José Moro: “Hay que resetearse cuatro veces a lo largo de la vida”
José Moro preside este grupo vinícola que factura 23 millones
Estudió química porque no quería dedicarse al negocio familiar: el vino. José Moro (Pesquera de Duero, Valladolid, 57 años) comenzó trabajando en el departamento de control de calidad de un laboratorio, pero fue entonces cuando se inició la revolución vitivinícola de lo años ochenta y la Denominación de Origen Ribera del Duero.
Fue una de las primeras bodegas en adherirse a la nueva DO. “Mi padre no tenía fuerzas; yo expresé mis ideas en cuanto a lo que quería hacer, porque hasta entonces se había hecho vino a granel, y empezamos a embotellar y a etiquetar”, recuerda ahora desde su despacho en Emilio Moro, de la que es presidente, dentro de un complejo de 10.000 metros cuadrados, a los que hay que añadir los 8.000 metros de Cepa 21, la segunda bodega del grupo.
Entre las dos emplea a un centenar de personas y factura 23 millones de euros. A pesar de que los datos pueden reflejar la consolidación del proyecto, iniciado por José Moro y sus tres hermanos, que también trabajan en la bodega, lo cierto es que, según asegura, le queda la mitad por hacer. “El reconocimiento de la marca me produce orgullo y responsabilidad; hemos pasado de una pequeña a una gran empresa, pero queda mucho por hacer”. Para empezar, adaptar el grupo a los nuevos tiempos, definir los procesos y continuar con la digitalización de la bodega, cuya gestión está profesionalizada. “Somos una empresa familiar, pero a la familia la representa no solo los que llevan el apellido, sino todo el que trabaja aquí”, dice Moro, quien defiende un liderazgo, el que él ha de significar, rotundo y admitido por el resto de la familia. “En un grupo de este tipo hay que pactar todo, porque hay que diferenciar lo que es negocio de lo que es parentesco”. Y afirma que un líder siempre tiene que ser un ejemplo, ante todo en cuanto a dedicación de tiempo y de generosidad.
En cuanto a los valores que desprende el apellido Moro, sobre todo en relación con la demanda que ha interpuesto a Carlos Moro, propietario de Matarromera, por usar su nombre para comercializar sus vinos, explica: “Nadie puede utilizar nuestro apellido, tenemos patentada la marca para su comercialización. Mi obligación es defender el legado de la familia, porque hemos llegado antes y utilizar el apellido Moro para vender otro vino genera confusión entre los consumidores”. Cree que el apellido que lleva es sinónimo de “gallardía, hombría, generosidad y amor por la tierra”.
Nadie puede utilizar nuestro apellido, tenemos patentada la marca para su comercialización
José Moro forma parte de la tercera generación de bodegueros y reconoce que ya está preparándose la cuarta hornada, dos miembros por cada hermano; en total, ocho, aunque todavía han de demostrar su valía. “Tienen estudios universitarios pero necesitan formación adicional de la empresa. Los jóvenes tendrán que resetearse cuatro veces a lo largo de su vida. Lo que no se van es a crear puestos para la cuarta generación. Somos igual de exigentes con la familia que con otros”.
Entre los retos que va desgranando, sentado en su despacho, decorado de manera austera y donde tiene muy presente a través de fotografías la historia de su familia y los comienzos y trayectoria de la bodega, revela que está implantando un CRM, dotando de tecnología a la estructura, además de reforzar el carácter de sus vinos, mediante de acuerdos con universidades. A través de un pacto con Telefónica, han desarrollado una app para ganarle productividad al viñedo. Piensa que para evitar la caída del consumo de vino hay que hablar a las nuevas generaciones de otra forma, porque “hemos pasado del vino de porrón a ser algo elitista”. A su alrededor tiene una guitarra que le regaló un lutier, cuadros –alguno de ellos taurino–, las fotos de sus hijas, una botella de su vino Clon y mucho orden. “Soy Virgo, no tengo nada descolocado, me da tranquilidad tener siempre el semáforo en verde”.