Alvear, más de tres siglos haciendo finos y olorosos redondos
Los vinos generosos gozan de buena salud y en Alvear, la segunda bodega más antigua de España, los han mimado durante ocho generaciones como su mayor tesoro
La historia de Bodegas Alvear es más propia de una novela épica con final feliz que de un negocio familiar con buen fario. Tres siglos y ocho generaciones después, un naufragio y una plaga de filoxera, los Alvear –con María, Luis y Fernando como cabezas visibles al frente de la bodega– preservan el patrimonio familiar, guardan como un tesoro el conocimiento adquirido y miman las peculiaridades del viñedo montillano.
¿Una herencia envenenada? “No, no, qué va, pero sí una gran responsabilidad. Alvear es familia, calidad, tradición y esencia de un lugar, de su gente y de su cultura”, sentencia Fernando Giménez Alvear, director general de la bodega.
Francisco de Alvear funda la bodega en 1729 en Montilla (Córdoba), en un momento, en el siglo XVIII, y en una tierra, poblada de olivares, en la que el cultivo de vides no parecía lo más conveniente para hacer negocio. Entonces “apenas llegaban a las 800 hectáreas”.
La fecha de la célula de inscripción convierte a Alvear “en la bodega más antigua de Andalucía, la segunda con más historia de España, y a nuestra marca en la quinta con más edad”, precisa con orgullo.
Exquisitos, versátiles y muy peculiares, han dejado de ser meros acompañantes de aperitivos y postres
Haciendo un poco de historia fue Diego de Alvear y Ponce de León, “nieto del fundador, quien daría un nuevo impulso a la bodega tras un periplo de más de tres décadas entre Brasil, Argentina e Inglaterra”.
Tercera generación, hombre erudito y marino de profesión, tuvo mando en plaza en América como responsable de la comisión de deslinde de territorios entre España y Portugal y decide volver a España con su numerosa familia a bordo de La Mercedes. Corría el año 1804 y la nave fue atacada y hundida por la pérfida flota inglesa. A la tragedia solo sobrevive él y uno de sus siete hijos, el primogénito, Carlos. Son hechos prisioneros y llevados a Londres.
Entonces España e Inglaterra eran aliados y el ataque fue considerado un acto hostil. Liberados con una indemnización por la pérdida de su familia y patrimonio, Alvear regresa a la finca familiar 12 años después, en 1815, casado de nuevo con una joven británica, Luisa Ward, que le dio otros siete hijos, relata Giménez Alvear como quien narra un episodio de una novela de aventuras del siglo XIX, en este caso, la de sus antepasados.
Junto al matrimonio y su numerosa prole regresó también su ayudante, Carlos Billanueva. Se incorpora a Alvear como capataz y tiene tuvo un papel fundamental en el desarrollo del negocio.
De hecho, en homenaje a él, aún hoy uno de los vinos históricos de la bodega, el Fino CB, lleva sus iniciales. Billanueva marcaba con ellas las mejores botas (los recipientes para la crianza de los finos).
“Diego toma las riendas del negocio, pero son su segunda esposa y los hijos que tuvo con ella los que desarrollan la bodega –continúa el relato– y...”.
Un momento. ¿Qué pasó con Carlos, el mayor? A estas alturas de la historia y plenamente metidos en ella no queremos ningún cabo suelto. Tienen un héroe en la familia. “Carlos se vuelve a Argentina como general y lucha al lado de San Martín”, satisface nuestra curiosidad.
Puros y únicos
La británica, una adelantada a su tiempo, con muchos contactos y visión de futuro, comienza a exportar “entre 10.000 y 12.000 arrobas, el equivalente a 100.000 litros de producción propia”. Hoy están presentes es 25 países y las ventas al exterior suponen el 40% de su producción.
Una de las características de los vinos Alvear, ya sean dulces, finos, olorosos o amontillados, es la extraordinaria pureza de sus caldos: “Jamás se mezclan con aguardientes ni alcohol vínico y la gran antigüedad de sus criaderas y soleras, hacen el resto”, explica.
La adición de aguardiente o alcohol vínico es una práctica generalizada en la elaboración de vinos generosos como los de Jerez, ya que uvas como la palomino no alcanzan en la viña el nivel suficiente de azúcar para lograr que, tras la fermentación, el grado alcohólico sea en torno a 15º-15,5º y gracias a ello se permita el desarrollo del velo de flor por la acción de la levadura.
En Alvear, la elaboración de generosos no precisa dicha adición, la maduración de la uva propicia niveles de azúcar suficientes para alcanzar el grado alcohólico. La uva Pedro Ximénez es la variedad blanca reina de la DO Montilla-Moriles y también de los viñedos y vinos de Alvear.
Otra de las peculiaridades que hace tan especial los viñedos de esta región es el tipo de suelo, de albariza, un material capaz de retener el agua en una zona donde llueve entre 550 y 600 litros por año y su poder drenante impide que se acumulen agua y sales en exceso. Son suelos pobres con un componente alto de cal, similares a los que se dan en algunas zonas vitícolas tan veneradas como Champagne. Ideal para una uva tan mudable como Pedro Ximénez.
Caldos –finos, palo cortado, amontillados y dulces– que “vuelven a estar de moda, sobre todo entre consumidores elitistas”, reconoce Giménez Alvear.
El dato
0,0 aditivos: ni aguardientes ni alcohol vínico, son generosos puros. La maduración de la uva de Alvear crea niveles de azúcar suficientes para lograr el grado de alcohol necesario –entre 15º y 15,5º– que permite el desarrollo del velo de flor, por la acción de la levadura.
En países como Estados Unidos o Reino Unido, “el auge de los bares de tapas también ha propiciado una nueva primavera de estos vinos y tengo la ilusión –confiesa– de que no será una moda pasajera”.
El consumo de los generosos crece en España. “En Madrid y Barcelona hay un mercado maduro y bares con eruditos sumilleres que conocen los vinos”.
Fernando Giménez Alvear nos rompe un mito: estos caldos no son solo para tomar el aperitivo o acompañar el postre. “Yo como con fino a diario. Maridan con todo: alcachofas, carnes, sopas de pescado o guisos”. Son caldos suculentos.
Datos técnicos o de interés
Facturación. En los últimos ejercicios, Alvear ha facturado entre 8,5 y 9 millones de euros anuales y confía en alcanzar los 10 millones en breve.
Plantilla. Entre las dos bodegas del grupo suman 60 empleados, de ellos, 10 pertenecen a la bodega Palacio Quemado en Extremadura y 50 a la bodega Alvear en Montilla.
Ventas. El número de botellas vendidas el año pasado ascendió a dos millones. La bodega, además, comercializa vino en otros formatos.
Exportación. Las ventas al extranjero han empezado a recuperarse, crecen y suponen el 40% de la producción. Mercados como el de Estados Unidos y Canadá acaparan el 60% de las exportaciones, mientras que otros como Reino Unido, Alemania y China muestran una clara tendencia al alza.
El reino de Pedro Ximénez
Cuenta la leyenda que fue un soldado de Carlos V quien trajo la variedad de Pedro Ximénez hasta Montilla y Moriles. Una uva cuyo origen se sitúa en la cuenca del Rhin. Sea como fuere, esta uva, idónea para el suelo y clima de Montilla, es el mejor patrimonio de Alvear.
La cepa, versátil como pocas, es la base única de sus vinos dulces, finos, olorosos y amontillados. Se reconoce en un caldo joven como Marqués de la Sierra, los emblemáticos Fino CB o PX 1927 o los llamados “vinos míticos y soleras centenarias, testigos mudos del tiempo que disfrutan los paladares más privilegiados”, explican desde la bodega.
Finos. Considerados el alma de la bodega. Son vinos de crianza biológica y grado natural, procedente de la propia maduración de la uva.
Amontillados. Cuando muere la flor de la uva, el oxígeno entra en juego, tiñendo de tonos ámbar los que antes fueron finos. Los años –hasta 15 como en el caso del amontillado Carlos VII– dejan su influencia en estos caldos, para paladares sin prisas.
Palo cortado. Considerado por muchos como una reliquia excepcional, aúna la delicadeza de un amontillado con la estructura y la redondez de un oloroso. Para muestra, el palo cortado Abuelo Diego.
PX (Pedro Ximénez). El encanto de esta uva montillana se aprecia en esta gama de vinos, procedentes de cepas asoleadas, llenos de matices embriagadores.