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El Foco
Tribuna
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¿Socialismo?

A Díaz, Sánchez y López les falta un discurso creíble y les sobran confrontaciones

Los candidatos a la Secretaría General del PSOE Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez antes del debate.
Los candidatos a la Secretaría General del PSOE Susana Díaz, Patxi López y Pedro Sánchez antes del debate. EFE

¿Qué significa hoy ser socialista?, ¿quién será capaz de restañar viejas y nuevas heridas? Llega la hora de la verdad, ya sin máscaras, sin amagos, sin hipérboles. Pues de estas ha habido demasiadas en tierra baldía socialista. Ninguno de los tres candidatos a la secretaría general del PSOE –Susana Díaz, Pedro Sánchez y Patxi López– ha sido capaz de enhebrar un proyecto, una visión de país. España no es una nación de naciones, ni tampoco está aderezada de naciones culturales. Es algo más, es la simbiosis de una pluralidad y riqueza humana y social, cultural y rica de siglos y siglos de fusión. Díaz, Sánchez, con la presencia de un convidado de piedra que ha hecho más de árbitro que de candidato, López, se repelen. No se soportan. Como tampoco buena parte de los socialistas hoy. Y esta es la tragedia de un partido que no ha sabido otear el horizonte. Ilusionar, estimular, proponer. Certezas, coherencia, competencia y credibilidad, amén de capacidad han sido denostados. Parece que los trágicos golpes y traiciones mutuas de primeros de octubre son la barrera temporal que ha atrapado a uno y a otra.

El debate que protagonizaron ayer fue vago de ideas, preñado de demasiados amagos populistas, pero sin concretar. Ni en lo político, ni menos en lo económico. No está claro qué harían, cómo lo harían ni con qué recursos sus brindis al sol. Y menos en el túnel constricto de la Unión Europea y sus márgenes de déficit y deuda. ¿Serían capaces tanto la andaluza como el madrileño de recuperar, salvar, cohesionar y coser un partido roto en mil jirones? Si la propuesta primera es una moción de censura la de este, y la de aquella buscar una izquierda útil, ¿dónde está a día de hoy la izquierda entonces? Susana Díaz se aferra al carácter derrotado de Sánchez, pero sabe perfectamente que fuere quien fuere el candidato pasaría idéntico resultado.

En Francia sobran enterradores del socialismo, con Manuel Valls a la cabeza. Jeremy Corbyn en Reino Unido se apresta a recibir el mayor correctivo del laborismo en décadas. Martin Schulz es incapaz de ilusionar a los alemanes. ¿Y en España? Visto lo visto, gane quien gane este domingo, las heridas seguirán sangrando. No hay ideas. No hay proyecto. Todo huele a viejo. Demasiado viejo. Sin renovación, sin reformas, sin claridad. Solo la hilatura de despejar a una derecha que la candidata tachó de tóxica e infame, y el candidato dimitido de indecente en su día. Pero esas alforjas son viejas. ¿Corre peligro la socialdemocracia hoy que todo se llena ideológicamente en un espectro entre neoliberal y populista y donde parece que no hay sitio para aquella? ¿Quién vendió el alma socialista? ¿Ha sido el capitalismo, sus dictados y sus renglones, sus políticas económicas, la globalización, el menoscabo del Estado de bienestar social las que a la postre han puesto en la picota el proyecto de la socialdemocracia? ¿Acudió como enterrador aquella tercera vía guideniana y bien publicitada por un Blair que pronto cruzó otras orillas?

Falta un discurso sólido, robusto, convincente y creíble en los tres candidatos. Sobran frentes, contradicciones y antagonismos entre distintas federaciones. La prudencia política, como la virtud, atesoran el camino del liderazgo. Como nos recuerda Sonnenfeld, la prudencia es la sabiduría en las cosas humanas, en el prudente siempre es correcto el para qué, y hoy los socialistas no solo han de enfatizar el cómo, sino el para qué de sí mismos, el por qué de una socialdemocracia en crisis.

Sí, falta liderazgo en la clase política española, no solo en el socialismo. Falta mucha autocrítica y mucho análisis a ras de sociedad, a ras de la ciudadanía, que percibe a los políticos como el principal problema amén de la tragedia del desempleo. Sobra triunfalismo banal y mezquino, demagogia, y falta mucha pedagogía, explicación y sinceridad. Reflexión autocrítica, pensamiento calculador, pero pragmático.

Resacas de euforias, resacas de derrotas. Cada uno baila al son que esta vez marca la partitura de conferencias de partido y de interparlamentarias. Son ciclos, son respuestas, son estados de ánimo. Pero también son momentos de impasse en los que la crítica y la reflexión, el análisis y la responsabilidad deben estar presentes, tanto en quien gana como en quien pierde. La victoria, como la derrota, nublan el discernimiento y la realidad. Aunque con intensidades distintas. Se pueden hacer muchas lecturas de la deriva y la catarsis que no llega socialista.

La memoria no es tan frágil como los estrategas de las ejecutivas creen. Cuanto antes se acepte, cuanto antes irrumpan nuevos protagonistas con un discurso claro, nítido, convincente, creativo, imaginativo, pero pegado a la realidad y a los dramas que la sociedad está sufriendo, constructivo y sugerente, pero también eficiente en la solución de los problemas de los ciudadanos; antes serán realidad y alternativa para algún día llegar de nuevo al Gobierno. Si se empeñan en seguir por la tesitura actual, perderán demasiado tiempo.

Todo debe cambiar. Un nuevo socialismo en un nuevo tiempo político. De lo contrario, la travesía, la desafección y sangría de votos irá in crescendo. La fractura aún sigue abierta, no la de Sánchez o Díaz, sino otra, la fractura de la desilusión. Hace falta discurso, programa y línea clara de acción. Más allá de principios y discursos vacuos para la galería. Recuperar espacios, recuperar un centro izquierda del que nunca ha debido irse el socialismo para ser rehén en el campo y discurso de otras opciones. El socialismo tiene dos retos complejos, liderazgo y programa. Más importante este que aquel, pues de liderazgos es bastante huérfano el socialismo, pero también la política nacional.

Recuperar a un partido noqueado, fracturado por localismos y poco cohesionado en un proyecto de y por España sin ambivalencias antagónicas. Escribir y reescribir un programa serio, creíble, solvente y dentro de lo mejor que ha tenido y aún tiene la socialdemocracia. Una ejecutiva ha de ser el espacio natural de toda sensibilidad política dentro de un partido y no una apisonadora no discrepante y falsamente armónica. Lo malo es la miopía, el egoísmo o creerse herederos y poseedores de toda verdad. La única.

Abel Veiga es profesor de Derecho de la Universidad Pontificia Comillas.

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