepciones, el pulso de la realidad.

Nunca como hasta ahora se ha utilizado tanto para bien y para mal a la calle. Esa masa a veces solidaria, otras insolidaria y egoísta, que llena calles, plazas, mítines, y da sentido y se retroalimenta con lo que el nacionalismo pretende. Ya no se trata de votar, se trata de romper. Es un juego de suma cero con gravísimas consecuencias.

Hace tiempo que la democracia se ha convertido en un concepto de ida y vuelta, utilizado y manipulado cual interés particular. Discursos vacíos pero grandilocuentes invocando y apelando a los sentimientos, las emociones, pero sin ideología definida. Hace mucho que las ideologías han muerto, como también muchos ciudadanos han preferido vivir en una amnesia civil, o lo que es lo mismo, indolencia total, pase lo que pase, tómese el rumbo que se tome, se dejan ir, como cualquier objeto que cae a la corriente de un río, con y sin torrentes. Lo importante es el movimiento, y esto sí lo ha aprendido y practicado el Gobierno catalán. Y lo ha hecho hasta tal punto que se ha bilocado, e incluso trilocado.

Más allá del 1 de octubre, más allá de urnas e impedimentos a las mismas, está primero la incertidumbre; segundo, la fractura; tercero, el cansancio; cuarto la vehemencia manipuladora; quinto, la necesidad imperiosa de restañar heridas. Porque la economía seguirá, las empresas seguirán instaladas en Cataluña pero también en España, y porque la política deberá volver a los cauces de una normalidad, tensa, pero normalidad.

Los sofismas, cuales mitos de una caverna decimonónica que no platónica como ha pretendido el nacionalismo, no sirven. No conducen a nada, sino a colocar la sociedad en el hastío, la desafección y el cansancio. Como pueblo, como ciudadanos y frente a los políticos: profesionales de la media verdad y la mentira manipuladora, el distanciamiento y el cainismo más visceral, o lo que es peor, la irresponsabilidad.

Sobran ya pirómanos en la política, no hace falta arrojar más gasolina, más oportunismo y más estopa. No hay vías intermedias, pero deseamos que las haya. Todo esto acabará en nuevas elecciones, tanto en Cataluña como en un tiempo no muy largo en el Estado. Se taponarán las hemorragias y las heridas irán cicatrizando, con marca, sí, pero cicatrizadas. Traerá sus consecuencias sicológicas y sociológicas. Porque el daño está hecho. Conviene no olvidarlo. Demasiada hojarasca acaba borrando los caminos del consenso, del acuerdo, pero sobre todo, del sentido común.

Nada importa ya al nacionalismo catalán. Echados al monte de las vanidades, embullidos en su mundo imaginario y romántico, no importan los hechos de los demás, solo lo propio, la realidad unidireccional, unidimensional, donde el otro sobra, estorba, molesta. Les han dejado hacer hasta el momento. Culpas colectivas, pero que nadie invocará sin embargo. Referéndums ilegales, mítines por tanto igualmente ilegales.

Pero cuanto más les des más cogerán, más pedirán, más reivindicarán para sí y para excluir a los demás. No se sacian. No hay medida, tampoco prisa, pero de pronto, todos tienen prisa de aquí al 1 de octubre. Menos mal que al día siguiente llegará el día 2 de octubre. ¿Qué figuras se verán, tras el fuego de la caverna, del 1 de octubre? Biloquémonos todos. Es fácil. En España todo es posible.

Abel Veiga es profesor de Derecho de la Universidad de Comillas

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